La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

San Bartolomé de Tirajana

Sonrisas contra la desesperación

En poblados como Pedrazo Alto la pandemia se vive con «respeto» y vecinos como Gloria Araña han pasado a las colas del hambre

Juan Grande y Gloria Araña a las puertas de su vivienda.

La pandemia no se ha vivido en todos los barrios igual. En poblados como Pedrazo Alto, en sus apenas tres calles se ha pasado del bullicio y las reuniones vecinales al silencio. Ya no hay encuentros entre los vecinos. Tras las paredes de las viviendas algunos atraviesan situaciones económicas y sociales dramáticas.

Gloria Araña y Juan Grande, de 56 y 57 años, no tienen ingresos y a duras penas se buscan la vida para comer. En apenas un año han pasado de vender tapas y bocadillos en los mercadillos a bordo de su caravana a buscar chatarra con la cual poder conseguir unos pocos euros que les permita hacer una compra básica. Cuarenta y seis años dedicada al mercadillo han terminado, por culpa de un virus, con su roulotte parada en un solar y con Gloria y su marido en las colas del hambre. La pandemia ha arrebatado absolutamente todo a esta pareja y el desánimo se apodera de ellos a ratos, y aunque Gloria se confiesa sumida en una depresión tampoco puede permitirse el lujo de quedarse sentada en el sofá. «Somos gente hiperactiva y luchadora», cuenta. Pero si algo no le ha quitado esta crisis es el humor, porque Gloria es capaz de contar la situación dramática que atraviesa alternando las lágrimas con la mayor de sus sonrisas y hasta chistes.

Esta pareja reside en el poblado de Pedrazo Alto, en San Bartolomé de Tirajana, un barrio humilde de literalmente tres calles por las cuales se distribuye una veintena de viviendas. Allí habita gente normal en un barrio normal donde la pandemia se ha vivido con «miedo y respeto», cuentan sus vecinos, pero intentando llevar una vida lo más regular posible dadas las circunstancias.

Poblado de Pedrazo Alto. Andrés Cruz

Las tres calles están prácticamente vacías porque los vecinos trabajan o están en sus casas. Y es que apenas hay movimiento más allá de una reunión que varios vecinos convocan los viernes para tomar un café en el pequeño parque infantil, aunque cada vez menos. Allí, donde da el aire y pueden mantener las distancias de seguridad, porque la Covid acecha.

En Pedrazo Alto apenas residen unas 130 personas que a las dificultades propias de la crisis sanitaria han sumado también el revés económico porque gran parte de sus habitantes se ha visto este año anotado en las listas del ERTE, perdieron el trabajo al que iban a acceder justo cuando se decretó el estado de alarma o directamente han acabado en las colas del hambre aquellos que han corrido con peor suerte. En el barrio los vecinos viven del sector turístico, los servicios de limpieza, los mercadillos o la agricultura.

Ayudas denegadas

Hasta que entró en vigor el estado de alarma, Gloria y Juan trabajaban en dos mercadillos de San Bartolomé de Tirajana y uno en Mogán, vivían sin lujos pero ganaban «para vivir bien y pagar las facturas». Hasta que tuvieron que echar el cerrojo de un negocio que alimentaba a 10 personas, ya que tenían empleados a algunos familiares. «De repente nos vimos en casa y sin ingresos, es horrible», relata Gloria minutos después de desmontar una lavadora en el salón de su casa en la búsqueda de piezas de chatarra que pueda canjear por dinero.

«Pedimos la ayuda del ingreso mínimo vital y nos sale denegada, la del SEPE también denegada y mi marido pidió otra ayuda que le rechazaron porque vive conmigo y yo tengo pendiente la deuda del autónomo», cuenta Gloria entre lágrimas.

