La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

CRÓNICA HISTÓRICA

Fresco rocío de paz y consuelo

La peregrinación a Teror de 1877 puede considerarse como el inicio de la revitalización de la devoción a la Virgen del Pino en época contemporánea

Fresco rocío de paz y consuelo

“Más bella que los cielos y que el Sol con sus rayos de topacio, cual cándida paloma que hermosa cruza el anchuroso espacio, te ostentas con tu espléndida corona Virgen del Pino, de Teror Patrona. Más pura que el perfume que despiden de si las gayas flores; preciosísima perla de mágicos y célicos fulgores eres emperatriz de tierra y cielo, del infeliz mortal, dicha y consuelo”. Estas palabras con que se inició la peregrinación a Teror de 1877 marcan un viraje completo en la relación del pueblo de Canarias a la vez que puede considerarse como el inicio de la revitalización de la devoción al Pino en época contemporánea.

Fresco rocío de paz y consuelo

Fresco rocío de paz y consuelo

El 8 de octubre de 1877 el Boletín Diocesano anunció solemnemente una peregrinación a la Villa de Teror en rogativa por Pío IX tras la unificación de Italia y con ella la desaparición de los Estados Pontificios. Organizada por el obispo Jose María de Urquinaona y Bidot, se celebró el 23 de septiembre de aquel año y constituyó más que un acto popular de apoyo al Papa, una verdadera manifestación de recuperación espiritual, calculándose que se concentraron aquel día en Teror entre 10 y 12 mil canarios a la llamada de ¡Vamos a Teror! Sea éste el grito que resuene de un extremo a otro de Gran Canaria, sea ésta la palabra que conmueva profundamente a todos los habitantes de esta isla para que seamos muchos los que podamos llamarnos hermanos bajo la salvaguardia de la Virgen del Pino.

Fresco rocío de paz y consuelo José Luis Yánez

Como también se dijo al inicio de la misma:

“Venimos a tus plantas

a ofrecer nuestros pobres corazones

y a que acojas gustosa las plegarias

que te elevan los hijos de Cananas”

Palabras como gozo, alegría, salvaguardia, consuelo, calma de tribulaciones y amarguras, alivio de pesares, receptora de plegarias, vinieron a definir desde entonces mucho más la relación del pueblo canario con el Pino y, aunque se le pedía intercesión por todo, la fama de milagrera, “Taumaturga de esta Isla” en 1764, y hasta hacedora de portentos y prodigios; dio paso a una relación maternal, afectuosa, de cariño y protección, en la que bastaba una mirada al rostro de la Virgen para volver al hogar con el alma serena y el ánimo reconfortado.

Ésa ha sido la característica más definitoria de lo que Canarias, Teror, todos los que nos hemos acercado a la Basílica desde que el 9 de mayo del pasado año emitía el comunicado aclarando las condiciones que tras el confinamiento iban a regir la asistencia a la misma y, sobre todo, la posibilidad de volver a ver a la Virgen a partir del 13 de mayo, toda la masiva, serena y permanente afluencia ha estado determinada por el simple y sencillo anhelo de “verla”, de regocijarse, de reconfortarse y llenarse de esa reciedumbre con la que poder enfrentarse a todo lo que se nos estaba viniendo encima.

Tras aquella primera ocasión en 1877 en la que se pudo observar de forma muy clara que el pueblo grancanario buscaba en el Pino más amor que superchería, que anhelaba más reconfortarse el espíritu que pedir protección contra la cigarra, sería ya en el siglo XIX, cuando a raíz de todo el proceso que llevó a la Coronación Canónica de la Imagen en 1905 pudo vivirse, palparse tanto en el clero, políticos como en la feligresía de por entonces. Un cronista afirmaba que ya desde 1904 “la plaza y calles adyacentes so ven ocupadas por una multitud compacta que, resistiendo impávida los rayos solares… contempla con avidez nunca satisfecha el moreno rostro de la microscópica imagen, refugio de tantas almas atribuladas, consuelo de tantos corazones afligidos, áncora de salvación de tantas conciencias pecadoras. El progreso, que todo lo antiguo destruye, no ha podido derribar la devoción a la Virgen del Pino”

