La Provincia - Diario de Las Palmas

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Viajes | Así nos ven

Una mirada foránea a Gran Canaria en el retorno de los refugios temporales

No es la isla más grande, ni más vieja, ni más visitada, pero tiene una historia insuperable, lugares inquietantes y olas en playas inmensas

Las dunas de Maspalomas.

Aquejados por la pandemia coronavírica inmisericorde que los dejó quebrados, van despertando con la lentitud de una resaca monumental los lugares que tienen su vitalidad marcada por el turismo estacional. Pero las afortunadas Islas Canarias, en pleno océano Atlántico, tropicales, bellas, diferentes en paisaje, vegetación y paisanaje son reclamo todo el año; tan cerca y tan lejos de esa costa africana que le da vecindad y penas con un tráfico humano de gentes en busca de una vida mejor que demasiadas veces encuentra la muerte sembrando de tristeza la belleza canaria. Clama al cielo que algo habrá que hacer en un asunto que trasciende fronteras.

Pero, como en la vida misma, penas y alegrías coexisten. Y aquí los visitantes vacacionales dan energía económica. Las ocho Islas Afortunadas (Lanzarote, Fuerteventura, Gran Canaria, Tenerife, La Graciosa, La Gomera, La Palma y El Hierro) son, por su posición planetaria, atractivas a tiempo completo. De todas, la capital política de la autonomía canaria compartida, Gran Canaria, no es la más grande, ni la más vieja, ni la más visitada, relatada, festiva o cantada, pero guarda una historia insuperable, lugares hermosos, inquietantes, áridos, verdes, de olas que mueren en playas inmensas o se estrellan en riscos inhóspitos, de renacer económico, o todavía de establecimientos grandes y chicos cerrados, en ruina, varados esperando segunda vida como barcos abandonados que luchan por salir del atolladero y navegar.

A más de 1.000 metros Tejeda es un pueblo precioso, encalado y embalconado

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Es este archipiélago un capricho de Vulcano que envuelto en ira elevó del océano unas tierras con sello de naturaleza propio. Algunas son viejas y desgastadas como Fuerteventura, otras jóvenes y en explosión aún, como El Hierro. Su diferencia, exotismo y, sobre todo, su clima y sus playas son meta para los necesitados de luz de sol. De los casi 2,2 millones de habitantes de las Canarias, Gran Canaria supera los 800.000 y su capital es la más poblada. Según estadísticas, que son más que números, casi 10 millones viajan por placer al año a las Islas, o viajaban antes de la debacle covid. Aunque Tenerife se lleva la mitad, buena parte desembarcan en Gran Canaria, que uno descubre, a poco que a ello se dedique, con infinidad de matices.

El Museo de Colón. Josefina Velasco Rozado

Como impresión general del conjunto de esta isla, la tercera en tamaño y en antigüedad de formación, uno queda sorprendido, salvo que pase los días en el hotel de todo incluido, piscinas bien servidas y playa próxima. Entonces la sensación será de bienestar y atención esmerada. Hay amabilidad y simpatía en este acento que se exportó al Caribe del otro lado del bravo Atlántico, como se exportaron hombres, tradiciones, cultivos y costumbres en una fusión hecha de ciclos de ida y vuelta.

Pero si viajar es más que dejar el cuerpo suelto a sus anchas entre placeres efímeros; si se quiere llevar en la maleta de vuelta alguna experiencia de esas vitales, entonces hay que patear. Y pateando, aunque sea motorizados, se ven más cosas. Hay en la sureña Gran Canaria un norte, un sur, un este, un oeste y un centro que siendo del mismo cercado de mar son muy diferentes.

Árboles singulares

Palmeras de mil especies, flamboyanes floridos pueblan la costa oeste, junto con ficus y floresta de adorno sin fin. Al norte se suman más dragos tan característicos. El Cabildo ha realizado al parecer un catálogo en el que se plantea actuar con las especies amenazadas y conservar la cubierta vegetal tan importante para retener suelo fértil y agua imprescindible y escasa. En el suroeste, seco y turísticamente resplandeciente, ahora recobrando cuerpo, destaca la aridez de un terrazgo entre amarillento y marrón, donde sorprende el verde de algún campo de golf en contraste con la superficie dunar protegida de Maspalomas, hecha de aportes arrastrados de los barrancos del centro isleño y modelados por el viento; supera los seis kilómetros de desierto, «pequeño Sahara», conformando una playa plagada de sombrillas y cuerpos al sol. Dentro de este entorno, las dunas consolidadas crean grupos de matorral y son hábitat animal particular y alguna pequeña laguna.

De sur a norte, hacia Las Palmas hay poblaciones que explotan sus playas, coexistiendo con aerogeneradores a cientos, nuevos elementos del paisaje entre polígonos y centros comerciales… Y donde parece que no hay nada la tierra se cubre con un manto pardo de invernaderos, mimetizados con el color árido del terrazgo en Vecindario, Arinaga, Telde hasta la capital. Servirán para poner en la mesa frutas, verduras y hortalizas, pero cuando están abandonados semejan jirones de piel herida que precisa rápida intervención. Menos mal que la vista siempre se pierde en el azul cercano del mar.

