El Boletín Oficial del Obispado de Canarias dejaba el 31 de enero de 1901 un relato pormenorizado de la instalación de varias cruces en lomas, altozanos y cerros de los distintos municipios que, cumpliendo lo establecido por León XIII, querían significar así lo que el para solicitaba.

Todo venía desde que, por voluntad del pontífice, se quiso significar la alegría por la finalización del nefasto siglo XIX que, con guerras por doquier, aumento de los ataques contra la iglesia, desamortizaciones, pérdida de los Estados Pontificios y, en suma, un creciente malestar social relacionado con el clero y su acercamiento más a las clases poderosas que a los necesitados, apartó a muchísima gente de la cercanía al catolicismo para guiar sus vidas.

Para iniciar el nuevo siglo con un sentido diferente, presuntamente más purificador; León XIII anunció solemnemente el Jubileo del Año Santo de 1900, primero con la bula papal Properante ad exitum saeculum en 1898 y, al año siguiente, con la encíclica Annum Sacrum, promulgada el 25 de mayo de 1899, que anunciaba la consagración de toda la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús y a través de la cual y de su desarrollo recordaba a todos los obispos, clero y políticos afines a su idea que en cada pueblo se ubicasen cruces que dejasen evidente la intención de que en siglo XX reinase la bondad de Dios y los primeros pasos que se dieran en la nueva centuria estuviesen guiados por esos símbolos, por lo que debían ubicarse en los lugares más altos de cada territorio. La cosa no salió como el papa quería para el siglo XX, que tuvo guerras para dar y repartir, pero eso en otro tema.

En aquel momento gustó la idea y miles de lugares en todo el mundo comenzaron a pensar en las más correctas ubicaciones aquellas cruces que por razones obvias se denominaron en la mayor parte de los sitios como las Cruces del Siglo.

La encíclica fue el inicio, y en su texto dejaba clara la importancia de visualizar el signo de la cruz en las montañas más altas, haciendo referencia a la visión del emperador Constantino y su convicción a partir de entonces de que con la cruz -In hoc Signo Vinces- superaría a los enemigos de la paz y la serenidad que se quería para la vida en el siglo que se iniciaba. Por ello afirmaba el papa que toda esperanza de invertir en ella: de ella se debía buscar y esperar la seguridad de los hombres.

Paradójicamente lo primero en que se tuvieron que poner de acuerdo fue en qué año finalizaba el XIX y comenzaba el XX y doctos jerarcas sacaron cuentas que sí, partiendo del año del nacimiento de Cristo se había iniciado el siglo 0 o el 1. Superadas las bizantinas discusiones que se generaron, quedó claro para todos que el siglo XX comenzaba el 1 de enero de 1901 y para ello se prepararon.

En Teror, el párroco Judas Antonio Dávila y el alcalde Manuel Acosta decidieron junto a las familias más destacadas socialmente, que el lugar apropiado para colocar la cruz que recordase a los terorenses las buenas intenciones con que debían iniciar sus pasos en el siglo XX era la llamada Hoya Alta o Montaña de Arencibia. En la ubicación acertaron.

La alta cima visible desde todos los lugares del valle de Teror y desde muchos de sus barrios recibía su nombre por una zona más baja o depresión ubicada a su trasera, la 'hoyalta´. Aparece el topónimo desde muy antiguo y unos años antes, el 16 de octubre de 1840, la Contaduría de Rentas y Arbitrios de Amortización publicaba en el Boletín la relación de las fincas rústicas y urbanas correspondientes a los monasterios y conventos, y en ella aparece como perteneciente al Monasterio de San Bernardo de Las Palmas en el municipio de Teror varias propiedades, como al Lomo o Llano de Los Cobos, Las Hoyas de Los Arbejales o la suerte de tierra en la Hoya Alta.

El segundo nombre por el que se conocía la montaña se debía a haber pertenecido al escribano público Miguel de Arancibia, nacido en Ondarroa (Vizcaya), y casado en 1553 con Jacobina de Troya, descendiente de Juan de Troya, primer cura de la villa.

Transformado el apellido en Arencibia, son antepasados tanto el canónigo licencioso como el escribano vasco de una gran parte de la población de Gran Canaria, de lo que han dejado constancia en muchos estudios, genealogistas como Eugenio Egea o el recientemente fallecido Leonardo Arencibia.

Decidido el lugar, comenzó a organizarse la ceremonia con tiempo de antelación. La antigua cumbrera de tea con que se fabricó, salió de la reconstrucción de una vieja edificación de la familia Romero fronteriza con la plaza de Nuestra Señora del Pino. Al anochecer del día 31 de diciembre de 1901 hasta después de la media noche, la Cruz de la Hoya Alta estuvo tal como reseña la crónica del Boletín Diocesano iluminada con faroles y hogueras que ardían en varios puntos, principalmente en los más elevados, indicando la despedida del siglo XIX y el saludo del XX. A la medianoche se asistió a la misa solemne, en la que comulgaron más de mil personas, llenándose tanto la iglesia del Pino como la del Convento del Císter.

