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Nina, de las alarmas antiaéreas de Chernígov a la paz de La Minilla

Nina Kropyvnytska, de 73 años, llegó a Las Palmas de Gran Canaria el 19 de marzo para mudarse con su hija, su yerno y su nieta tras huir de la guerra en la ciudad de Chernígov

Nina Kropivnytska jugando en un parque con su nieta Laura junto a su hija Anastasiya y su yerno Francisco Jordán. ANDRES CRUZ

Nina Kropyvnytska se encontraba sola en su casa de Chernígov tras tomar la decisión de mudarse de forma definitiva al barrio de La Minilla, en Las Palmas de Gran Canaria, para vivir con su hija, su yerno y su nieta de siete años. Después de recibir a la pequeña durante los meses de verano lo único que deseaba era verla crecer y que sintiera el cariño de su abuela. Para ello solo tenía que aguantar hasta que se cumplieran diez días de la segunda dosis de la vacuna de la Covid-19. Pero después de dos días de espera las tropas rusas entraron en el país y pronto empezaron los bombardeos sobre su ciudad. 

El 19 de marzo Nina aterrizó por fin en el aeropuerto de Gran Canaria junto a su yerno Francisco Jordán y les recibieron su hija Anastasiya Kropyvnytska y su nieta Laura. Atrás dejaba las alarmas antiaéreas y un largo viaje desde su ciudad natal hasta cruzar la frontera a la región polaca de Cracovia. Allí se reunió con su yerno, que le acompañó durante el resto del trayecto. 

Chernígov, que se sitúa a unos 150 kilómetros de Kiev, fue una de las primeras ciudades ucranianas en recibir los ataques debido a su cercanía con las fronteras de Rusia y Bielorrusia. Desde que comenzó la guerra, Nina veía impotente cómo "el ejército ruso acababa con los edificios públicos como colegios, cines, bibliotecas y hospitales". Ella, que había trabajado toda su vida atendiendo al público en el teatro de la ciudad, temía que el edificio fuera el siguiente en caer. 

"Cuando pasa un avión cerca ella se levanta y tiene un momento de no saber dónde está", explica la hija sobre la vida de su madre en la isla

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La señora de 73 años vivía sola con su gato en Ucrania y la única familia que tiene residía en Canarias, aunque venía una mujer a cuidarla casi todos los días y recibía de forma frecuente visitas de un amigo de su hijo, que falleció hace cinco años. Cuando comenzó la guerra ella residía en un quinto piso de "un edificio antiguo, construido durante la época de la URSS". Durante los primeros días, cuando comenzaron las sirenas de bombas, aún podían acudir al búnker de la ciudad. 

Pronto las alarmas empezaron a sonar cada vez más seguido y "cada cuatro o cinco horas caían las bombas, después cada dos o tres horas y llegaban a oírse con una frecuencia de treinta minutos entre una y otra", le contó a su hija. En esos intervalos ella y sus vecinos no tenían tiempo ya de desplazarse hasta el búnker así que empezaron a refugiarse en el sótano del edificio. El frío que hacía en el lugar les llevaba a ponerse hasta tres capas de ropa y a refugiarse entre mantas, situación que se acrecentó cuando cortaron la electricidad de la ciudad la semana antes de salir del país. 

Uno de los momentos más difíciles para ella fue cuando lanzaron una bomba sobre un edificio que se encontraba a tan solo 500 metros de su casa y la onda expansiva llegó hasta su puerta. Cuando Anastasiya se enteró llamó de inmediato a su madre, que le respondió asustada "yo no sé lo que está pasando, estamos todos en nuestros pisos". 

Nina Kropivnytska paseando a su nieta junto a su familia en La Minilla. ANDRES CRUZ

Cuando se cortó la luz en la ciudad Nina solo se enteraba de lo que estaba ocurriendo por lo que hablaba con sus vecinos y por los ruidos de alarmas que oía. "Cuando empezaban las sirenas de los aviones y de las ambulancias ella no podía usar el teléfono y solo podía escribir algunos mensajes al día diciendo 'Hola Anastasiya, estoy viva'. Ver ese mensaje era un regalo para mí porque sabía que mi madre estaba bien", explicó su hija. 

El 14 de marzo se unió en un coche a otras dos mujeres, un perro y un conductor al que ya conocía con la intención de alcanzar la frontera con Polonia. "Nos dijeron que teníamos que prepararnos en media hora y que si tardábamos cinco minutos más se iban", le dijo a su yerno. Durante todo el trayecto apenas se pudo comunicar con su familia porque las líneas estaban cortadas pero, en cuanto tenía alguna ocasión, les llamaba para informarles. 

El viaje hacia Polonia

El camino más peligroso que recorrieron fue hasta pasar Kiev. De hecho, el puente por el que cruzó para alcanzar la ciudad fue derribado tan solo una semana después de que el grupo pasara. El resto del trayecto se desplazaron por carreteras convencionales y por bosques.

El día 16 Nina cruzó la frontera hacia Cracovia y permaneció en un refugio con voluntarios durante las horas que tardó en reunirse con su yerno. Allí confesó que "la ayuda está muy organizada. Si esperabas unos días podías coger gratis un autobús que te llevaba a Italia, a España, a Francia y a otros países de Europa".  Su hija aclaró que "hay buenos y malos voluntarios porque hay personas que llevan en el autobús a niñas o mujeres y después se pierde la información. Es muy importante fijarse en que los voluntarios sean oficiales". 

"Ucrania nunca perdonará esta guerra a los rusos. Ni a los malos ni a los buenos. Mientras nos mataban los malos, los rusos buenos estaban callados", expresó Anastasiya

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Francisco salió de Gran Canaria el día anterior, cuando su suegra le confirmó que podía pasar la frontera. Ambos cogieron un vuelo juntos a Madrid y de ahí llegaron a la isla. "La peor parte del viaje se la llevó ella", aseguró Jordán. Ahora Nina se encuentra feliz de volver a estar con su familia y, lo más importante, "que mi nieta tenga información de su abuela". 

"Mi madre quiere vivir, quiere estar cerca de su familia y ser una abuela para su nieta. Que cuando ella vaya al colegio tenga en su cabeza la idea de que tiene una abuela en casa", añadió Anastasiya. Sin embargo, los recuerdos de la guerra son más difíciles de borrar y permanecen guardados en su cabeza después de veinte días. "Yo vivo cerca del hospital y cuando pasa un avión cerca ella se levanta y tiene un momento de no saber dónde está", explicó su hija. 

Nina se encuentra preocupada por su gato, al que no podía sacar de la ciudad porque no tenía forma de traerlo hasta Canarias. Desde su nueva casa llora a menudo por haber tenido que dejar atrás a una mascota a la que considera una parte más de su familia. Todos los días va una amiga suya al piso para atender al animal y asegurarse de que se encuentre bien. Siempre aprovecha la visita para vigilar que todo siga en orden en el piso. 

Anastasiya Kropyvnytska expresó que "antes los rusos y ucranianos eran amigos pero hoy la situación es diferente porque somos personas distintas. En el corazón y en la cabeza. Ucrania nunca perdonará esta guerra a los rusos. Ni a los malos ni a los buenos. Mientras nos mataban los malos, los rusos buenos estaban callados". 

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