La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

CRÓNICA

¿Por qué nació Tomás Morales en Moya?

Historia del carrizalero Francisco Tomás Morales, un muchacho repartía sal con su burro en las mansiones de Vegueta y terminó de comandante general de Canarias

Tomás Morales a los 20 años cuando deleitaba en Madrid a la condesa de Pardo-Bazán. LP/DLP

En estos dos últimos años en los que hemos estado atrapados por la llamada pandemia se han celebrado, casi sin salir de casa, las conmemoraciones centenarias de los fallecimientos de dos de nuestros más ilustres paisanos, como han sido los recuerdos que se han tributado a nuestro universal don Benito (1843-1920) y al laureado lírico del Atlántico, Tomás Morales Castellano (1884-1921).

Sobre el primero, la prensa nacional se hizo eco del acontecimiento, dedicándole al irrepetible novelista Pérez Galdós crónicas muy elogiosas, mientras qué del segundo, cuya trayectoria también traspasó con brillantez el ámbito regional, sólo su isla natal recordó la efemérides con entusiasmo.

Como a casi todos los grancanarios, la figura del poeta nos enardece. La mezcla de sus antecedentes biográficos de médico, político y de ser el representante del modernismo lírico insular y el iniciador de la poesía canaria del siglo XX, nos ha hecho dedicarle desde siempre una gran admiración.

Y esa admiración nos ha sido propicia para inmiscuirnos en la trayectoria de su ascendencia, en su familia, en el motivo de su nacimiento en Moya y en la razón por la que recibió en la pila del bautismo el nombre de Tomás. Todo tiene un origen y una explicación.

Y la explicación arranca del carrizalero Francisco Tomás Morales, aquel muchacho que desde el sureste bajaba en burro y cargaba las talegas de sal para repartirlas en las mansiones aristocráticas de Vegueta, que en sus ratos libres recogía pulpos en las costas del Castillo del Romeral, y que llegaría luego, por su talento, a ser Mariscal de Campo, Comandante General de Venezuela, Capìtán General de Canarias y Presidente de la Real Audiencia. Casi nada.

Tomás Morales Castellano es el tercero de cuatro hermanos: Ceferina, Manuel y Francisco que reciben onomásticas propias de sus antepasados

decoration

A través de varias generaciones estos Morales de origen lanzaroteño estaban muy apegados a la comarca sureña de Agüimes y desde viejas memorias destacaban, por su laboriosidad, en el pago del Carrizal de Ingenio. Debió de ser una saga lista, emprendedora y de gran intelecto, porque de ella han procedido figuras notables del patriciado insular. Podemos mencionar, como referencias, al hijo de Maximiliano Ramírez Morales, José Ramírez Béthencourt, que fuera por dos veces alcalde de Las Palmas; al más ilustres de los sacerdotes grancanarios del siglo XIX, Juan Inza Morales, de una brillante e incomparable trayectoria eclesiástica y, por supuesto, al moyense que expresaba la belleza por medio de la palabra. Y aún podríamos incluir a Domingo Morales Guedes, canónigo y gobernador del Obispado de Tenerife, y al beato Tomás Morales y Morales, que luego de ser asesinado en Almería durante la guerra civil, fue arrojado a un pozo y del que se sigue actualmente el proceso de su canonización. Todos ellos deudos del que fue en su adolescencia un humilde salinero del pago del Carrizal.

El Mariscal de Campo

De la extensa y brillante hoja de servicios de Francisco Tomás Morales Afonso, destacaremos que a los dieciséis años de edad el adolescente decidió dejar de cargar los pesados fardos de las productivas salinas isleñas y enrolarse en el ejército español que necesitaba reforzar sus filas para la defensa de sus colonias en las Indias americanas de Su Majestad.

Después de haber sentado plaza de soldado en la Capitanía General de Venezuela, pasará por todos los grados subalternos de las milicias, desde lucir los galones de cabo, sargento, alférez, teniente, capitán, hasta llegar a los rangos de coronel y comandante general, desempeñando todos estos empleos con valor, estrategia y una sobresaliente conducta digna de destacar, rechazando en todo momento a las huestes guerrilleras y revolucionarias durante aquel largo periodo que llevaría a la independencia venezolana.

Tomás y Leonor el día de su boda el 19 de enero de 1914. LP/DLP

En el transcurso de aquella carnicería bélica el grancanario del Carrizal resultaría herido varias veces, y en una ocasión casi se queda sin piernas. Incluso, llegó a estar encarcelado con su familia. En las lúgubres celdas tuvo el desconsuelo de ver morir entre sus brazos a Paquito Miguel, el único hijo varón que había alcanzado durante su matrimonio. Sus hazañas le valieron que el virrey Pablo Morillo le concediera el empleo de brigadier. Y, por otro despacho, recibiría en 1823 el nombramiento de mariscal de campo ganado por el heroísmo demostrado y sobrada lealtad a la Corona de España.