Aquel mismo año, José Batllori y Lorenzo definía esta relación materno filial, de una riqueza emocional sin igual diciendo que “el semblante de la Virgen, dentro del rostrillo cuajado de brillantes, irradia en torno, para los creyentes que la adoran y la aman, que con fe y esperanza en el alma vuelven a ella sus ojos pidiéndola remedio para sus males, consuelo para sus dolores, una dulce y serena claridad que cae sobre el corazón como fresco rocío de paz y de consuelo. Borrar la leyenda de su aparición misteriosa es destruir un divino poema de amor, de piedad, de fe, lleno de honda poesía. Creer es vivir. El poema del Pino es todo sentimiento, es un divino canto de amor, es una plegaria, es una sonrisa; es una lágrima; es un quejido de dolor, un grito de angustia, es un suspiro de esperanza, de consuelo, de paz...Es nuestra misma vida”.

Muchos decían que su cara a pesar de ser morena, pequeña y de ojos toscamente colocados; miraba con dulzura y tenía una deslumbradora belleza para los millares de creyentes que en alas de la fe acudían al santuario, desde hacía siglos en busca de consuelo y llenos de esperanza, a venerarla, a adorarla.

Una personalidad de nuestra cultura como fue Miguel de Unamuno afirmó que en la paz sedante de la villa de Teror, en el santuario de la Virgen del Pino que cobija a un pueblo que dormía indiferente a todo, recordó a su Virgen de Begoña como consuelo de familias y refugio de marinos.

El 7 de septiembre de 1929 cuando el pueblo de Teror se congratulaba de honores como el de la representación del Rey ostentaba por el Capitán José Rodríguez Casademunt o el que correspondían a los Capitales Generales; o la brillantez que por segunda vez consecutiva había atraído a Teror a miles de fieles a disfrutar de la Bajada desde el Camarín, lo que interesaba al atento observador del sencillo, del humilde pueblo que acudía a Teror es que estas personas lo hacían tanto para pagar promesas, para dejar en el templo el ex voto de su fe o elevar preces y oraciones por enfermos y por ausentes; pero lo que a aquellos miles de fieles importaba en el fonde de sus corazones era que la Virgen del Pino era una inagotable fuente de consuelo para todos los que la invocaban en horas de tristeza y que la simple confianza en Ella aliviaba muchas adversidades e infortunios de la vida.

No eran acciones de celestiales milagros casi incomprensibles; era la actuación de una Madre dando sanador agasajo a sus hijos. Como cuando un simple arrorró nos quitaba todos los miedos si lo escuchábamos de la voz de nuestras madres.

Por esa misma razón, cuando el 3 de julio de 1930, el Nuncio Apostólico Federico Tedeschini llegó en visita a la Villa de Teror, sus palabras fueron también dirigidas a dejar clara esa sensación de serenidad que aportaba la Santa Imagen.

“Querida ciudad de Teror acabo de oír las elocuentes palabras de vuestro párroco, agradeciendo a S. S. esta visita que hago en su nombre y como su representante por primera vez. Os traigo en ella y recibo al mismo tiempo el cariño más grande; el imborrable, el que subraya este recibimiento entusiasta, familiar, fraternal. Nunca esperé encontrar en estas montañas esta basílica tan bella ni este pueblo tan creyente. La Virgen reservaba a mi vida este consuelo. Y yo os doy las gracias en nombre de Nuestro Santo Padre”.

