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Agaete | Fiestas de Las Nieves 2021

Una Rama en diez metros

Agaete luce su mejor alma de fiesta a pesar de las restricciones por la pandemia

La pandemia impide la Fiesta de la Rama en Agaete

La pandemia impide la Fiesta de la Rama en Agaete La Provincia

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La pandemia impide la Fiesta de la Rama en Agaete Juanjo Jiménez

Si alguien llegara a pensar que dos años sin Rama iba a hacer mella en el espíritu de Agaete erró de cuajo. Ayer la villa vivió algo mustia la fecha, pero con la fiesta anclada en el alma.

«Del cielo cayó una rosa, y me cayó en el ombligo, si se junta más abajo, la breva con el higo». Concha Rosario Medina, de 86 años, recita la estrofa después de levantar las manos a las diez de la mañana, hora en la que del común, sin covid mediante, hubiera dado comienzo al rebufo del volador la bajada de la Rama. Pero no hubo tal. Y para remendarlo, «solo bailé un poquito».

Agaete vivió ayer por segundo año consecutivo la No-Rama, y lo hizo con pesar. Habían mustios desde la iglesia de la Concepción hasta el arranque del Valle. Justo en la esquina que da inicio a la calle principal, que recibe el nombre de la patrona, se encontraba una caja de turrones La Moyera, a estos efectos pandémicos el auténtico termómetro del estado de cosas. Si un ministro de Economía quisiera evaluar la estadística del Producto Interior Bruto en condiciones tiraría de Pedro Mentado y de Ramón Quintero, arrimados a babor y a estribor del arcón de golosinas almendradas.

El romero Pepe Bolaños cumplió fiel a su promesa y de propina se lleva un himno de regalo

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Mentado lo ilustra fácil. A la temprana hora de las nueve de la mañana de un 4 de agosto anterior al estado pandémico vendía 200 euros de entullo. Ayer eran unos escuálidos 20. Y si antes se plantaba en la jarana con dos cajas, ahora se posa con una. Así todo, como si la vida hoy tuviera un dígito menos. Lo mismo ocurrió ya en San Juan de Arucas o con Santiago en Gáldar.

Concha se encuentra una cuadra por arriba, con Sarina González, en la plazoletilla de la calle de Las Nieves, por donde la tienda de Lola. Rosario Medina, como un resorte, pega a bailar de nuevo y arranca de solista para verbena general: Tin Marín de dos pingüé, cúcara mácara títere fue, el inglés tiró la espada y sacó el 43. Pasó la mula, pasó Miguel. Mira a ver quién fue…

¿Qué si nos da pena que no saliera la Rama? Pues hay pena, pero no del todo. «Emociona, pero la realidad nos supera cuando pensamos en los enfermos y en los que se han ido, eso sí que da pena porque a nosotros al menos nos vendrán tiempos mejores», sentencia González cerrando elegante el conato de enrale.

Esto a pesar de un Agaete al que la luz blanca le rebota de proa a popa con los banderines al viento y el contraluz verde y azul de sus siete laureles de la plaza, haciendo bueno el dicho de míralo y vete que en el corazón se mete.

El centro cultural exhibe una fiesta a escala que se ha convertido en una novelería sin igual

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Una postal que apunta a la esperanza de ver allá al fondo, en el callejón de Los Romeros que se encuentra en la cima de la calle Guayarmina, la cocorota del primer papagüevo bajando, pero el normal trasiego de bancos, oficinas, estancos y supermercados disuelve el espejismo. Además, para más inri, El Perola, el bar donde vuelan las cáscaras de manises está cerrado por todas sus cancelas.

A las once la novelería se encuentra solo en mitad de la calle Concepción, en el Centro Cultural de la Villa, detrás de dos ventanas enormes abiertas de par en par y con un señor del Ayuntamiento en el zaguán del año de la pera velando por aforos y mascarillas.

El masajista profesional Anyelo Jiménez, de 37 años, nacido en Agaete, es el comisario, director, autor y primer admirador de la muestra Un 4 de agosto, al fin y al cabo el primero que la vio fue él, cuando fue tomando forma con sus manos casi por combustión espontánea, en una ocurrencia de un día para otro.

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La pandemia impide la Fiesta de la Rama en Agaete Andrés Cruz

Anyelo hasta el pasado mes de enero del año en curso lo más parecido a la prectenología que había practicado era el montaje del belén de su propia casa, hasta que le dio por incorporar la ermita de Las Nieves. Así fue como le cogió el toque de queda, que si bien para los mortales de a pie significa un apagón, a él le supuso una suerte de iluminación.

Tras la ermita de Las Nieves tiró por algo más alto: la iglesia de la Concepción. Y ahí se montó el lío. Como no hay dos sin tres, le añadió la plaza de la Constitución, luego el edificio del Perola, y así fue tirando para arriba hasta llegar al Ayuntamiento, que está donde Juanito perdió el poleo, en un trabajo en el que ha invertido unas mil horas, echando todos los días de entre cuatro a seis, y festivos a piñón fijo. «Yo fui el primer sorprendido», explica Jiménez en la balaustrada del patio interior de la casona, que ya de por sí es de ver.