Llegado el año 1824, el ejército español capitularía en Ayacucho. Los triunfantes combatientes venezolanos redoblaron sus esfuerzos para arrancarle el estado de Maracaibo al general Morales, que también se vio obligado a capitular. Se había perdido definitivamente Tierra Firme.

La Villa de Moya

De regreso a España, fue recibido con entusiasmo por Fernando VII. El rey le nombró seguidamente comandante general de las Islas Canarias. Y con el fin de agradecer la lealtad inquebrantable demostrada en tan trágicas circunstancias, el soberano, siguiendo la normativa de la Corona, desea otorgarle el título nobiliario de marqués de Casa Morales. Consultada al futuro agraciado la denominación de aquella alta distinción, nuestro paisano sugiere que se agregue a la merced la designación de ‘Casa Fiel de Morales’. Pero antes del definitivo otorgamiento, el isleño piensa que los títulos nobiliarios ya no sirven para nada y encima cuestan dinero.

Perdido el antiguo régimen y en vías de caducar definitivamente los mayorazgos y todas las prebendas anexas, desea que se le compense con un heredamiento de tierras y solicita, en contrapartida, una data de 656 fanegadas en la extensa selva de Doramas que podrá dedicar a la agricultura y obtener buenos resultados.

Don Francisco Tomás compartirá el predio con su yerno, el burgalés Ruperto Delgado González, a quien había estado muy unido en las campañas americanas. Por esa amistad le había nombrado Gobernador Militar de Gran Canaria y le otorgó la mano de su única hija superviviente, María Ana Morales Bermúdez. La extensa y bella heredad del Norte recibirá en honor y agradecimiento de los espléndidos monarcas españoles la denominación de San Fernando y Santa Cristina.

No podemos obviar su regreso y entrada triunfal de nuevo en la ciudad de Las Palmas. En carroza tirada por briosos caballos atravesó la entonces pequeña calle de Triana y dobló por la de Malteses rumbo hacia la Catedral. En medio de la de Malteses se hallaba la casa palacio de la aristocrática familia de la Rocha, en cuyo balcón estaban asomados todos los miembros de la estirpe para saludar al entorchado mariscal. Francisco Tomás Morales mandó parar el tránsito en la misma puerta de aquella casa. Se bajó de la carroza descubriéndose del sombrero de gala del uniforme, levantó la mirada hacia los señores y, alzando la voz, gritó: “¡El salinerooooo!” No había sido un gesto de burla ni de insolencia. Debió querer recordar las numerosas ocasiones en las que, en su mocedad, había ido a aquella residencia para depositar las talegas de sal. Ese era el alarido que solía utilizar para anunciar su presencia en la puerta de servicio de aquella ilustre mansión que tenía entonces su entrada por la calle Peregrina.

Los otros Morales

Convertido el general en una de las personas más influyentes de la isla, tanto desde su casa de la calle de los Reyes Católicos, como de su espléndido cortijo de Doramas, siempre sus puertas estaban abiertas para los pobres, y su mayor placer era auxiliar a sus paisanos y familiares. Del Carrizal sacó a su sobrino carnal, Francisco Miguel Morales y Morales para que en adelante prestara sus servicios en el Ayuntamiento de Moya, y será este quien inicie la estirpe de los Morales en la villa. Francisco se relaciona con otras familias de la burguesía norteña, y contraerá nupcias en agosto de 1837 con la aruquense Ceferina González Castellano, la hermana de don Bruno, el que será con el tiempo dueño por adquisición del mayorazgo de Santa Gadea y padre de la primera marquesa de Arucas.

Los cónyuges alcanzaron una familia numerosa de ocho hijos, siendo el octavo bautizado, Manuel, que parece que fue secretario del ayuntamiento de la villa. Manuel contrajo matrimonio con la viuda de Antonio Melián, doña Tomasa Castellano Villa, que era hija de canario y de madre santanderina, y esta será la pareja que traerá al mundo al autor de Las Rosas de Hércules.

Antes de ocurrir tantos acontecimientos, Manuel y Tomasa pasan por difíciles momentos familiares: la muerte temprana de los abuelos del poeta, la cantidad de hijos de las antiguas generaciones y la precariedad económica que se atraviesa en aquellos años. Su prima, la marquesa de Arucas, que no tiene hijos, le dona la casa de la calle Pérez Galdós de la ciudad. Ella lo dejá claramente especificado en su testamento de 1903: “Lego a mi primo Manuel Morales González, por estar necesitado, la casa de la calle Pérez Galdós”. El padre del poeta, obsesionado por los buenos resultados que otros de sus hermanos estaban adquiriendo en América, se estableció en Cuba en busca de la anhelada fortuna y bienestar. Manuel fallecerá allí al poco tiempo, sin haber logrado la dicha de encontrarlos.