Llegadas las renovadoras fiestas de mediados del pasado siglo XX en las que el Pino se reconvirtió; otro magnífico intelectual, Luis Doreste Silva escribió que recordando ya en la mitad del siglo XX, la historia de la mitad del anterior que dejaba atrás la asolación de nuestra isla y prologaba una era mejor y decisiva… “la fiesta del Pino, Nuestra Señora, Madre de alegrías, consuelo de penas, paño de lágrimas, llama eterna de esperanza, reina del triunfo” medía realmente el alma de la isla, la fe en el triunfo por la fe. Luis Benítez Inglott dijo por los mismos años, que refiriéndose a esa gente, ese pueblo que en masa acude por carreteras, caminos y veredas por estas fechas -por todas las fechas del año- hasta la Mariana Villa no decía “vamos a Teror sino vamos al Pino. Pino, con mayúscula, porque ese Pino es nada menos que la virgen patrona de Gran Canaria, auxilio de cristianos y consuelo de afligidos”.

También los pregoneros y pregoneras desde el primero en 1948 han incidido en esa capacidad de calmar, de serenar el camino de la vida que tiene la simple visión de la Imagen de la Virgen, del rezo bajito y sensible que sale de lo más profundo del corazón. En el año 2013, Margarita Ramos Quintana afirmaba en su pregonar festivo que “la romería a Teror, las promesas a la Virgen, el peregrinaje, se convierten en respuesta a quienes buscan y anhelan beber de los ríos de la providencia. En ella confían. María es abogada, mediadora en los conflictos humanos, faro y guía de errantes, consuelo para los afligidos. Ella es la estrella de la mañana con un amor firme y fuerte. Teror es confluencia de caminos e itinerarios de muy variada naturaleza. Cada uno con una historia personal que contar”.

Y los dos más famosos Himnos que se entonan en honor al Pino lo reafirman. El de 1914, con letra del canónigo Miguel Suárez Miranda y música de Bernardino Valle cuando eleva su “desde entonces ¡Oh Madre Querida! nuestra luz siempre has sido y consuelo pues nos muestras la senda del cielo y mitigas la cruz del dolor”. El que en 1955 escribiera Ignacio Quintana con motivo del Cincuentenario de la Coronación Canónica de la Virgen y al que pusiera música José Moya Guillén lo hace al decir que “cuando de rodillas caminando llegan romeros de toda la isla a Teror, el perdón y la dicha les entregan tu rostro de Madre, tus ojos de amor”.

Pero por encima de adornos poéticos, actuaciones políticas o decisiones episcopales, quien verdaderamente ha elevado a Nuestra Señora del Pino a lo que de ella afirman las letanías ha sido el pueblo de Canarias.

Los miles de hombres, mujeres, niños que siempre, pero más en este último y nefasto año han dejado bien claro que quieren verla, mirarla, rezarle, tocarla, saber -como si de sus propias madres se tratara- que está donde siempre ha estado y que si no vienen por lo menos una vez al mes o más si pueden, el alma no está contenta y la esperanza en un futuro libre de todo este mal no es posible.

La fuerza que la Santísima Virgen del Pino ha aportado a tantísimos visitantes de su Basílica ha sido tan reconfortadora, tan sanadora; que dejar a ese pueblo que la quiere y la defiende sin su cercanía, sin su presencia serena, amable y maternal, no es ni viable y estoy seguro que no ha llegado a pasar ni un solo momento por la cabeza de ninguno de los que tienen la capacidad de decidirlo.

El Concilio Vaticano II dice que “la Madre de Jesús… precede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo” y que en “ahuyentar la tristeza de la soledad. Consolatrix afflictorum (Consuelo de los afligidos), está el de consolar a los que gimen y lloran en este valle de lágrimas”.

A nosotros, a los de la Gran Canaria, a los de Teror y los de toda la diócesis de Canarias creo que nos basten para pedir ese consuelo a Nuestra Señora del Pino que es nuestra Madre y nuestro alivio de males, las palabras del poeta terorense Manuel Sarmiento cuando escribió:

“Y la Virgen nos comprende,

y nos bendice y nos calma,

y nos llena de consuelo

con la luz de su mirada”

Compartir el artículo

stats