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Gáldar
César Ubierna Director de la Casa-Museo Antonio Padrón

César Ubierna: “Antonio Padrón es el cartógrafo espiritual del campo canario”

Césa Ubierna, ayer, en el jardín de la Casa-Museo de Antonio Padrón. | | LP/DLP

Este año se cumple el 50 aniversario de la Casa-Mueso Antonio Padrón, una iniciativa de su tía Doña Lola, nueva Hija Predilecta de Gáldar, y que se ha convertido en un espacio colectivo, en una plaza pública de la localidad norteña en torno al pintor indigenista, como explica su director César Ubierna

La ciudad celebra los 50 años de la Casa-Museo Antonio Padrón, que usted tutela desde 1997. ¿Cómo fue el inicio de su dirección?

Entré cuando corría el peligro de ser cerrada, ya que era una iniciativa privada de Doña Lola, tía del artista, que es la que crea este proyecto museográfico. Cuando llego intento implicar a la ciudadanía, que son los destinatarios de sus contenidos, con el patrimonio que le rodea. Me llevó mucho tiempo elaborar ese proyecto pero una vez hecho los resultados son los apetecidos, que son los de crear hábitos culturales. Uno de los éxitos de la Iglesia es que todos los sábados ofrecen misa, y aquí todos los primeros viernes del mes se abre una exposición. Los franceses dicen que lo importante es crear la confianza, y para ello te tienes que convertir en un catalizador de los deseos de los demás, ofrecer placer al destinatario de la obra y que esa satisfacción se vea refrendada. Es decir, que el espectador no tenga que conocer al pintor sino que sepa que el museo ya le ofrece ese elemento que le sirva de pretexto para socializar también, para que luego pueda irse a tomar algo, hablar con otras personas, en una cita que sirva para que fluya por su propia dinámica. Esto es la cultura.

Pero también cuenta la infraestructura. ¿Cómo era este patio?

Bueno, la casa no tenía ni baño, ni sitio dónde sentarse. La puerta parecía la entrada de un gallinero. Ni una mesa para trabajar, tan solo un mostrador con cuatro programas de mano, y claro, se me cayó el alma al suelo.

Pero sí jardín.

Este jardín es la luz de Padrón. Habla mucho de su obsesión por la luz física y la luz interior. Un jardín habla mucho del jardinero, y éste es casi un espacio monacal, con sus laberintos que representan unos circuitos de reflexión. Si en pintura desarrollas lo visual, en el jardín combinas los cinco sentidos, el sonido de los pájaros, el gusto, el agua… Y en este aspecto Antonio Padrón tenía alma de jardinero, con su aislamiento que habla de un hombre que mira hacia dentro. Él lo tenía con gacelas, pavos reales, tortugas, peces aquí, allá. Entonces el jardín es un reduccionismo del paraíso, con la selección de los animales más bellos y las plantas más hermosas, una reducción civilizada de lo que es la barbarie externa.

¿Qué vida hacía el pintor en Gáldar?

La vida de Padrón tiene dos partes. La primera es su trabajo como agricultor, del que vive. Él es el encargado depositario de las responsabilidades de su tía, Doña Lola, que se hace cargo de él cuando sus padres mueren con apenas diez años. Se queda huérfano y esa pérdida prematura es la que lleva a Tiziano, o a él mismo a despedirse de la vida pintando La Piedad. Esa vida profesional es muy importante porque es la que le otorga esa independencia económica que le permite crear un arte propio, ya que si lo haces para vender no pintas en lo que crees sino en lo que le gusta a la gente, como el que hace cuadros para que hagan juego con el recibidor de su casa. Esto hace que el arte de Antonio sea tan particular, el de vivir para pintar.

«Doña Lola ha convertido este espacio en una Causa-Museo, una causa frente al olvido»

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Eso marca una diferencia.

Sí. Es lo que hace tan diferente. La gente estaba más por el gusto de Néstor de la Torre, con pastorcillos con faldas cuidando cabras, pero Padrón retrata el propio campo, y hay pocos pintores que se vinculen tanto con su espacio vital, que lo vivan. Igual ocurre en su contraposición con César Manrique, nacido en su mismo año. César tropicaliza nuestro entorno, muy dentro de la línea nestoriana, pero Antonio lo lleva absolutamente al plano real, al plano propio, ‘pinto el campo en el que vivo’, mientras que el otro especula con un colorido genial, de ahí la dureza de una obra que radica en lo que se nutre, convirtiéndose en el cartógrafo espiritual del campo canario.

Tras el trabajo en la tierra, ¿dónde queda el pincel que transforma su visión en arte?

Cuando Padrón vuelve por la tarde del campo, después de un día viendo los cortes de racimos, las horas de agua -todo eso queda reflejado en unos blogs en los que realiza bocetos rápidos de una abubilla, o una tabaiba-, venía aquí y lo trabajaba, en el estudio que le preparó a él doña Lola. Y luego tenía esas pocas conversaciones con la gente del pueblo más que nada para hablar de plataneras. Manolo Padrón le decía vente a Madrid, viendo las dificultades que existían de triunfar aquí. Y él le respondía que cómo iba a dejar a doña Lola. De forma que por esta casa peregrinaban los grandes, como Felo Monzón, Manolo Millares, Lázaro Santana o Josefa Medina, fundadora de la academia de pintura de Gáldar.

El 8 de mayo de 1968 muere el artista. ¿Qué ascendente tenía en aquél momento?

En el máximo auge de su obra. Había encontrado un estilo reconocible y había suscitado interés por parte de varios marchantes extranjeros y nacionales que querían ser su representante, pero el tema es que él no tenía un excesivo interés por comercializar su obra. Cuando el representante de la galería francesa Barbizon viene de vacaciones en el sur ve una obra suya en la portada de la revista Isla, lo que le mueve a ponerse en contacto con Pedro Lezcano, porque quería que trabajara para él en exclusiva para Europa. Se llevó tres obras, de las que no hemos vuelto a saber, pero Padrón dijo que no, que su producción la dejaba por aquí, porque no quería desprenderse de su trabajo, si bien era muy generoso y los regalaba. De hecho solo hizo tres exposiciones en vida y eso es lo peor que tiene, que su obra en óleo es cortísima. Terminadas hay 184, a lo que hay que sumar otras a medias. Por ese motivo recuperamos el taller, del estado en que murió, pintando La Piedad. La obra del artista es un todo que también se compone de los intentos abandonados o inacabados que hablan de la propia producción, nos da una explicación.

En cualquier caso, esto hace más relevante el papel de su tía en la preservación de su memoria, dedicándole este espacio.

Ella con Lázaro, Felo y Josefa Medina lo hicieron posible, y me arriesgo a decir que sin la Casa-Museo Antonio sería una anécdota, con muy poca obra, fallecido muy joven y una producción destinada a dispersarse.

En uno de los primeros museos de la isla.

Salvo el Museo Canario, es el más antiguo de iniciativa privada en Gran Canaria.

De ahí su reconocimiento como Hija Predilecta, anunciado por el alcalde el pasado sábado. ¿Lo cree merecido?

Merecido al máximo. Se podría decir que su iniciativa la ha convertido no es una Casa-Museo, sino en una Causa-Museo, una causa frente al mal olvido, para defender un patrimonio que es una crónica de un tiempo que corre el peligro de perderse. Por eso, su labor va más allá de este espacio marcado aquí: es la defensa del paisaje natural, del patrimonio etnográfico, de la mujer real que es la depositaria del acervo, de los quesos, de las traperas, de los saberes ancestrales, de los rezados, santiguados y ceremonias de fertilidad.

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