El 1 de enero de 1901, se bendijo la Cruz de la Hoya Alta y se celebró una misa solemne al pie de ella para dar el pueblo publico testimonio de su fe y amor hacia Jesucristo nuestro Redentor, Soberano Señor de las Naciones y pueblos y de todas las cosas, dejando como prueba para los siglos venideros un monumento material… una Cruz grande de tea con la inscripción: Anno MCM. Jesús Christus.-vivit -regnat-imperat” por una parte y por la otra ó al dorso: Enero 1 de 1901.

Y en la noche y durante mucho tiempo, los latoneros de Teror hicieron los faroles de hojalata que la alumbraban para que no estuviera sola en aquellos parajes.

De inmediato y durante estos 121 años transcurridos, la Cruz de la Hoya Alta y sus anuales fiestas en el mes de mayo han ido constituyéndose en una referencia patrimonial de la villa. Así como la participación popular en su enramada, dirigida desde entonces hasta ahora por cuatro generaciones de la familia González; los conciertos de la Banda de Teror acompañando a las giras; o la familia Dávila con sus volcanes que desde la montaña -cuando se podía-, anunciaban que Teror estaba en fiestas a toda la isla.

Rosarios, misas, voladores, caminatas, músicas y excursiones no han podido tener en estas décadas mejor escenario.

A propuesta de Néstor Álamo en 1955 se colocó, delante de la anterior, otra cruz iluminada en el mes de mayo en su propio honor y en el mes de septiembre como guía de romeros y peregrinos en camino al Pino. Al año siguiente se aumentó hasta el doble de su altura, alcanzando casi los quince metros; a la vez que fachada y cúpula de la basílica se adornaban también con miles de bombillas que acompañaban a la cruz en este “aspecto deslumbrador” que se pretendía conseguir.

Asimismo en 1955, a partir de la decisión de Pío XII de ubicar la festividad de San José el 1 de mayo, ambas fiestas quedaron unidas en una sola y regentadas por los gremios de carpinteros y fueguistas. A esas hermosas fiestas se añadió también el célebre acto de El Barco y el Castillo que se lanzan a su Batalla Naval con la Cruz de la Hoya Alta iluminándola desde las alturas terorenses.

En 1999, la antigua cruz de tea se sustituyó por una nueva, colocándose la anterior -vestigio patrimonial y cultural de la villa de Teror-, en el patio del Palacio Episcopal, donde permanece en la actualidad.

La Cruz de la Hoya Alta ha tenido muchos cantores y su visión ha inspirado cientos de textos de entre los que entresaco el del propio cronista de su colocación en 1901, que dijo que ¡era de ver la atención, el orden, silencio y devoción de aquel inmenso gentío y como se conmovía al oír la divina palabra! ¡Qué espectáculo en aquel monte, al tiempo de la consagración, cuando sonaban las campanillas, el humo del incienso nublaba el altar y la Cruz y se dirigía al Cielo, tronaban los cohetes cruzando el aire y se sentían los acordes de la marcha real ejecutada por la música! Todo contribuía á levantar el corazón y rendir vasallaje á aquel Señor que se había dignado bajar del Cielo sobre aquella ara”.

O el poema que el 27 de abril de 1941 a inicios de las fiestas de aquel año el terorense Manuel Sarmiento Domínguez describía en una composición que hizo con su verso sentido y popular, al describirla como “soberbia montaña de gótico aliento, roqueño el semblante y romántica veste; titán que enarbola la insignia celeste a Cristo triunfante eternal monumento. Retamas y brezos, olivo y laureles, giraldas y lirios y flores rojizas te inciensan en nube de geórgicas brisas; exornan graciosos tus verdes caireles.”

Y el genial periodista terorense Pablo Hernández que escribió que "el día tres de mayo se hace la romería a la Cruz de la Hoya Alta. El día anterior, los vecinos de los barrios, y una familia que debe promesa de años atrás, adorna la cruz con exquisito gusto y cuidado, aprovechando las jugosas y recientes flores de mayo. Mientras se hacen las guirnaldas de margaritas, se entrelazan las retamas y brezos y se colocan las rosas y pasionarias, no dejan de oírse los secos estampidos de los voladores".

La Cruz de la Hoya Alta es naturaleza, paisaje, fervor, religiosidad y fiesta; pero sobre todo es tradición.

Una tradición ya ligada indisolublemente al presente y al futuro de Teror y sus habitantes

José Luis Yánez Rodríguez

Cronista Oficial de Teror