En las calles de este barrio se ha pasado de las reuniones en el parque al silencio absoluto

decoration

Ella, diabética hipertensa y con artrosis y él con varias operaciones de hernias encima son usuarios de las colas del hambre. Acuden una vez al mes a la ONG Elomar, cada dos meses reciben un cheque de 150 euros para comprar comida y el Ayuntamiento les paga el agua y la luz. «Y aún así no llegamos. ¿Usted sabe cuánto hace que no me como unos chocos en salsa, que es mi plato favorito? Más de un año. Pero cuestan cinco o seis euros y no puedo permitírmelo», lamenta Gloria. Gracias a la pequeña ayuda de algunos amigos han podido pagar el seguro del coche para, al menos, poder ir a recoger la chatarra con la que sobreviven.

El golpe ha sido tan grande que ya no sabe si quiere volver a los mercadillos. «En San Fernando ponen el de segunda mano, pero en ese nos han denegado tres veces la participación. ¿Volver? No sé que decirle, porque la ilusión se ha ido», señala, «además, si volvemos, ¿qué hacemos? ¿cómo compramos la mercancía si no tenemos dinero?». Y la edad tampoco ayuda a esta pareja. Juan es carpintero, habla tres idiomas y tiene experiencia laboral en varios sectores. «Ya soy viejo para todo el mundo y nadie me llama para trabajar», lamenta. Gloria y Juan son el reflejo de la cara más dura de la pandemia, aquellos para quienes la tan ansiada recuperación parece estar más lejos.

Juan Rodríguez, cocinero de hotel, camina por las calles de El Pedrazo Alto sin mascarilla solo para la fotografía. Andrés Cruz

Para todos los vecinos de Pedrazo Alto la pandemia ha sido dura, aunque para personas como Juan Rodríguez, quien vive a pocos metros de Gloria y Juan, estar incluido en un ERTE ha sido un colchón para poder subsistir. Cocinero en un hotel, a sus 56 años lleva «un año sin salir de la cueva», como se refiere a su casa. «Más que para lo justo y necesario». Su vida ha cambiado, y ya hasta evita irse de excursión por la isla.

Cuenta que la pandemia en el barrio se vive como en cualquier lado. «La gente solo sale para ir a trabajar o para tender la ropa», dice, «a uno se le para la vida y solo está en casa». Lo máximo que hace es salir a caminar desde su casa hasta el Faro de Maspalomas y Meloneras, y vuelta a casa. Y para matar el tiempo se dedica a cocinar recetas que solo había hecho en el trabajo y jamás en casa, como el pulpo en salsa, el arroz con leche o la masa para pizza. A Juan, la pandemia y el paro temporal se le está haciendo pesado y ya tiene ganas de volver al trabajo.

No todas las personas que viven en Pedrazo Alto son trabajadores en paro. Encarna Díaz, de 69 años, ya está jubilada. Llegó al barrio desde Las Palmas de Gran Canaria hace 30 años para dedicarse a la agricultura. La pandemia la ha vivido con «miedo». «El año pasado casi no salimos de casa y este año vamos por el mismo camino», cuenta mientras riega las flores que tiene en un pequeño parterre a las puertas de su vivienda, «y menos mal que vivo aquí, porque en un piso me ahogaría, aquí al menos corre el aire». Con esta crisis sanitaria, relata, la gente ya no se reúne. «Antes hacíamos más vida en la calle y teníamos reuniones en el parque, daba mucha vida ver a los niños del barrio jugar y correr, pero ahora ya ni eso». La alegría, para ella, mutó en tristeza.

Las calles de Pedrazo Alto están ahora un poco más silenciosas y en el interior de las viviendas más de un vecino atraviesa una situación económica y social difícil. Esperan ayuda, algún flotador económico que les permita atravesar este bache. Mientras tanto, unos seguirán con la chatarra y otros esperando la reactivación de su sector y el fin de su ERTE, pero todos en sus casas porque las reuniones en el pueblo por ahora pasaron a mejor vida.

Compartir el artículo

stats