La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónica histórica

Un pelele llamado Judas

Teror recupera tras la pandemia la horca y quema del apóstol traidor | Desde los años 70 del pasado siglo se caracteriza en algún personaje famoso

Quema en Sevilla en 1902 en el ‘The Illustrated London News’ . | | LP/DLP

«Se echaban muchos voladores y cámaras, siendo los primeros 30 y las segundas 16. Por último, pegaban fuego a Judas, aunque ya no lució, por la lluvia y fue de ver los saltos que el diablo daba sobre el Judas, porque estaba el diablo sentado sobre los hombros de Judas como ahorcándolo; tenía mucho fuego, cada piña tenía una docena de truenos, fuera de otros el Judas de San Agustín lo tenían entero, arrastrándolo los muchachos en la plaza de la Pila Seca».

Así lo describía a mediados del siglo XVIII el cronista y memorialista tinerfeño José de Anchieta y Alarcón, cuyo Diario fue publicado el año 2012 por el Ayuntamiento de La Laguna, con transcripción y anotaciones del historiador Daniel García Pulido.

Según Manuel Hernández González no sólo era La Laguna la localidad donde se realizaba la quema ya que ésta tenía lugar en otros muchos pueblos tanto de Tenerife como de Gran Canaria, isla donde se le conocía en algunos pueblos también como la Quema del Haragán. Hernández afirma que uno de los lugares donde más tradición y fama tenía era en el Puerto de la Cruz. Se tiene constancia en manuscrito que «los comerciantes irlandeses introdujeron la costumbre de posar en las ventanas de sus casas y balcones durante la Semana de Cuaresma un pelele, cuyos mamarrachos eran quemados las mañanas de Pascua. Pero como eran muchos los peleles a quemar se unificaron voluntariamente, acordándose hacer uno solamente y en plaza del Charco de los Camarones quemarle, dándole el nombre de Judas Iscariote» a partir de 1750.

Aquel año, Viera y Clavijo, subido en cómica algarada sobre zancos, leyó a la concurrencia los versos escritos por él: «Soy Judas, aquel traidor, que sin conciencia ni fe por un vil precio entregué al más potente Señor. Yo soy aquel que al furor de un pueblo cruel e insolente expuse al hombre inocente y llevarlo en capilla metido, ya todos me habrán entendido, que quiero morir inocente».

Andrés de Lorenzo Cáceres en Sobre el folklore canario. La Quema de Judas, la describe siguiendo las notas redactadas por el comerciante inglés del Puerto de la Cruz Alfred Distan, que las escribió con destino a la pintora Mrs. Murray, y que pudo observarlo personalmente en 1858.

Por otra parte, el cronista palmero Manuel Poggio Capote nos trae en su trabajo El Judas Marinero de Santa Cruz de La Palma, la referencia de Pérez Vidal sobre que cada jueves santo se colgaban los judas en los palos o vergas de las embarcaciones surtas en el puerto de Santa Cruz de La Palma y que, al sábado inmediato, en el momento en el que en los templos se procedía a celebrar el Aleluya, estas efigies eran castigadas con palos y tiradas al agua. Poggio afirma «que los testimonios orales recogidos en fecha reciente recuerdan que a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, en la mañana o mediodía del sábado de gloria, raudamente después de que se llevara a efecto la dramatización del Aleluya, numerosos jóvenes salían de la parroquia matriz de El Salvador y acudían hasta el embarcadero para contemplar en el mástil de alguno de los veleros que allí se encontraban estacionados cómo se daba escarmiento a un monigote inspirado en la figura de Judas».

A este respecto, Benítez Inglott afirmaba en el prólogo a las Memorias de Domingo J. Navarro que «fue antaño muy popular en Las Palmas el revienta Judas de la madrugada de Pascua de Resurrección. Según oímos referir en nuestra niñez a personas ancianas, consistía tal suceso en colgar del campanario del convento de San Pedro Mártir, en la plaza de Santo Domingo, un gran pelele presentando al apóstol traidor y que contenía en su panzudo vientre unos cuantos gatos vivos y gran cantidad de triquitraques y algunas bombas. Se daba fuego al pelele en la fecha citada, lo que originaba el estallido de bombas y triquitraques con el pánico consiguiente de los gatos que, mayando desaforadamente, caían a la plaza con la consiguiente algarabía de la muchedumbre que huía de los enfurecidos felinos entre gritos y risotadas. La exclaustración del año 1835 dio el golpe de muerte a tal espectáculo popular».

Alma fugitiva

Al ser el acto con el que se iniciaba el Domingo de Resurrección, la gente no asistía en la noche del sábado sino en la madrugada del domingo para lo cual se levantaban con la alegría de jóvenes y chiquillería un tanto amarrados por el encierro de los días de Semana Santa y tras ver como se quemaba al traidor colgado de la conventual torre asistía para «presenciar la persecución de su alma fugitiva en figura de gato negro».