Viniendo como viajeros del norte peninsular, era necesario ver el norte isleño pintado de verde en el mapa, porque el verde crea adicción. Se impuso ascender curvas arriba hasta Teror. Este centro norte de Gran Canaria escala hasta los 1.919 metros del Pico de las Nieves, casi un manifiesto de lo que fue la elevación volcánica que debió darle vida. En Teror, a casi 600 metros, hay verde y agua (Aguas de Teror) y un arbolado abundante, orgullo del catálogo realizado por el Cabildo.

En el listado de árboles singulares se citan «desde acebuches, alcornoques, algarrobos y cedros hasta encinas, olmos, dragos, flamboyanes y cardones» junto a eucaliptos. En el ascenso, barrancos arriba, hay pinares maravillosos, que escalan a 1.200 metros, luchando por sobrevivir al fuego devorador que los carbonizó. Esa riqueza arbórea hace que en Teror se instale un jardín botánico, nada menos. ¿Qué no habrán visto alguno de los ejemplares de árboles singulares con más de 300 años? Su cuidado es el de la historia de todos. Tal vez la Virgen del Pino, patrona grancanaria en su basílica de Teror, que por eso tiene palacio episcopal, sea capaz de proteger este patrimonio natural, junto con el arquitectónico de casas con balcones de madera y celosías para mitigar el calor.

El puerto de Mogán Josefina Velasco Rozado

Bordéase el parque de Doramas, por carreteras que protegen del precipicio con quitamiedos de madera hasta donde el recurso puede (seguro que los amigos de la moto lo agradecen). La belleza vegetal debe repetirse en la villa más alta al centro oeste, en Artenara, parque de Tamadaba. Pero a veces hay que relegar algo y, obviando dificultades, dejamos para un futuro el oeste barrancoso. Siguiendo camino al sur, desde la Cruz de Tejeda (1.400 metros) hasta el Mirador de la Degollada las vistas son impresionantes hurtadas al conductor alerta a una carretera tan sinuosa como el terreno. Abruptos barrancos sobre los que se erigen el Roque Nublo y el Roque Bentayga. A más de 1.000 metros Tejeda es un pueblo precioso, encalado y embalconado, encaramado en el roque con calles en cuesta y vistas espléndidas, con la almendra como ingrediente de dulces. Fue al parecer fortaleza y lugar de resistencia indígena. Camino abajo y arriba, según los caprichos de esta orografía volcánica singular, se llega al centro del municipio más grande de la isla, San Bartolomé de Tirajana, agrícola en otro tiempo, vitivinícola, sobre la caldera de su nombre, es ahora centro de turismo en su sur costero agolpado entorno a Maspalomas, aunque para llegar allí aún la carretera da vueltas y revueltas, asciende y desciende aportando vistas preciosas del mar y las dunas. Hay depósitos abiertos, piscinas gigantes, de recogida de aguas. Imprescindible.

De San Bartolomé a Puerto Rico

A orillas atlánticas, al oeste, el municipio de Mogán ofrece similitud con su vecino. También aquí el centro político está barranco arriba, siendo en el fondo donde se dan los cultivos y sobre los lomos, roques, donde las formaciones envejecidas impresionan y dejan ese color pardo, marrón y amarillento que aporta otra belleza difícil a los ojos de quienes tenemos el intenso verde como referencia. El barranco de Veneguera ofrece panorámicas de cine. Riscos abajo, el puerto de Mogán es un pueblo que conserva su raíz de pescadores con su lonja y su cofradía, pero tan cuidado para el turismo, con casitas de colores y plagadas de flores, buganvillas y pequeños canales de comunicación entre puerto y playa que le han hecho merecedor del apodo de «pequeña Venecia». De vuelta al este, Puerto Rico ofrece, playa y puerto, todo para la vuelta masiva de viajeros; hay muchos ya, pero aún faltan.

Esto de Puerto Rico nos hace volver de nuevo a la vinculación entre América y el Caribe y este mundo isleño, unidos por un Atlántico que ha contribuido, siglos por medio, a un sincretismo vivencial más que evidente, en el habla, en el gofio,; hasta en las papas y el mojo picón, «rica salsa canaria» que cantara Caco Senante. Y sobre los topónimos, además de Puerto Rico, los hay igual o más bonitos: Pasito Blanco, Bahía Feliz, Risco Blanco; y los de su cubierta vegetal, La Sabina, Pino Santo, El Laurelillo y claro, el emblema, Las Palmas. La interrelación de las tierras de esta España nuestra de hoy y de otras tierras que compartieron pasado, allende el mar, supera desavenencias, por más que quieran interesadamente ponerse en el centro. Hay puntos comunes, nombres compartidos, «hablamos la misma lengua» con acentos diferentes que la enriquecen, nos intercambiamos por placer o por obligación y transportamos con nosotros costumbres, bailes, olores y sabores. «Somos lo que somos porque para bien o para mal»... la Historia fue como fue.

