Un pueblo pequeño como Artenara justifica su propia dimensión por el constante adelgazamiento demográfico, unido a sus limitadas perspectivas económicas. En el marco de las familias que tienen su asiento inicial en el pueblo cumbrero, con la precariedad de una economía de subsistencia, la primera generación se ve obligada a una emigración a otros ámbitos de la isla, lo que lleva a que su descendencia esté anclada en el nuevo ámbito urbano. Esta segunda generación, crece, se desarrolla y se forma con mejores posibilidades socioculturales, pero mantienen un arraigo afectivo con el pueblo de sus ascendientes, padres, abuelos y otros parientes. Esta cadena genealógica se convierte en una fuente de riqueza cultural que se alimenta de un contenido cargado de leyendas y experiencias propias referidas a un mundo que está en el límite de su desaparición.

Ese arraigo sentimental, en el caso de Artenara, lo hallamos en personajes de nuestra cultura intangible como son los timplistas José Antonio Ramos y Germán López, o en la palabra de Yeray Rodríguez. Las respectivas madres han sido el nexo con la interpretación de un realismo mágico isleño, que se desvela en las temporadas de verano cuando se ponen en medio de la naturaleza escenas agrarias, humanas y festivas. Todo ello implementa la cosmovisión de estos artistas que de alguna manera transita entre lo culto y lo popular, lo urbano y lo rural, la isla y el continente.

Estas reflexiones nos surgen en estos días cuando asistimos a la despedida de Corina González Afonso (1953-2022), la madre del timplista Germán López González, que ahora llora entre los acordes de sus manos la tristeza de su ausencia. Y es que nuestra entrañable Corina se granjeó en vida el cariño de sus vecinos de Las Arvejas y de toda una familia pegada al terruño de Artenara, la patria chica arraigada en sus corazones.

Con ocasión de la presentación de nuestro libro El arca de Ismael y otros cuentos de Covanara, Germán recordó a su abuelo Victorino, un hombre rebosante de entusiasmo, cuando una tarde asistió a una escena protagonizada por su inefable abuelo y una pareja de turistas, a los que trataba de enseñarle su vivienda cueva de Las Arvejas a la vez que les explicaba, con sus rústicas palabras, las características del hábitat troglodita.

Germán, con su mente de muchacho racional, no comprendía nada de lo que estaba ante sus ojos, pero pudo concluir que en el pueblo de su madre podían suceder estampas surrealistas que no estaban lejos de su mente creadora. Corina, su madre, hija de Victorino y de Susana, con una personalidad cimentada en el entusiasmo, en la prudencia, en la bondad y en el amor a los paisajes isleños permitió que quien ahora es un reconocido timplista que recorre el mundo con su pequeño instrumento, tenga arraigado el más genuino valor de nuestra identidad. Expresamos nuestro sincero pesar a su hijo Germán, hermanos y demás familia.