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La inflación salta a la cumbre de Gran Canaria

La doble insularidad que sufre el interior hace más difícil la subsistencia de los negocios

Rosa María Medina, delante de su establecimiento, Dulcería Nublo.

Son las diez de la mañana en la cota de los 600 metros, con una vertiente norte embrumada por los alisios en la que apenas se ve la siguiente curva, con garujas esporádicas y unas temperaturas no aptas para ventanas abiertas que siguen bajando a medida que se sube. Es en Cruz de Tejeda donde el mundo se abre para asomar una trasierra azul intenso y un sol que derrite el rocío. Parece que en la cumbre todo es distinto, que abajo quedan los precios al alza y la incertidumbre inflacionaria, pero resulta que no, que si acaso se la sufre un tanto más.

Miqueas Sánchez es el propietario de la Panadería de Artenara Abraham Romero, con puntos de venta en las dos localidades más altas de Gran Canaria, y también presidente de la asociación de empresarios que da nombre a su afamado establecimiento.

Hace un alto en un día de trajines muchos, y resume la situación remontándose a «los tres añitos largos que llevamos en la cumbre», en alusión a los devastadores incendios de 2019, la irrupción de la pandemia, y ahora la crisis ucraniana. «Esto lo sufrimos como todos, evidentemente, pero en nuestro caso es que trabajamos con pequeños volúmenes de negocios y cualquier factor supone una merma del beneficio, y en este sentido, llevamos una debacle tras otra”.

Y la última en llegar ha sido «la variación de los precios, que nos afectan mucho más a todos los que vivimos aquí arriba, en una suerte de doble insularidad, en la que a nosotros nos cuesta algo más producir, y a los visitantes a su vez les cuesta algo más llegar, porque les resulta más caro”.

Gestionar una empresa en lo alto de la isla implica un continuo subir y bajar de cumbre a costa y en un cálculo de gruesos trazos son cien kilómetros entre el bajar y el remontar que con los nuevos precios del combustible suponen hasta cinco euros de incremento. A eso se suman las materias primas, de tal forma que el próximo pedido de harina de Miqueas Sánchez para abastecer su panadería le va a incrementar la factura un 35 por ciento.

La tesitura es un calco de lo que ocurre en la empresa Dulcería Nublo, de Tejeda. Rosa María Medina también se enfrenta a unos gastos proporcionales a la altitud del pueblo, de forma que ya tan solo para distribuir su producción son medio centenar de kilómetros de reparto como mínimo, sin contar con el trasiego de la materia prima desde los puntos de abastecimiento. Teme por la suerte de sus 18 trabajadores, a los que considera «mi familia, porque hago toda mi vida con ellos».

También hace el recuento de desgracias, de aquel incendio en el que se le arruinaron 20.000 euros en mercancía, subsanado luego por el Cabildo y la aseguradora. De la pandemia, en la que tuvo que reinventarse para convertir su despacho en una extensión de unas redes sociales de las que apenas conocía su existencia antes del suceso. Y, hoy, de las consecuencias de una guerra lejana pero que hace llegar sus obuses de sobreprecio en la cuenca de Tejeda, al punto que si antes de finalizar el año no se reequilibran los números deberá ir a la gaveta a buscar la llave de cerrar.

Son datos. Si antes pagaba una factura de entre 2.500 a 2.600 euros para darle fornalla al horno de la dulcería, ahora son 4.200 euros la minuta. Igual el kilo de almendra, que ha pasado de los 6,20 a los 8,20 euros, a lo que se suma «el vivir lejos, que supone casi el doble en gastos, y donde todo el trabajo es manual», indica señalando sus 32 variedades de palmeras, que las hay hasta de Lacasitos, y que efectivamente lucen pinta de auténtica orfebrería.

Oswaldo Sánchez atiende un supermercado en Artenara, y rubrica que hay menos gente, pero también «que vamos escapando» con la venta de productos de primera necesidad, ya que los de segunda, de momento,  se encuentran invernando en las baldas.

Su establecimiento está a tiro de piedra de donde el taxista de Tejeda Sergio Navarro, con 23 años al volante, tiene aparcado su vehículo, artefacto que antes bebía completo con 50 euros y ahora no se queda con el buche lleno por menos de 70. «Pero la tarifa está exactamente igual desde el año 2017», esto, en un lugar donde el taxi, los cinco que hay entre ambas localidades, «funciona casi más como una ambulancia» para el vecindario, o como un microbús para el turismo. Esto implica que lo que se estaba recuperando con la apertura de las fronteras ahora se está liquidando por el incremento de los precios.

Por todo ello, según asevera Miqueas Sánchez, resulta fundamental para los residentes de los dos municipios que «sigan consumiendo en los negocios de los mismos municipios, y de hecho siguen haciéndolo a pesar de que son precios algo menos competitivos en relación con las grandes superficies, y no solo porque así permiten la pervivencia de las empresas, sino porque nos otorga identidad como pueblo y dentro de las penalidades, nos da una alegría inmensa».

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