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El Ayuntamiento de Valleseco compra doce piezas de la obra del escultor Félix Reyes

La colección realizada en cajas de madera se colgará en la sala del Auditorio de Valleseco | El artista confiesa sentirse «muy feliz de ser profeta en su pueblo»

El escultor Félix Reyes. LP/DLP

Dice el refrán que Nadie es profeta en su tierra. Quizás por eso el escultor Félix Reyes Arencibia (Valleseco, 1941) confiesa que se siente feliz de que el Ayuntamiento de Valleseco, localidad donde nació hace 80 años, concretamente en el barrio de Lanzarote, reconozca ahora su trabajo. “Feliz de ser profeta en mi pueblo, es una maravilla porque Valleseco y yo somos una sola persona”, explicaba ayer a través del teléfono móvil desde Logroño, donde reside junto a su mujer Rosa Castellot.

Unas doce piezas acaba de adquirir el Ayuntamiento de Valleseco de una colección que se ha podido contemplar en la capital grancanaria recientemente. Del valor de la compra, unos 36.000 euros, intenta evitar dar detalles el regidor de este municipio, Dámaso Arencibia, porque entiende que en este tipo de inversiones eso no es lo importante. Explica que precisamente es el municipio el que tenía una deuda con este escultor, Hijo Predilecto de Valleseco, pues de su obras solo existen dos trabajos, una en la plaza de la iglesia, que representa a una señora en una ofrenda, mientras que la otra, que se encuentra en el vestíbulo del Auditorio, simboliza el interés de una mujer por recibir más cultura.

El artista fue alumno de Abraham Cárdenes y fue becado para estudiar en Madrid

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Es en una sala de este edificio, que se va a llamar Sala Félix Reyes, donde va a quedar expuesta toda esta colección, realizada en cajas de madera, la componen El balcón que la forman cuatro piezas que muestran el paso de la vida; y otras ocho de una serie integrada por La ofensa, La ventana, Soledad deseada, Soledad impuesta, Declaración de amor, El entierro, El fin del camino y La beca, que hablan de cada uno de los momentos que han marcado la vida de este escultor, y que simbolizan desde cómo descubre la escultura, lo importante que fue la beca que obtiene del Cabildo para estudiar Bellas Artes en Madrid, enamorarse de su mujer, y otras circunstancias más tristes, como el fallecimiento de su madre.

«Siempre trabajo con la memoria, con el recuerdo. Siempre digo que el presente no existe porque ya pasó, y del futuro lo desconocemos todo», declara, a la vez que insiste en que «nos queda lo vivido», y son esos recuerdos los que le brotan cuando trabaja. De hecho, con La ventana cuenta cómo cuando iba al cine con unos amigos, al pasar por la calle Pamochamoso vio trabajar a Abraham Cárdenes en su taller, y fue tal la curiosidad que le causó que no llegó al cine. Lo siguiente fue pedirle al reconocido artista que le aceptara como aprendiz.

Tras 35 años como catedrático en Logroño, ahora ya retirado, dedica todo su tiempo a crear

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Si bien sus padres, que se habían trasladado a vivir a la capital grancanaria, apoyan su decisión, se sintió «muy dolido» del comentario que hizo una tía, que a su juicio por no entender el oficio de un escultor , le dijo a su padre «que su hijo era un vago y que lo pusiera a trabajar». Ese dolor, comenta que le sirvió para luchar contra la adversidad, y ponerse el reto de que iba a lograr sus sueños, que iba a empeñarse a fondo y que no iba a volver a la isla hasta que triunfara como artista. Finalmente lo logra , aunque no regresa a su pueblo, Valleseco, del que dice que siempre que puede presume, así como de su gente.

Es así como en 1954 comienza los estudios de escultura en las Academias Municipales de Las Palmas, y se prepara por las tardes con Abraham Cárdenes para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de Tenerife. En el curso 1961-62, gracias a una beca del ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y otra del Cabildo Insular se traslada a la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y obtiene el título de profesor de Dibujo en la especialidad de Escultura, en 1965.

El fin del camino. LP/DLP

Al año siguiente inicia su trabajo como docente en la Escuela de Arte de Logroño, en la que ha impartido clases durante 35 años como catedrático de Volumen y de la que ha sido también durante diez años director.

Jubilado desde que cumple los sesenta, es en esta nueva etapa de su trayectoria vital cuando de verdad tiene tiempo para la escultura. «La mayor de mi obra, el ochenta por ciento, la he hecho después de dejar las clases, pues es de verdad cuando tengo tiempo para pensar, dibujar y realizar esas piezas en las que brotan todo lo que recuerdo», concluye.

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