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Con mucho geito (2)

Cómo sobrevivir en medianías

Rita Díaz ofrece apuntes de cómo escapar de las penurias con los secretos de la tierra | Sus 91 años avalan el conocimiento heredado

Cómo sobrevivir en medianías | LP/DLP

Rita Díaz Díaz nació y se crio en una casa cueva de las medianías de Guía en un mundo ya pobre y reemprobrecido de propina por la Guerra Civil española. Fueron años de tirar de botica según las plantas de los alrededores y de poner en práctica saberes antiguos para escapar y vivir para contarlo.

Rita Díaz Díaz tiene una agenda imposible. De buena mañana llegó a su pequeña finca de Cercados de Merino para encalar unas paredes. También tenía que limpiar herramienta de la huerta, arrancar unos hierbajos, atender claveles y otros ornamentos de raíz y en una caja que tiene sobre la mesa esperan unas decenas de carozos de millo el tiempo de ir al molino a convertir el millo en gofio.

El trasiego comprende también regar las calabaceras, las de siempre y las negras, los calabacinos, las habichuelas y las judías veteadas, en un afán agricultor que se le ha incrementado en la pandemia: «Como ya no hay bailes, tampoco me pienso estar parada».

Además, son las once de la mañana, ya para ella casi la tarde, y aún debe hacerse el condumio porque hoy come ahí arriba, y no en su casa del casco de Guía, donde vive sola por reivindicación propia.

Rita Díaz Díaz tiene 91 años, en vísperas de los 92. Y jamás se vio a este lado del barranco de Silva a alguien tan mayor que luciera así de joven. Nació el 11 de junio de 1930, el año en que Karl Landsteiner ganó el Nobel de Medicina por descubrir los grupos sanguíneos de la especie humana, lo que ya es.

Llegó al mundo por dónde llaman El Marqués, frente a El Solapón, de la mano de una madre “que tuvo un rancho de hijos, 14, en una cueva casa con unos aposentos, con camas grandes donde dormíamos tres o cuatro y no fue hasta cuando un hermano mío, Juan Simón, que se fue a Venezuela, que hizo una casa en la banda de fuera de la cueva cuando vinimos a estar mejor atendidos”.

El mundo de Rita Díaz Díaz en aquél El Marqués era anterior al de los propios siglos cronológicos, y apenas pudo ir a la escuela, lo mínimo para leer, hacer unas cuentas «y firmar», algo que se perdió la ciencia por que de suyo exhibe una inteligencia de romper los tests, pero aplicada en su caso a la supervivencia pura y dura.

Cuatro años después de nacer comenzó la Guerra Civil y a las dos años de terminada, con ocho años de vida, cargaba los ceretos de mimbre al hombro para abonar con estiércol en un mundo de por sí pobre, y reempobrecido por la contienda. Cuando no era el acarreo de ceretos, era al frente de las vacas, haciendo queso, pastoreando las 30 ovejas de su padre, o arando con la yunta. «Para sacar de todo, verduras y papas que, con los ñames que íbamos a buscar al agua del barranco y la leña que recogíamos en Hoya María, en el cortijo de La Solapilla, preparábamos potajes en calderos grandes».

«Cuando la vaca se secaba, hervía hojas de limoneros, que con azúcar da un agua tan rica»

Rita Díaz - Agricultora y ganadera

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De aquella época aprendió a sacar sustancia de la nada. «Cuando las vacas se secaban yo a mis hijos le daba agua de limones. Cogía las hojas de los limoneros, las ponía a hervir, y a aquello se le ponía azúcar o gofio y se la comían con pan. Ah, aquella agua era tan buena».

Y parece que sí, porque su hijo Manolo, uno de los seis de que hoy disfruta Rita asiente, eso sí, muerto de risa.

Rita relata un tiempo de cocinar en la pollata, a leña, -«no habían cocinas de luz»-, de buscar el agua a la fuente, y de rellenar los colchones con la paja resultante de la trilla de cebada.

«A mis niños», sigue relatando con riesgo de que su hijo se explote, «los colocaba en la misma cama dos para arriba y dos para abajo, así juntitos, que antes no nos andábamos con boberías de que se quedaran solos. Allí los dejábamos durmiendo hasta la vuelta del trabajo o de la misa. Manolo fue al único que encontré un día de pie revolviendo cajones».

Rita se vino a casar con 22 años. Tuvo una buena parranda de sus hijos «en las cuevas, otros más en otra casita y luego en el 71 me vine para abajo, a La Calzada, con mi marido de boyero en la finca de Chano Nuez. Plantaba millo, todas las cosas que hacían falta, y Chano compró unos cochinos para que le echáramos de comer. Llevamos las vacas y las ovejas y allí estuvimos dos años y medio», cuenta con una memoria pasmosa.

«Aquello era lo más frío que había. La casa en un alto a la que solo le llegaba el sol unos minutos a las once. Por eso tuvimos que irnos. De tan umbría que era, y sepa usted que la relentá siempre la va uno recogiendo en el cuerpo». De ahí a una bronquitis, la nada.

Rita no tiraba de farmacia en aquél mundo sin botica, pero de cuyas lomas brotaba un vademécum. «La nauta la cogía para la gripe; el poleo para la tos; y si el niño tenía fiebre, con pasote y un poco de aceite dentro, ya no había enfermedad. El papel vaso lo empapaba en aceite de oliva y lo enrollaba en el estómago para bajar la inflamación».

«También majábamos la brujilla, el ortigón, y con una cucharita de aceite de almendra le aliviamos al niño la bronquitis de la garganta. Si la tos era más seca se guisaba eucalipto blanco, y si la fiebre iba a más, íbamos a buscar la agráfica, porque en todos sitios no la hay. Y para la gente con azúcar, el marrubio, una hierba blanca que echa unas rositas como picones, amarga, y que es buena para eso».

El caso es que Díaz Díaz está como un reguilete. Todos los días va de vuelta a Guía caminando por aquellas cuestas abajo, más de media hora de camino, y eso que tiene reciente una caída doméstica a cuenta de una escalera. Se dobló un pie.

«Fui al traumatólogo».

¿Y usted qué le dijo?

«Que me duele menos andar cuando me pongo los tacones».

En la imagen, Rita Díaz Díaz en un momento de la entrevista, realizada en su pequeña finca de Cercados de Merino, en la parte alta del municipio de Guía, a la que acude todos los días desde el centro de la ciudad en guagua, para regresar caminando a sus 91 años de edad. En sus tierras planta, encala y arregla, se cocina el condumio y luego regresa caminando en un paseo de más de media hora de camino. |

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