El antropólogo Alberto Galván Tudela afirma que «con la quema del Judas termina la Semana Santa. Quedan atrás la Cuaresma, los ayunos y abstinencias, y los palmitos del Domingo de Ramos se conservan en la cabecera de la cama de los canarios (...) la Pascua Florida lo es del preludio de la primavera (...) este ritual, sin duda, ha sido incorporado desde la colonización de las isla».

Asimismo, en Telde y también desde muy antiguo la plaza del Convento de San Francisco era el lugar elegido para que la Cofradía del Santísimo Sacramento existente desde el siglo XVI celebrara de su propio pecunio un acto similar en la ciudad sureña. El sacerdote Pedro Hernández Benítez dice que esa cofradía «costeaba desde muy antiguo los fuegos del «revienta Judas», especie de pelele lleno de materia inflamable untado de resina que contenía en su interior numerosos cohetes que producían sendas detonaciones y que se quemaba el domingo de Resurrección muy de madrugadita después de la salida de la misa, en medio de la algazara de la chiquillería y alegría de los mayores».

Acto de la quema y horca en Teror. | | LP/DLP

De esos «revienta Judas» del convento de Santo Domingo de Vegueta y de Telde procede la costumbre terorense de dar con este evento festivo, término al Triduo Pascual e inicio a la Pascua de Resurrección o Pascua Florida, opinión en la que coincido con el cronista de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, Juan José Laforet. Cierto es que la nota más macabra de todo el acto festivo y divertido por otra parte, es que además de voladores y petardos al Judas se le rellenaba con gatos vivos a poder ser negros; que cuando el machango comenzaba a arder escapaban si podían antes de quemarse vivos dando maullidos y lanzándose sobre la gente. Quedó pervivencia de esa antigua costumbre y en Teror se escuchaba, hasta que las prohibiciones del Gobierno de Canarias lo impidieron, como la gente gritaba cuando los cohetes salían de interior del Judas en todas direcciones hacia los asistentes, cómo estos corrían entre divertidos y asustados, gritando «que te arañan los gatos.

Álvarez Rixo refiere que se creía que el gato era «el alma de Judas, y apalear al pobre animal cuando salía desesperado y chamuscado era la delicia de la función».

Fiesta y muerte

El profesor e investigador José Miguel Pérez, presidente del Cabildo de Gran Canaria por entonces, afirmaba en el pregón a las fiestas de Nuestra Señora del Rosario pronunciado en Santo Domingo el año 2009, que esta fiesta se había suspendido ya desde el siglo XVIII debido a la brutalidad inherente en todo lo mencionado. Lo cierto es que sin ese componente un tanto macabro, se continuó celebrando en muchos lugares durante todo el siglo XIX; así como en la plaza de Santa Ana, junto a la catedral en el pasado siglo. Otros pueblos como Agaete (donde se cumplía con el rito de leer el testamento de Judas previamente a su quema hasta no hace muchos años), Valleseco, Arucas, Firgas, Agüimes, Moya o Guía o el barrio capitalino de Escaleritas por poner como ejemplos, el cierre de la Semana Santa con la horca y quema del apóstol traidor fue un acto festivo de los más apreciado y defendido por la juventud de esas localidades pero que, por distintas cuestiones fue desapareciendo hasta quedar únicamente en la villa de Teror. Y en Taganana, como permanencia de un evento principalísimo de la Pascua de Resurrección de todo Tenerife, y motivo, tal como dijera Manuel Pérez Rodríguez, de un profundo jolgorio festivo de parrandas, visita de bodegas y compartir vinos y viandas propias de la zona de Anaga.

Julio Caro Baroja en su estudio sobre el carnaval, enlaza culturalmente las celebraciones populares del mismo con las de la Semana Santa y hace capítulo afirmando que el Sábado de Gloria «se quemaba un muñeco al que llamaban Judas (sin duda en recuerdo del apóstol traidor) o, también, Mahoma». Hace asimismo una extensa relación de lugares donde se lleva a cabo el ritual de la quema del traidor; aderezándolo con destrozos a perdigonadas del monigote y a veces del actor que lo interpretaba; quema de parejas de monigotes, los judeses; lecturas de testamento; capeas de toros; o flores en pretina del pantalón para retirarlas bruscamente simulando que lo capaban, entre otras.

Mi respetado antecesor en el cargo, Vicente Hernández, afirmaba que su bisabuela le hablaba a su abuelo sobre el Judas de su infancia; por lo que él ubicaba los inicios de esta tradición en la villa a inicios del XIX. Coincido con él por los datos aportados al inicio de este escrito y por ser las mismas deducciones que yo sacaba cuando de pequeño hablaba con personas mayores, tanto del casco como del barrio de El Palmar.