Tomás Morales Castellano es el tercero de cuatro hermanos: Ceferina, Manuel y Francisco que reciben onomásticas propias de sus antepasados. Pero al niño Tomás se le quiso imponer en la pila del bautismo el nombre del mariscal, su tío bisabuelo, en agradecimiento de todo cuanto había realizado en beneficio de la familia, y que además coincidía con la filiación de su progenitora.

Rechaza el título de marqués y se le compensa con un heredamiento de tierras y solicita una data de 656 fanegadas en la extensa selva de Doramas

decoration

Biografiar ahora a nuestro recordado lírico sería redundar en tantas magníficas crónicas que a través de los tiempos le dedicaron numerosas plumas destacadas, como, entre otras, las de Ventura Doreste, Fernando González, Sebastián Sarmiento, Gilberto Alemán, Sebastián y Antonio de la Nuez, Tarín-Iglesias, Jordé, Doreste Silva, Carlos Ramírez, Alfonso de Armas, José de Armas Díaz, Yolanda Arencibia, Sánchez Robayna, Dolores Campos y los hermanos Manuel y Pedro González-Sosa.

Podemos añadir, que Tomás Morales ya destacaba a los 20 años en los cenáculos madrileños de la calle de San Bernardo por su sobresaliente aspecto, típico de un verdadero guanche. Alto, robusto, de voz poderosa, pastosa, llana. Era un chico moreno, entusiasta, con unos brazos largos y unos mechones de pelo negro que le caían sobre la frente. Esas proporciones de su figura y de sus rasgos, que denotaban las características del isleño y que le daban un mágico poder sugestivo, lograron que aquel muchacho desconocido entusiasmara, al escucharlo, a Ruben Darío y que la condesa de Pardo Bazán proclamaba que el canario era el mejor recitador de España.

Acabada la carrera de Medicina, Tomás obtiene la plaza de médico rural de Agaete, el pueblecito solitario en donde va a alcanzar la plenitud de su vida y en donde realmente fue feliz. En esa villa se casó en 1914 con su adorable y ejemplar musa, Leonor Ramos de Armas. Allí nacieron sus cuatro hijos: Tomás, Graciliano, Ana María y Manuel. Y allí, frente a las impresionantes crestas acantiladas del Puerto de las Nieves, el sonoro rugido del Atlántico va a ser el detonante que ejerza la gran influencia en la obra del poeta.

Su muerte

Nadie podía sospechar que la muerte se lo llevaría tan pronto a la tumba. En 1919 renunció a su empleo de médico titular de la villa marinera para ejercer la profesión en la casa de Las Palmas. Es entonces cuando, sin intensidad, interviene en la política local y es nombrado vicepresidente del Cabildo de Gran Canaria. Pero Tomás ya se encuentra herido, enfermo de una grave dolencia que soportaba con verdadera resignación. En un viaje que realiza a Madrid para seguir de cerca la publicación de una de sus obras, prácticamente se pasó el tiempo postrado en la cama del hotel donde se hospedaba. De regreso a Las Palmas ya sabe que tiene que esperar la llegada de la guadaña en el piso alto de la casa de Pérez Galdós donde se refugia. Sus amigos no lo podían creer. Saulo Torón que solía velarlo, se pasaba las noches sin poder contener el llanto, sentado en el jardín trasero de la vivienda. Tomás, sin haber cumplido aún los 37 años, falleció durante la madrugada del 15 de agosto. Se amortaja su cadáver, y el ataúd se llena hasta rebosar de flores blancas. Al día siguiente, en una impresionante manifestación de duelo ciudadano, fue llevado al camposanto de Vegueta. Allí, al borde de la fosa, se descubre de nuevo la caja y cada uno de sus tertulianos, amigos y poetas fueron dándole un beso en la frente, bañando el sereno y hermoso rostro de Tomás de incontenidas lágrimas. Uno de ellos, Manuel González Cabrera, que llevaba una cámara de fotos, inmortalizó aquel desgarrador momento en el instante de darle definitivamente sepultura.

Se había dado un emocionante adiós a aquella voz viva y poderosa, al mismo tiempo que nos quedaba el impagable y maravilloso legado de su magnífica y excelente obra.

Momento en el que se le va a dar sepultura en el cementerio de Vegueta en la histórica fotografía de Manuel González Cabrera. LP/DLP

Compartir el artículo

stats