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Teror

Jesús Arencibia, entre sahumerios

El pintor revolucionó la romería del Pino presentando en la ofrenda al verdadero «pueblo-pueblo» | Un muestra recrea en la villa la visión de la ofrenda indigenista

Jesús Arencibia y El Pino

Jesús Arencibia y El Pino Andrés Cruz

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Jesús Arencibia y El Pino Juanjo Jiménez

El pintor indigenista Jesús Arencibia, a propuesta del ‘guionista’ de la primera romería-ofrenda del Pino que se celebró en 1952, Néstor Álamo, presentó ante la Virgen una representación del «pueblo-pueblo», con grupos de hombres sin camisa y con chaleco, pies descalzos y sombrero de palma, tal cual habrían salido de los mismísimos tomateros para ir a los pies de la patrona.  

En 1950 las fiestas del Pino habían tocado fondo, al punto que el entonces párroco de Teror, monseñor Socorro Lantigua y el alcalde José Hernández Jiménez, trasladan al presidente del Cabildo, Matías Vega, «su preocupación por la decadencia de las fiestas» traspasando a la Corporación insular el patronato.

Dos años después se celebra bajo el ‘guión’ de Néstor Álamo la primera romería ofrenda tal y como hoy se conoce, y a la que invita para darle el ornato que merece al artista Jesús Arencibia, nacido en Tamaraceite, que a esas alturas del siglo ya se había relevado como un gran pintor y muralista, con una imponente obra en la iglesia de Santa Isabel de Hungría, en la Casa Palacio cabildicia o en la iglesia de San Juan de Telde, donde firma Expulsión del Paraíso.

El artista tuvo la odisea de sacar de sus propios murales a las personas vivas, para plantarlas ante el Pino

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Alumno de la Escuela Luján Pérez, Arencibia imprimió su visión indigenista en el recado de Néstor Álamo, y lejos de presentarse en aquella primera romería con timple, bandurria y cachorro, le dio totalmente la vuelta a la misión para llegarse desde Tamaraceite a la villa con un grupo de «hombres y mujeres que iban ataviados con el auténtico atuendo de los que se metían en los tomateros a recolectar», según cuentan las crónicas, que añaden que «los muchachos y demás hombres llevaban chaleco sin camisa, pantalón negro arremangado y, cubriendo la cabeza, el típico sombrero de palma que, aun hoy, se usa para faenar en las tierras».

Arencibia llevó a Teror al «pueblo-pueblo», en crudo. Un año después subió el listón. El artista comandaba un rancho de «mujeres tocadas con mantilla canaria negra, faldas almidonadas de las que sobresalen las bayetas rojas y las puntillas y encajes blancos d los zagales», y se pregunta el cronista, «¿no iban así nuestras abuelas a la Misa del Alba

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Exposición sobre Jesús Arencibia Andrés Cruz

Pero no llegaron solas. «Las acompañaban fornidos muchacho vestidos como el año anterior (…) ¿Qué viene ofrecer Tamaraceite a la Madre Grande, a la Virgo Clemens (…) Venía algo sublime por lo espiritual y místico».

Arencibia había así sacado de sus propios murales a las personas vivas, para plantarlas ante la Virgen en una odisea difícilmente explicable para la época.

«Aquellos hombres descalzos, arremangados y con la cabeza gacha arrastrando la cría del sacrificio del Divino hijo, fabricada con rústicos: enormes pitones», y con las mujeres con sus «caras ocultas bajo los pliegues de su mantillas, eran porteadores de grandes sahumadores del barro artesano que llenaron la plaza de Teror de olorosas volutas».

Lejos de presentarse con timple, bandurria y cachorro, prefirió la cruda autenticidad del tomatero

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El público se rindió, incluso los más críticos. Vuelven las crónicas de la resaca. «Algo pagana nos pareció», se publica al día siguiente. «Pero llena de escondido sabor y honda tristeza, algo así como la aportación dramática a ese acto, casi un ballet, el extraño grupo de Tamaraceite… Todo era esplendor y colorista. Vital”.

Con el tiempo la magia que impregnara el pintor se fue diluyendo por una tendencia al prêt-à-porter que ha convertido en ocasiones la romería en una mera exhibición del atelier isleño, si bien su iniciativa rompedora perdura en la memoria. Años después, Luis Jorge Ramírez escribiría: «La romería es clave en esta fiesta, lástima que no siguiera con aquellas aportaciones de Jesús Arencibia, con sus ritos de sahumerios, rituales, agridulce…»

Piletas reivindica el legado del muralista

La impronta de Jesús Arencibia deja con el tiempo, más de siete décadas después, dos buenas noticias. La primera es que su legado revivido se mantiene desde principios de esta década gracias a la iniciativa de la asociación juvenil Bentejuí, de Piletas, en el barrio de Tamaraceite, que ha hecho suyo el mundo del indigenista para volver a recrear en el día del Pino sus ‘murales’ vivos en la calle Real y en la plaza de la villa, en unas representaciones que siguen siendo tan rupturistas como invitadoras a la reflexión. Y la segunda, la muestra con la que todo aquél interesado por la historia del que es uno de los actos festivos y religiosos más importantes de Canarias puede hacerse un croquis temporal de cómo germinó y evolucionó el rito desde que se perfilara, tal cual lo conocemos ahora, a mitad del siglo pasado. La exposición, titulada Jesús Arencibia y El Pino, 10 años de Ofrenda y Tradición, en homenaje a la década que la asociación Bentejuí lleva enarbolando su memoria, se encuentra en el espacio cultural La Galería, ubicado en las nuevas oficinas municipales de Teror, y se mantendrá abierta hasta el 24 de septiembre en horario de lunes a viernes de 09.00 a 13.00 horas. | J. J. J.

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