La capital

Pasar por un país, una región, una comunidad o una isla y no conocer su capital es un pecado imperdonable. Porque en ellas un poco el todo de todos. Las Palmas de Gran Canaria, en el noreste de la isla, es hoy una ciudad de casi 380.000 habitantes, con un puerto activo comercial y de cruceros, localizado en una zona de tráfico intenso que fue y es punto fuerte de su economía. La máxima expansión se concentra aquí y la costa este-sur la más turística y llana, una conurbación de casi 80.000 habitantes, aeropuerto incluido. La segunda mitad del siglo XX fue la del despegue, impresionante desde los nueve mil habitantes que le daba el censo de Aranda en 1768. Su apéndice de La Isleta fue punto de protección en otros tiempos frente a los muchos ataques que la ciudad sufrió por parte de piratas y enemigos. La política de expansión de los Reyes Católicos en un lejano siglo XV marcó la vinculación isleña a la península. El enclave de Vegueta, su viejo barrio, ha quedado engullido por el crecimiento urbano, pero cerca, en un alto pequeño se sitúa la Plaza de San Antonio Abad donde se describe que allí se fundó «el Real de las Tres Palmas, origen de la actual ciudad, un 24 de junio de 1478» tras el desembarco en La Isleta de las tropas al mando de Juan Rejón. Este fue el origen de la unión, no sin sangre y lucha, con España. En el enclave se instalaron las instituciones civiles y religiosas principales. La casa de los gobernadores, construcción destacada de balcones y enrejados, muy reparada, reclama con orgullo la presencia de las flotas de Colón, su huésped, en tres (1492, 1491 y 1502) de sus cuatro viajes al Nuevo Mundo, cuando aún creía ir al lejano oriente.

Una vista de Tejeda.

Una vista de Tejeda. Josefina Velasco Rozado

Reparar las naves, aprovisionarse y refrescar la tripulación antes de enfrentarse al “Tenebroso Océano” era lo que ofrecía al Almirante la ciudad recién incorporada, unida desde entonces inexorablemente al continente, América, que se cruzara en el camino de Colón, cuya presencia en la Gran Canaria es evidente pues hasta en la turística Maspalomas una gran columna coronada por su efigie se erige orgullosa.

Al principio fue la guerra cruel, inevitable con los isleños y también de ambiciones entre los conquistadores, hombre duros nunca santos. Hubo rivalidades de trágico final; Pedro de Algaba, primer gobernador, enfrentado a Rejón, fue ajusticiado. Aquellos primeros corregidores, algunos, intentaron cumplir la máxima regia de la buena governación de las dichas villas e lugares, sin poder ser titulares los naturales de dichas yslas ni vezinos dellas. Luego las cosas cambiarían y a los de capa y espada sucederían ya enviados duchos en administración y justicia, como pasó en todo el reino. Como la historia mezcla a todos en esta coctelera que es la Historia, en esos principios comunes controvertidos, en la llamada conquista de Canarias tuvo Alonso de Quintanilla (1430-1500) gran importancia, pues, rico como era, financió en gran medida la empresa canaria, base principal para la navegación atlántica y para mantener el dominio marítimo castellano. Alto funcionario de la corte, Contador Mayor del Reino, íntimo de la reina Isabel, fue Quintanilla quien presentó a Colón en la Corte. Así quedó escrito en crónicas: «Si Alonso de Quintanilla hubiera despreciado a Colón no se hubiera acaso descubierto las Indias».

Piratas

Naturalmente la vinculación castellano-canaria trajo consecuencias y las islas fueron objeto del deseo de los enemigos del ya naciente imperio. Los ataques británicos de Drake o Hawkins, o el holandés de Van der Does, en el siglo XVI, significaron que el archipiélago era apetecible como punto básico del tráfico atlántico. Por eso no extraña la construcción del Castillo de la Luz (XVII), controlando el istmo de La Isleta, Patrimonio Histórico Artístico desde 1941, y hoy equipamiento cultural de la Fundación Martín Chirino de Arte y Pensamiento. La estratégica Gran Canaria dio al excelso don Benito Pérez Galdós (1843-1928), gran cronista de la España decimonónica con sus Episodios Nacionales y tantas obras más; fue punto de arranque del levantamiento de Franco, en julio de 1936, origen de la Guerra Civil; y patria del gran tenor Alfredo Kraus (1927-1999), que limpió con su voz malentendidos.

Hay topónimos muy bonitos: Puerto Rico, Pasito Blanco, Bahía Feliz, Risco Blanco o La Sabina

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De todos atesora historia viva esta Las Palmas GC –como indican sus carteles– y es que como dice la rosa de los vientos, en el pavimento del casco antiguo de la ciudad galdosiana «Todo es navegar y todo es una continuada lucha (...) arte y valor para no ahogarse».

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