Tejeda quiere reforzar aún más el vínculo que le une por nacimiento con el prestigioso médico y científico José Domingo Hernández Guerra (1897-1932). Aunque desde hace años sus paisanos le dedicaron la calle principal del casco, ya peatonalizada, ahora el Ayuntamiento quiere que su figura no se reconozca solo en una placa del callejero sino que tanto vecinos como visitantes tengan más cerca la figura de este hombre que nació a las sombras del Nublo, y llegó ser un destacado catedrático especializado en fisiología y farmacología.
Además de tener previsto nombrarle Hijo Predilecto de Tejeda, la corporación municipal ha intentado incluso que sus restos mortales pudieran reposar en este paraje cumbrero desde donde un día salió para realizar sus estudios en Madrid y desde donde emprendió su periplo de vida, algo corto porque fallece joven, con apenas 35 años, siempre motivada por sus trabajos de investigación científica, que le llevan hasta Francia o Bruselas.
Pero debido a que sus tres nietos, a quienes plantearon esta idea, han preferido que los restos de su abuelo permanezcan en la capital de España junto a los de su mujer, el Ayuntamiento ha optado por encargar un busto para que, de alguna forma, una parte de su figura permanezca siempre en su pueblo natal. La escultura se va a colocar frente al edificio consistorial, y casi al lado de la casa en la que nació.
De la cumbre de Gran Canaria a los más alto de la investigación médica. Hernández Guerra fue uno de los grandes valores de la escuela fisiológica española, primero como ayudante de Juan Negrín y después como autor junto a Severo Ochoa del manual Elementos de Bioquímica, que tuvo varias ediciones al ser muy valorado por profesores y estudiantes, y al que estos últimos bautizan como ‘El Guerra’.
Explica el regidor de Tejeda, Francisco Perera, para quien Hernández Guerra fue sin duda «un fuera de serie» y uno de los destacados profesionales de la medicina del siglo XX, que desde la corporación han considerado que este era el momento para rendirle un merecido homenaje y por eso además de dedicarle un busto se va a reproducir mediante facsímil el manual de bioquímica que hizo junto a Severo Ochoa.
Es mano derecha de Juan Negrín, y escribe un manual de Bioquímica junto a Severo Ochoa
La obra ya ha sido encargada al escultor Wenceslao Jiménez, y el Ayuntamiento dispone hasta de una partida de 14.881 euros que ha aportado el Cabildo para este homenaje. A este artista granadino, ganador de diversos certámenes de escultura, y con obras en museos y colecciones privadas de España, Europa y Chile, le ocurre como a Hernández Guerra, que a parte de su obra comparte amistad y logros, y en este caso artísticos, con otro maestro como es el caso de Luis Arencibia. Cabe señalar que la obra de Neptuno que se levanta en las aguas de la playa de Melenara la realizó Arencibia pero se fraguó en la taller de Jiménez.
Pero quizás la gran pregunta, volviendo a la figura del ilustre científico grancanario, es cómo pudo llegar tan lejos en su corta vida profesional, hace un siglo, procediendo de una familia humilde. Parece que aparte de su sapiencia, también algo tuvo que ver su madre, María Jesús Guerra, que era pariente de la madre de Negrín, quien procedía como ella también de Las Lagunetas, en San Mateo. Eso hace que cuando su hijo, tras concluir sus estudios en el Colegio de San Agustín en Vegueta, llega a Madrid, ya entra en contacto con Juan Negrín, que sería después su maestro.
En Madrid se forma como médico en el Colegio San Carlos, donde es alumno de Ramón y Cajal. Aún siendo estudiante, en 1916 ingresa como ayudante en el Laboratorio de Fisiología donde luego ejerce de médico.
Becado por la Junta de Ampliación de Estudios, en 1920, trabaja en el campo de la fisiología experimental en el Colegio de Francia con Eugène Gley y Louis Lapicque. Al año siguiente se traslada al Instituto Fisiológico de Bruselas con Nathan Zuntz , y luego a Berna con León Asher.

A su vuelta, en 1922, se doctora con la tesis 'La resistencia muscular a la fatiga en condiciones fisiológicas', y le nombran profesor auxiliar de la cátedra de Fisiología que regentaba Juan Negrín, haciéndose cargo de las clases prácticas, donde aplica una formación basada en métodos experimentales, totalmente desconocido en España.
Aunque en 1926 obtiene, por oposición, la cátedra de Fisiología de la Universidad de Salamanca renuncia tres años después debido a que la dotación es insuficiente, y vuelve a Madrid, donde obtiene la plaza de jefe de Farmacología Fisiológica del Instituto de Farmacobiología de la Junta de Ampliación de Estudios, organizando uno de los laboratorios de investigación más modernos de España, formándose a su lado Severo Ochoa.
Toda una vida entre estudios e investigaciones que se paralizan de golpe por una subida de tensión. Casado con Consuelo Godoy Asguas, apenas tiene tiempo para disfrutar de la familia que formó junto a su mujer y sus hijas Angelines, y María Jesús. Comenta Rafael Ibáñez Hernández, hijo junto a Yolanda de Angelines, que recuerda que en el salón de la casa de su abuela siempre estuvo su título de Medicina y que, desde que enviudó hasta que fallece, con 103 años, le guardó el luto. De su hija María Jesús hay otro nieto, Jorge.
En Tejeda cuentan que un mes antes de su fallecimiento disfrutó Hernández Guerra del hoy famoso Charco de las Palomas donde pudo saborear un último encuentro con su familia y amigos.