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Guía

Ocho premios y un chasco

La vendedora que repartió el Sueldazo en Guía se quedó a un tris de quedarse con dos números

María de las Nieves Molina Tacoronte, al frente de su puesto, con Pedro Mendoza, salido de una revisión de cadera, ayer.

Mari Nieves Molina se llevó el pasado fin de semana un popurrí de sensaciones. La alegría por repartir cientos de miles de euros, y un soberano chasco a cuenta de un inexplicable despiste.

María de las Nieves Molina Tacoronte tuvo un viernes raro. Junto al centro de salud del casco urbano de Guía, donde ella posa su tinglado de la Once ahí truene o venga siroco, vendió este pasado fin de semana el número 86042, por más señas el de la serie 14, y del taponazo le endilgó al comprador 300.000 euros al contado y 5.000 euros al mes durante 20 años, lo que la convierte involuntariamente en una de las ‘empresarias’ que mejor paga de buena parte del hemisferio norte de este planeta.

Hace una corriente de aire importante en El Lomo, que es como viene a llamarse el harto oreado lugar donde despacha Molina Tacoronte, solo amortiguado en ventolera por el abigarrado trasiego que tiene el colocarse en el zaguán del punto médico, donde entran y salen personas con averías, o en su defecto para evitarlas, como es el caso de la discreta cola de candidatos a la vacuna anticovid.

Mari Molina siempre compra el 42 por ser el año en el que nació su padre, menos el viernes.

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Aquél 86042, serie 14, no venía solo. Vendió ocho, el del Sueldazo, y otros siete, que al no cumplimentar la serie, suponían otros 20.000 euros cada uno. 140.000 euros más. Pero aún le quedaban dos, que ni vendió ni se los quedó, sino que los devolvió.

Y resulta que el padre de Mari Nieves Molina Tacoronte, al que debe la vida y primer apellido, fue nacido en 1942, lo que ya solo por sí mismo tenía su reintegro. La cosa es que la vendedora siempre se queda con los terminados en 42, «de toda la vida», de casi toda, porque a pesar de que los estuvo viendo expuesto toda la semana “no me los quedé”.

Por la noche del sábado, cuando pasa revista al listado de premios y ve que el mundo pasó sin contar con ella, «me quedé sudando».

La noticia del campanazo, «que han echando hasta en la radio», puntualiza, no ha pasado desapercibida en la ciudad. Ni ella tampoco en los cinco años que lleva en la Once rumbiando con la suerte entre Teror y Guía, las dos plazas en las que ha repartido boletos a diestro y siniestro, mañana y tarde, después de vivir 27 años trabajando en los invernaderos de flor cortada de Costa Botija, hasta que el negocio quebró de raíz.

Se alegra de haber repartido la suerte, pero asegura que en el momento «me quedé sudando»

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La parroquia que tiene alrededor la piropea, mientras atiende a destajo. Aquí viene Manuel Benítez, «que no El Cordobés», señala para evitar distorsiones. «Aparte de buena persona tiene el corazón de oro», apunta Benítez añadiendo metal a la cualidad. «Tiene una empatía terrible», sentencia subiendo el grado. «¿No ves la cara que tiene?», lanza por último sin caer en que va con mascarilla.

Pero del que ganó el Sueldazo ni papa. «Aquí nadie ha venido picando el ojo», aclara una presente que no da el nombre porque está de bolillo laboral. Y tampoco tiene sospecha Molina, que de momento no echa a nadie en falta porque en estas ocasiones, según otra clienta, «lo propio es irse derechita, derechita y calladita al banco».

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