El hombre se iba viniendo arriba mientras armaba con poliespan los paramentos de las viviendas y establecimientos, todo con material doméstico de derribo -«esas farolas son pajitas pintadas de negro»-, y era tal el frenesí constructivo que tenía que mandar a la madre, Juanita Mary, «un pilar fundamental», a sacar fotos con el móvil del entramado urbanístico cuando surgía una duda en el quiebro de un balcón, el quicio de una ventana, o el remate de una cubierta.

La obra empezó a lo bobo a lo bobo y hoy es lo más parecido a una Rama desde hace dos años

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Así, lo que luce en el salón principal es una foto fija del momento cumbre de cualquier Rama. Con sus ambulancias, sus dispositivos de emergencia, helicóptero incluido, a lo que se suma el Bazar La Diana, las cajas de turrones, visitadas ya por los mentados Ramón Quintero y Pedro Mentado, que de postre se quedaron encantados, Pablo El de los ciegos, que es como se conoce al vendedor de la ONCE, la Farmacia, Correos, el BBVA con todas sus letras, la biblioteca y hasta Josefina, una vecina que forma parte indisoluble del paisaje de la plaza anexa a las casas consistoriales, y que cuando se vio en escala liliput «se quedó llorando sin palabras».

Justo enfrente, en la azotea del Ayuntamiento, alonga la alcaldesa, según señala Jiménez, con el volador en la mano que se tira a las cinco de la mañana. Se sabe la hora por el reloj que preside la fachada de la iglesia, y que funciona en tiempo real. «Es un despertador», señala, embutido en la fachada y que da el pego en toda regla.

Y en la calle de mentirijillas, los papagüevos, con carne de escayola, vestidos por Juana Mary, acompañados de la Banda de Guayedra, de la que Jiménez forma parte al mando de la caja de percusión, y por delante y detrás una ristra de 300 romeros-playmobil donados por el vecindario después de soltar un güasap pidiendo extras para la composición. «Aquí venían desde niños con uno solo, a un coleccionista que me dejó cien».

Total, que entre el rebumbio de horas y unos 1.200 euros de material aquello, ayer y hoy en día, es lo más cercano a una Rama que se ha visto en los últimos dos años aunque sea en diez metros de lado a lado. Y de hecho, también es una rama desde que abriera el pasado sábado al público, con centenares de personas que la han disfrutado, sobre todo niños muy pequeños que se habrán enterado de lo que esconde Agaete cada 4 de agosto por la visión del señor Anyelo Jiménez, de tal forma que el Ayuntamiento ya está pergeñando en dejarlo fijo desde que vea un sitio dónde. De momento se puede visitar hasta finales de mes, con un plazo ampliado en vista del trasiego, y abre de lunes a sábados de diez y media a una de la tarde, y de seis y nueve de la noche, y los domingos de diez y media a la una y media de la tarde.

«Hay pena, pero por los enfermos y los que se han ido. A los demás nos vendrán tiempos mejores»

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Ya entrado el mediodía, fuera, en la calle de verdad, también se produce una minirepresentación de la Rama a cargo de Pepe Bolaños y familia, de los únicos en todo el día que se vieron en la mano con un matojo de pino, menta y poleo. Pepe salió airoso de una operación a pecho descubierto hace ahora 28 años y desde que se vio con fuelle le prometió a la Virgen que cada 4 de agosto tendría su ofrenda, pandemie lo que pandemie. Y ayer no iba a ser menos. Allí estaba de tertulia contenida en el cruce de caminos de la Concepción con Antonio González, que hizo noche en Tamadaba, con María Avila, que viene a ser la mujer de Pepe, con el hijo de ambos, Daniel Bolaños y su esposa Haydeé Fuertes, a la que hay que sumar a la tía Mari Carmen Bolaños. Y de propina extra el Matizado, Mati para los amigos, que él viene a ser el que lleva 19 años pegándole mecha al famoso volador de la fiesta, el de las 5 de la madrugada y el de las diez de la mañana.

Dicho el reparto ahora va el guión, con Antonio González explicándole a una parranda de muchachas extremeñas recién aterrizadas en el percal lo qué es eso de la Rama , ellas atentas con ojos de souvenir, mientras Matizado se refresca la vista con una cerveza, Haydeé va explicando quién es quién, María matiza datos y la tía Mari Carmen se lo pasa en grande.

Y es que resulta que una vez hecha la promesa de Pepe de subir a buscar la Rama le pidió a su madre, Silvana, que cuando oyera un volador tirado en aquellos riscos ya de vuelta, le fuera preparando un caldito para amortiguar la entrada al pueblo. Aquello se convirtió en una tradición para un buen zafarrancho de romeros, tanto que, fallecida la madre, son sus hermanas las que siguen confortando a los romeros.

La matemática del turronero es la mejor gráfica para entender lo que ocurre con el PIB

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Así fue como se compuso la pieza El caldito de Silvana, que fue presentado ayer por la mañana y colgado en You Tube poco después, obra de Orlando Cruz González e interpretado por el grupo de música Son Caché. El vídeo, de obligada visualización, es una recreación de lo que cuenta Pepe a las doce del mediodía con los ojos cuajados de recuerdos, interpretada por los actores Ana Bermúdez Álamo y Alejandro Armas Jiménez. Si alguien esperaba que la maqueta de Anyelo era el único pasmo del día, aquí venía el siguiente para un Agaete que ni siquiera imaginó el coronel Aureliano Buendía.

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