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José Antonio Sánchez Pérez, el último testigo y protagonista de la tauromaquia de Gran Canaria

El vecino de Carrizal, de 72, fue el alguacil de la plaza de toros de Gran Canaria durante los cuatro años que estuvo en funcionamiento y cerró hace 50 años

José Antonio Sánchez Pérez, el que fue el aguacil, el miércoles, en carrizal. Juan Carlos Castro

«Claro que tengo muy buenos recuerdos de ese tiempo que yo trabajaba como alguacil [o alguacilillo] durante los cuatro años que estuvo abierta la plaza de toros de Gran Canaria, en El Goro, en Telde. Añoro el ambiente y las buenas amistades que hice ahí. Yo hablaba con todos los matadores, grandes y relevantes, como los más modestos, con todos». Así recuerda José Antonio Sánchez Pérez respecto a esos años, entre 1970 y 1974, en los que la tauromaquia existía también hace casi medio siglo en Gran Canaria. 

«La plaza se llenaba, también dependiendo del cartel de esa corrida. El aforo era de algo más de 7.000 personas. Eran muchos peninsulares que vivían y trabajaban aquí, como también muchos turistas que venían en cinco o seis guaguas del sur, o en coches particulares, como también acudían vecinos de Telde, Ingenio y de la capital, entre otros. Claro que había gente que sabía de tauromaquia», apunta.

José Antonio Sánchez Pérez, de 72 años, nació y reside en la actualidad en Carrizal, en el municipio de Ingenio, y en ese tiempo taurino, cuando tenía entre 21 y 25 años, era también conocido como El Rubio. Sánchez Pérez ha trabajado más de 40 años en el sector de la construcción, aunque guarda cincuenta años después «buenos recuerdos de un ambiente y de una etapa concreta».

Tiene las ideas y los recuerdos muy claros el que es probablemente uno de los últimos protagonistas y testigos de la tauromaquia en la Isla. «El torero tenía que luchar en esa plaza de Gran Canaria contra dos fieras: el toro y el viento», sentencia el que fue el alguacil, y explica que «el viento podía dejar al descubierto al matador, al llevarse su muleta a un lado. El viento era uno de los males de ese ruedo, de esa plaza».

Este alguacil, que se casó después con Soledad González Quintana, con quien tuvieron los hijos Gustavo y María Sánchez González, aceptó este trabajo después de que el joven que tenia el cargo «aguantó dos o tres, y decidió que no era para él y me lo propusieron.

«Antes de la corrida, yo preguntaba si las espadas eran de verdad o simuladas, como también si el matador era diestro o zurdo», señala respecto algunas de sus funciones como alguacilillo, que también transmitía y ejecutaba las órdenes del presidente, que era el delegado del Gobierno. «Yo salía el primero a caballo, vestido con un traje negro, medias negras, capa y sombrero, con tres plumas y con la bandera de España a un lado. Era una vestimenta que recordaba la época de Felipe IV», agrega.

Cuando llegaba el primero al medio del ruedo, «era seguido por el patio de cuadrillas, matadores, banderilleros, picadores y por el tiro de mulillo, que solía ser de dos mulas. El presidente me daba la llave y yo se la daba al torilero, que abría los toriles. Yo controlaba de que no hubiese nadie en el ruedo, salvo quienes lógicamente tenían que estar, y controlaba la plaza. Yo seguía las órdenes del presidente, que estaba siempre acompañado por un torero retirado y un veterinario, que me indicaba con un pañuelo, según el color, si era la entrada o salida del picador, y del toro», añade el alguacil.

En esta plaza estaba en lo que es ahora zona industrial de El Goro, justo donde se encuentra en la actualidad una nave de la empresa de transporte de mercancías Carreras Grupo Logístico, en la calle Domingo Doreste Rodríguez.

Las corridas se celebraban siempre los domingos de cuatro meses al año. Es decir, dieciséis al año, lo que hace que el número total de corridas que hubo en esa plaza pudo superar las 60.

Otros detalles que cuenta, en relación a los precios para el público, «es que las entradas más caras podía ser de 1.000 pesetas [antigua y anterior moneda al euro en España], y las más baratas estaban entre 300 y 400 pesetas, dependiendo del cartel, del nivel y categoría del matador».

El aguacilillo iba los sábados a la plaza para los preparativos y volvía al mediodía del domingo para que se celebrase el sorteo de los todos. Ahí estaban también el apoderado, el veterinario y el jefe de la Policía. Y a las cinco de la tarde, era la corrida. Respecto a su sueldo, José Antonio Sánchez ganaba en cada corrida mil pesetas, aunque a veces el torero me daba una propina de 2.000 ó 3.000 pesetas si había cortados las dos orejas y el rabo. «Ese premio pasó pocas veces», apunta. «No tuve problemas, ni hubo desgracias, sino pequeñas cornadas», aclara. 

«Sobre los matadores que estuvieron en el ruedo, recuerdo a: Antonio Bienvenida; Luis Miguel Dominguín; Manuel Benítez, el Cordobés; Palomo Linares; Paco Bautista; Paco Camino Diego Puertas; y Curro Romero. También vinieron rejoneadores los hermanos Peralta; y Sánchez Vidal», afirma. «Todos los toreros se iban al sur, y los banderilleros, al puerto de Las Palmas de Gran Canaria, a los indios [locales], para comprar relojes y demás, y tabaco», agrega.

En relación a por qué sólo funcionó durante esos cuatro años, El Rubio piensa que «sería porque no fuese rentable realmente. El viento molestaba a parte del público, además de hacer más difícil el trabajo del matador; y además salía bastante caro traer a esos toros que pasaban algunos de los 400 kilos de peso, y que traían unos días antes para adaptarse, además estaba la alimentación».

Después del cierre de la plaza de toros, se probó con una plaza portátil que se instaló en Maspalomas, en San Bartolomé de Tirajana. «Fue en 1977. Hubo tres o cuatro corridas. Yo era también allí el alguacil. Incluso se intentó que fuese, en vez de toros, con novillos, es decir que tuviesen entre dos y tres años. Tampoco funcionó. El propietario era Orlando Ramos, que era matador de toros y de Teror», comenta el alguacilillo.

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