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Santa Brígida

Algarroba en botella

Cristina Millán lanza un licor para ofrecer a los turistas que visitan la finca de su tatarabuelo en Bandama | Los ejemplares figuran como árboles singulares

Cristina Millán saca las algarrobas de una cesta de la finca El Mocanal donde ya se macera el licor en las damajuanas . | | ANDRÉS CRUZ

A través de los viñedos, el lagar de la bodega de San Juan, el museo del vino, el estanque, y las cinco casas, en su día los alpendres, o el lugar en el que se alojaba el guarda, se puede adivinar cómo era la vida de una familia de viticultores a los pies de la Caldera de Bandama en el siglo pasado. Hasta cinco generaciones han logrado conservar en este espacio protegido una parte de la herencia del que fue el patriarca, Juan Rodríguez Quetgles, que allá por 1912 adquirió a un terrateniente unas 25 hectáreas de suelo.

Algunos de los centenarios algarrobos de la finca El Mocanal. | | ANDRÉS CRUZ M. Pino Pérez

Desde entonces todo ha girado en estas tierras en torno al vino, aunque con los repartos de las sucesivas herencias de todas esas hectáreas ahora son 2,5 las que están dedicadas a las viñas. Y entre ese coto de caldos con solera ahora también se hacen hueco los algarrobos que ganan sabor propio, pues su fruto, la algarroba, se macera ya en las damajuanas de la finca. Es el proyecto de Cristina Millán Martín, tataranieta del fundador de esta saga, que ha elaborado un licor con las semillas que dan los ejemplares de estos árboles que marcan la entrada o se cuelan entre los caminos, y están catalogados como singulares por el Cabildo insular.

Dentro de su apuesta por desarrollar unos cultivos ecológicos, y aprovechar todo lo que da la tierra, a esta ingeniera agrónoma se le ocurrió un día recoger las vainas que estaban en el suelo de la finca para hacer licor. En realidad ya su madre había hecho algunos experimentos antes. Pero ella, explica Cristina, lo hacía macerando el fruto con ron blanco de 39 grados, y el resultado era que, debido al almíbar que se le añade, se producía una bebida de 11 grados, «lo que viene a ser más una mistela». Por eso decidió cambiar el proceso y poner en una damajuana –una de esas garrafas de cristal, de color verde, en la que se conserva el vino– las semillas de la algarroba con alcohol etílico de 96 grados. El resultado es un licor con una graduación entre 30 o 40 grados.

Será ya en 2022 cuando se embotelle, pero explica que se trata una bebida que va a comercializar solo entre los turistas y las personas que acuden a realizar la visita por la finca, a los que también les da a degustar el vino de la cosecha.

En principio van a ser unas 300 botellas, en formatos de 100, 200 y 500 mililitros para que el viajero se los pueda llevar en avión. Como todo licor su sabor es dulce, y desprende un aroma a la pulpa que tiene en su interior este fruto, detalle con el que se entusiasma tanto como con el reto de estar al frente de esta finca.

«Es una pasión la que siento porque me he criado aquí, he disfrutado de muchas vendimias en familia, pero también una responsabilidad porque soy la única que ha querido seguir con la bodega», señala. Aunque orientó su profesión hacia la tasación como perito de los seguros agrarios, fue a raíz de que en su primer embarazo, en 2017, tuvo que guardar reposo cuando se planteó la idea de dedicarse a los viñedos familiares. En ese tiempo también un operador turístico le animó a que reabriera la bodega y el museo para visitas turísticas.

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Cristina Millán, ingeniera agrónoma, hace licor de algarroba Andrés Cruz

Lo primero que hizo fue inscribir la finca en el Registro de Operadores de Productos Ecológicos, y luego seguir a rajatabla la prohibición de usar herbicidas para evitar y tratar las plagas. Con este objetivo, y al parecer como el estiércol de vaca ecológico solo se consigue en El Hierro –y resulta «muy caro» traerlo– decidió comprar ponis para disponer de buen abono y de paso ofrecer un nuevo entretenimiento a sus hijos de 4 años y 20 meses, que también disfrutan de los pequeños equinos.

Con ese entusiasmo elaboran ya unas 2.000 botellas de vino, una cifra que espera elevar porque cultiva en Artenara variedades de uva blanca –albillo, vijariego, y listán–, de forma que al tinto que da Bandama se van a sumar un blanco de la cumbre.

Involucrada a tope en la bodega familiar, confiesa que este es su proyecto de futuro, por el que ha renunciado hasta a ser funcionaria, porque en este tiempo ha tenido la opción de dar clases en la Escuela de Capacitación Agraria. Y es que Cristina sabe que por parte de su padre es la única heredera ya que sus tíos paternos no han tenido descendencia. Es o ella o nadie.

Hasta la tradición de sacar cada 24 de junio la imagen de San Juan, una talla que encargó el creador de esta saga para colocarla en la bodega , la ha vuelto a recuperar.

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