Comenzó a realizarse por lógica, en la plaza del Pino y durante muchísimos años, el discurrir del pelele por las calles culminaba en ella en la madrugada del Domingo de Resurrección enfrentando al triunfante Cristo que volvía a la vida con el humillado traidor ahorcado frente a él. Pasaría posteriormente a la Fuente de La Higuera para terminar en la amplitud de la Plaza de Sintes, aunque llegó a tener otras ubicaciones.

Aunque no existe documentación en archivos, tal como observara el historiador Gustavo Alexis Trujillo en su trabajo Notas breves sobre la historia de La Quema de Judas de Teror, si hay datos sobre en hemeroteca a partir de la segunda mitad del pasado siglo. En 1967, el sacerdote Gregorio Rodríguez nos dejaba esta detallada descripción de cómo el Sábado Santo de aquel año «unos palos plantados en la plaza han formado una especie de cadalso y un descomunal muñeco, machango y risible visión de Judas Iscariote, se balancea con su horrible barrigota y bolsa de dinero. La música ataca un pasodoble torero, y los chicos prenden fuego al mogigando, que ha sido obra exclusiva de los muchachos del pueblo. Y Judas revienta por los cuatro costados, convirtiéndose en una especie de pieza de fuego de artificio. Estallan las bombas, salen al aire los cohetes voladores y sobre todo ‘los rabillos’, cohetes desrrabonados y que se dirigen a la multitud; que corre entre risas y carcajadas. Otros bambolean al muñeco y los chiquillos le cantan y gritan: Judas Iscariote vendió al Señor por treinta monedas que no gozó. Judas Iscariote vendió al Señor y ahora por eso lo quemo yo».

Los cuetillos respingones

Néstor Álamo decía tanto del Judas de Teror como del de Vegueta que eran «siempre eso: Judas. Quiero decir, de tipo igual, o casi, vestido a la judaica más de guardarropía. La barriga del monifato era próvida, oronda y al llegarle el fuego saltaban de ella, escandalosos, ‘cuetillos respingones’ y hasta gatos vivos enfuriados (...) En Teror han sabido navegar y sortear y conseguir con ello el triunfo. En estos aspectos de su Judas, la fantasía no tiene amarres bíblicos. Cada año lo representa -a Judas- un tipo diferente. La juventud se agrupa y pide por puertas y ataca bolsillos. Si sobra algo después de conformado el artilugio y quemado el artefacto brindan por la salud del finado. Y está bien».

La costumbre de singularizar al personaje se iniciaría en la década de 1970. Del pelele apóstol se pasó a lo largo del último tercio del XX a significar distintos personajes que, desde el mundo de la empresa, el deporte, el espectáculo o la política eran elegidos más por sus defectos que por sus méritos para arder en nombre de las ruindades de los demás. En Teror ardieron desde Jomeini hasta Farruquito pasando por Emilio Aragón, toda la plantilla de la U. D. o Carlos de Inglaterra.

Quema de Judas en Brasil en la década de 1830, por Jean Baptiste Debret. | | LP/DLP

La costumbre está implantada aún en muchas localidades de toda la península y Sudamérica, llegando incluso a celebrarse en Sevilla o en Madrid. La localidad sevillana de Coripe unifica casi todos los aspectos tratados en este escrito, desde la realización por los jóvenes, el escarnio, la elección de personificarlo en alguien odiado por el pueblo, hasta el ahorcamiento y quema.

Pero le suman el previo fusilamiento, algo que se da también en muchos lugares del mediterráneo como Siracusa, o algunas localidades checas. El año 2018 el personaje elegido para simbolizar la fiesta además del descontento por la sentencia, fue Ana Julia Quezada, presunta asesina del niño Gabriel Cruz. El Movimiento contra la Intolerancia planteó a raíz de ello una denuncia que fue archivada por la Fiscalía de la Audiencia Provincial de Sevilla el día 26 de junio de ese mismo año.

El Ayuntamiento defendió en su día que no se trataba de una fiesta racista, sino de una tradición de más de cien años, «que además es Fiesta de Interés Turístico Nacional» y que era decisión vecinal la elección del personaje. Vecinos y vecinas, que al año siguiente -la última edición celebrada por la llegada de la pandemia- extremaron más su autoridad de llevar a la hoguera, vapulear, disparar y quemar en efigie al elegir como Judas reventado a tiros en abril del 2019, al expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, lo que movió opiniones y denuncias que llegaron al Parlamento.

