El Salón Rojo del Ayuntamiento de Tejeda acogió ayer sábado al mediodía un acto de reconocimiento al nuevo hijo predilecto de la localidad cumbrera, el doctor José Domingo Hernández Cabrera, toda una sorprendente eminencia cuyo prematuro fallecimiento privó a generaciones de tejedenses y grancanarios a acercarse a su breve pero fértil obra.

 Por este motivo el grupo de gobierno que preside Francisco Perera quiso rescatar la memoria de una figura que engrandece el acervo del municipio con su nombramiento como hijo predilecto, en un acto que tuvo dos emotivos momentos, con la toma de la palabra de un portavoz de la familia, Rafael Ibañez, y la presentación del facsímil titulado Elementos de Bioquímica, que el tejedense firmó junto con el premio Nobel de Medicina Severo Ochoa.

La importancia de la figura del doctor José Domingo Hernández Guerra fue puesta en su adecuado contexto por José Medina, presidente de la Fundación Negrín. También dedicó unas palabras, casi de asombro, el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, ante el calado de un currículum apabullante, donde encontró un próximo candidato en firme a formar parte de la próxima zaga de hijos predilectos de Gran Canaria.

También arropaba al ilustre tejedense el alcalde de la localidad, Francisco Perera, que actuó de cicerone llevando a los invitados hasta el mirador donde el Roque Nublo y el Bentayga parecían festejar el descubrimiento de un gran busto que, ahora sí, hará del doctor cumbrero un vecino más del pueblo cumbrero hasta la eternidad.

Según la breve pero deliciosa biografía publicada por la Real Academia de la Historia, Hernández Guerra realizó sus estudios de Medicina en el Colegio de San Carlos de Madrid, donde es alumno de Santiago Ramón y Cajal. Ya de estudiante comenzó su relación, que acabaría siendo muy profunda, con el que sería su maestro, Juan Negrín López.

En el año 1916, aún como alumno, ingresó como ayudante del Laboratorio de Fisiología de la Junta de Ampliación de Estudios, para, al acabar la licenciatura, comenzar a trabajar con plaza de médico.

En 1920 fue pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios para trabajar en el campo de la Fisiología Experimental en el Colegio de Francia con Eugène Gley y Louis Lapicque. A continuación, en 1921, se trasladó a Bruselas, donde lo hizo con Nathan Zuntz en el Instituto Fisiológico y a Berna con León Asher.

A su vuelta a España en el año 1922, obtuvo el grado de doctor con la tesis titulada La resistencia muscular a la fatiga en condiciones fisiológicas y fue nombrado profesor auxiliar de la cátedra de Fisiología que regentaba Juan Negrín, haciéndose cargo de forma absoluta por encargo de su maestro de la organización de la docencia práctica. En este sentido, puso en marcha un sistema de enseñanza práctica de la fisiología, tomando como base el método experimental, totalmente desconocido en España. En 1926 obtuvo, por oposición, la cátedra de Fisiología de la Universidad de Salamanca.

En 1929 renunció a ella debido a su dotación insuficiente, volviendo a Madrid, donde opositó y consiguió una plaza de jefe de la Sección de Farmacología Fisiológica del Instituto de Farmacobiología de la Junta de Ampliación de Estudios, organizando uno de los laboratorios de investigación más modernos y competitivos de España, formándose a su lado Severo Ochoa de Albornoz.

Hernández Guerra fue uno de los valores más firmes de la escuela fisiológica española realizando importantes aportaciones en su breve vida, siendo un exponente y consecuencia de la política científica que se estaba siguiendo en esos momentos en España.

Entre sus contribuciones, merecen especial mención sus trabajos sobre vitaminas, en los que puso en marcha el desarrollo de nuevas técnicas para su determinación tanto por métodos químicos como biológicos, técnicas que fueron largamente empleadas por multitud de investigadores durante muchos años, tanto en España como fuera de ella.

Con estas técnicas realizó el primer estudio conocido en España sobre el contenido en vitaminas de determinados productos y alimentos españoles. Estudió también los efectos paradójicos de los extractos pancreáticos sobre la contracción cardíaca, y con Negrín profundizó sobre los mecanismos funcionales de las glándulas suprarrenales.

De sus numerosas publicaciones cabe destacar el citado libro Elementos de Bioquímica, que escribió en colaboración con Severo Ochoa y que alcanzó varias ediciones, convirtiéndose en una obra muy estimada por profesores y alumnos.

Además, realizó diversas publicaciones sobre la hipertensión arterial, las contracciones cardíacas y el papel que en ella podía jugar los extractos pancreáticos y sobre la acción vasoconstrictora del cloruro de bario.