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ANÁLISIS

Los ojos de David Bramwell

Dio a conocer, difundió e hizo la labor pedagógica que tuvo como resultado que

miles de canarios fueran a ver lo que hacía aquel inglés por respeto a lo nuestro

David Bramwell, delante del Gabinete Literario. | LP/DLP

Cuando las personas mayores iban desde Teror o cualquier otro pueblo de visita al paraíso del Jardín Canario, David Bramwell aprovechaba para preguntarles el nombre por el que conocían una planta o cómo llamaban un peñasco que se divisaba en la distancia.

Eso fue desde su llegada a las islas una de sus singularidades más definitorias: su relación admirada, respetable y curiosa hacia lo canario.

Muchas veces hemos necesitado las gentes de Canarias que vinieran desde fuera -Kunkel, Sventenius- para enseñarnos a ver las grandezas de nuestro patrimonio, historia o naturaleza; pese a que personas de aquí como Viera y Clavijo lo hicieran ya desde el XVIII tan admirablemente. Bramwell lo realizó de una manera tan exquisita, tan querenciosa; que siempre se le tuvo por alguien que no venía a analizar como un científico alejado y displicente lo que crecía en nuestros barrancos y laderas; sino como un señor que aquí venía a aprender con nosotros y de nosotros. Y se le respetó y se le quiso por ello.

Mucho se ha hablado y escrito estos últimos días sobre ello. No pretendo redundar ni cansar. Sólo añadir que este británico nacido en Liverpool fundamentó y desarrolló como nadie lo ya iniciado por Sventenius en el proyecto de ubicar en un solo lugar todas las maravillas de nuestra botánica y que tanta admiración causó durante muchos años en otros compatriotas suyos que por aquí pasaron, recogieron semillas, dibujaron y trasladaron hasta a reales jardines presumiendo de tanta hermosura y diversidad y extrañándose de su poca difusión. Bramwell realizó ese paso. Dio a conocer, difundió e hizo la labor pedagógica que tuvo como resultado que miles de escolares, excursiones de canarios fueran a ver lo que hacía aquel inglés por respeto a lo nuestro. Y sembró no sólo semillas; sembró conocimientos, respeto y ganas de dar a conocer. Sembró ciencia entre los muchos que a su lado trabajaron y aprendieron y que estos últimos días han escrito y hablado de él como lo que era: un amigo, un buen amigo.

Antes de su llegada al Jardín Canario, el “Viera y Clavijo”, estuvieron sus magníficas aportaciones a los Cuadernos de Botánica Canaria. Luego, en 1973, a raíz del fallecimiento de Sventenius y tras un inicial rechazo a la propuesta cabildicia de dirección del Viera; Bramwell es contratado por el presidente Lorenzo Olarte en agosto de 1974 como «profesor en flora macaronésica y colaborador del desaparecido Sventenius, quien tendría encargada la función personal en el aspecto científico».

Y así comenzó su hermosa andadura de defensa, difusión y pedagogía. En 1975, en los Ciclos de Conferencias que se desarrollaban en el Museo Canario; David Bramwell, ya como director del Jardín Canario, trataba temas como las causas de extinción de las principales especies arbóreas de los bosques canarios, aportando enfoques científicos, pero a la vez muy didácticos a las causas de la realidad de la natura canaria. Yo, que iniciaba por entonces mis pasos para saber más de mi tierra y darlo a conocer a otros, puedo decir al igual que muchos más que Bramwell nos aportó muchísimas herramientas para ello. Y se integró rápida y perfectamente en nuestras vidas. El mismo año inició un sencillo y hermoso ejemplo de ello iniciando con una de sus conferencias divulgativas un evento que ha continuado durante décadas en el trascurso de las fiestas de San Antonio de la Villa de Santa Brígida: la primera exposición de plantas, flores y pájaros.

A ello seguirían el Simposio ‘Plantas e islas’ de 1977 para conmemorar el XXV aniversario del Jardín Canario y en el que científicos llegados de Estados Unidos, Gran Bretaña o Noruega hablaron de temas como la fitogeografía de la región australasia, el origen de las flores en las islas templadas, las flores insulares del este mediterráneo o las del Océano Pacífico junto al análisis de los endemismos de la Macaronesia, los de Nueva Zelanda o la flora endémica de las islas Galápagos, colocando a las Canarias, Gran Canaria, su Cabildo, el Jardín y, por supuesto a su director, como avanzadilla en el enfoque científico y el concienzudo estudio de la botánica mundial.

Su labor divulgadora, así como de asesoramiento a Cabildo y ayuntamientos fue otra de las interesantes facetas en que se desarrollaron sus pasos en los años posteriores desde fines de los setenta. También las acciones en taxonomía, biogeografía, elaboración de guías botánicas o cuestiones tan agradecidas por los defensores de lo nuestro como la catalogación de las plantas medicinales que por aquí medraban. Gran Canaria lo nombró Hijo Adoptivo en el 2005. No era para menos.

Y pese a todo lo dicho esto días y a lo que aquí aparece, estimo que su principal valor fue la extraordinaria escuela que generó a su alrededor y que personas como Navarro Valdivieso o López Ramírez y tantos más sean hoy en día baluartes de nuestra naturaleza y su protección se debe en parte a los pasos que dio Bramwell.

Creo que las mujeres y hombres de Canarias -pese a lo mucho trabajado antes de su llegada- no aprendimos a ver con toda precisión y orgullo a los bicácaros, los relinchones o las retamas blancas hasta que las vimos a través de los ojos de David Bramwell. Nos hizo apreciar con su entusiasmo y dedicación lo bonita que era Canarias y que dependía de todos nosotros que así siguiera para futuras generaciones.

Dejarnos a los canarios preparados para recibir ese legado fue su principal valor.

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