Desde el XVIII hasta hoy, el acto de la quema se ha movido entre opiniones favorables a considerarlo un simple escape a la tensión social a los que veían en la misma una permanente falta de respeto hacia otras formas de entender la política o la religión En el Cuadro Histórico de estas Islas Canarias de 1808 a 1812, de José Agustín Álvarez Rixo, el Revienta Judas era un capricho extravagante, en que no sólo intervenía el pueblo sino también las «personas de conveniencias». Según Rixo los mil pesos que se solían gastar en diez años bastaban para construir un alojamiento con destino a la gente que dormía en las plazas y las porterías de los conventos.

Y no sólo era el gasto. Además, la presunta brutalidad, odio y antisemitismo que se escondían tras el acto fueron razones hasta fechas tan recientes como el año 2006, cuando el concejal de Cultura de Artenara, Heraclio González Perera, en su decisión de recuperar la tradición en el municipio cumbrero recibió del párroco Sebastián Grimón (natural de Teror) una fuerte actuación mediática y contraria a rescatar lo que él consideraba como un acto pagano y que iba contra el judaísmo.

En este sentido, el doctor por la Universidad de Pensilvania, David Zvi Kalman en su trabajo sobre The Strange and Violent History of the Ordinary Grogger, en el que investiga sobre los pequeños sonajeros o matracas que los niños judíos utilizan en la celebración del Purim. Afirma en una extensa investigación que el pequeño instrumento procede en realidad de una celebración antisemítica ligada a la quema de la efigie de Judas en poblaciones de toda Europa y que llegaron incluso hasta la inglesa ciudad portuaria de Liverpool. El autor dice que «desde el principio, el sonido distintivo de la matraca se convirtió en parte del ritual. Como en otros lugares, la gente lo entendió como un sonido violento; algunos lo compararon con el sonido de los clavos clavados en las manos de Jesús. Sin embargo, más comúnmente, se escuchó como un ruido de rechinar, específicamente, el rechinar de los huesos de Judas. En algunas comunidades, desde la Alemania medieval hasta la Malta del siglo XIX, moler los huesos de Judas representa un ritual distinto que involucra el giro masivo de cascabeles. (El ritual de molienda no siempre usaba matracas; en algunos lugares, los niños simplemente rompían cosas contra el suelo). Es probable que a través de estas ceremonias semiautorizadas los sonajeros se convirtieran en un juguete de propósito general. De este ritual sonajero obsceno y frecuentemente antisemita, surgió el grogger».

El secuestro

Y vaya el dato anecdótico. A fines de los sesenta, principios de los setenta, y en una sociedad cambiante y en muchos casos muy crítica con este tipo de manifestaciones culturales, secuestraron a Judas. Nadie comunicó nada ni rescate pidieron, pero el público desfile y escarnio por las calles de Teror no pudo realizarse y la procesión del Resucitado volvió a la basílica sin la presencia del ahorcado en la plaza.

Desapareció, tal como lo contaba el siempre recordado Paquito Gil, del patio del instituto donde se había realizado y donde se fue a buscar para colgarlo del poste y no lo encontraron. Llegó a ser tal la presión de la juventud y los políticos que, desde la madrugada de aquel Domingo de Resurrección hasta la Guardia Civil de Teror, dirigida por el comandante Natalio Castro, puso a sus efectivos a trabajar en la búsqueda; y fueron ellos quienes lo encontraron en la cercana casilla de un estanque. El Judas rescatado de su secuestro no pudo disfrutar de su libertad ya que fue quemado el domingo al mediodía. Ni por ésas se salvó.

Para Felipe Bermúdez este rito «ha tenido un sentido variado, aunque todo va a centrarse en la muerte del pecado, expiración del mal. En definitiva, en la quema del Judas se quería expresar la solidaridad con Jesús y el estar en contra del traidor» Del traidor al pueblo, a los seres humanos en general. Por ello, si el vocerío juvenil ha sido muchas veces el de queremos pan, queremos vino, queremos a Judas colgado de un pino, con un letrero que diga colgado por asesino, se entiende ese sentido de disfrutar mientras se quema, pensando que ojalá con el muñeco desaparecieran las maldades de tantos.

Es la aplicación de la corrección de hechos que la ciudadanía ve como profundamente injustos y que van desde el enriquecimiento de unos pocos a costa de trabajos mal remunerados de una mayoría; penas insuficientes para delitos muy dolorosos y sentidos; liderazgos políticos que se convierten en dictaduras; ascensos sociales y económicos no justificados en los méritos; y hasta la pesadez de algún que otro personaje, como cuando Teror argumentó con ello la quema de Carlos Arguiñano. Es la justicia del pueblo, que muchas veces -es verdad- puede verse como ajusticiamiento; pero que en el caso que nos ocupa no es más que un hecho cultural en el que con quemar la imagen basta para sentir que se castiga lo malo y se puede seguir viviendo.

Si sólo con eso se descargan los ánimos y las tensiones de una sociedad, bienvenido siga siento el Judas de Teror y su reventazón.

Compartir el artículo

stats