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Moya, capital de Canarias

El colegio Agustín Hernández Díaz celebra por todo lo alto en día de la tierra recreando un gran pueblo isleño en el interior del centro

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Recreación de un pueblo canario en el colegio de Moya José Carlos Guerra

Valeria Hernández Arencibia es de Moya, tiene 10 años y una sonrisa inmensa. Ya estuvo este pasado verano conociendo la mecánica del queso en la Quesería Las Hoyas, de Fontanales pero esta semana, a cuenta del Día de Canarias, ha ido perfeccionando el geito, y con ello aumentando su asombro sobre la alquimia que conlleva, «ese momento tan especial», explica con precisión, «en el que la leche se cuaja». Jorge Almeida Melíán, un año mayor que ella, ratifica, «sí, cuando lo exprimes», para lanzar una advertencia, la de que «la vaca canaria está en peligro de extinción», indicando que ya solo queda una gallanía que haga con queso con bovino de la tierra. 

Valeria y Jorge son alumnos del colegio de infantil y primaria Agustín Hernández Díaz, de la villa verde, que a lo largo de los últimos días se ha convertido en una suerte de capital de Canarias donde por sus cuatro lados lucen referencias a las tradiciones y referencias históricas a la Comunidad Autónoma. 

La salita de las impresoras se ha convertido en una ‘venta’ de carajacas, chochos y frangollo

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Aún no es el día grande, y ya hay un buen grupo de alumnos siguiendo atentos las explicaciones de Ale Ortega, armado con un gran garrote explicando el salto del pastor. Les dice que la altura de los barrancos de cada isla es proporcional a la longitud del palo, que en Lanzarote y Fuerteventura, más llanas, son más cortos, y que en La Palma, abrupta y acantilada, llegan a medir hasta cuatro metros. Una vez esto se sube con una escalera al muro de la entrada y salta en cámara lenta, como si la gravedad no fuera con él. Y los alumnos con los ojos como platos. 

En el huerto, en los pasillos, en las aulas, en la entrada, todo es una novelería. Por la banda de babor entra una parranda de chiquillos cargados de lechugas, papas y pimientos, que acaban de cosechar en el propio colegio. Y del fondo de un pasillo se oye lo que parece una isa.

Un poco más allá, una recreación de un cochafisco, en el centro un horno de pan, y al fondo, loceros y lecheras, mientras que en el patio ajardinado el muro hace de acequia para un conjunto de lavanderas que blanquean la colada con jabón Lagarto. 

A ello se añaden boliches, carros de latón, muñecas de trapo o pelotas de tira de platanera. Y hasta la salita de impresoras se ha transformado en una 'venta' de carajacas, chuchangos, chochos, conejo en salmorejo, frangollo y mojo cochino. 

Iván Suárez es el director del centro, y no hace distingos. “Desde el señor que vino a enseñarnos a hacer ceretos, hasta el último alumno, incluyendo a todos los docentes, se han volcado para celebrar este Día de Canarias tras dos años de restricciones”. 

 Además, con argumento sustentado, porque según detalla, «trabajar los contenidos canarios en el aula es una premisa de todos los centros educativos de nuestras islas. Este hecho queda reflejado en la Ley Canaria de Educación, que establece en su artículo 5.2.m. que uno de los objetivos del sistema educativo canario es precisamente el de fomentar el conocimiento, el respeto y la valoración del patrimonio cultural y natural de Canarias desde una perspectiva de creación de una convivencia más armoniosa entre la ciudadanía y el entorno». 

Con ese objetivo por delante, que el colegio Agustín Hernández Díaz ha cumplido, a la vista del despliegue con creces, han recurrido a la asociación de padres de alumnos Los Tilos y el propio Ayuntamiento de Moya, para dar contenido a una semana de actividades que, además de las citadas, como el salto del pastor o el taller de cestería, o el de elaboración de quesos, incluye otras como la lucha canaria o la bola canaria, esta última desarrollada ayer jueves, aliñada con talleres de trompo, rueda y soga. 

Para hoy el trajín es inabarcable, con partidas a las chapas, juegos del elástico, y el pañuelito, y clases de apicultura, música y teatro que hasta ganas dan de regresar al jardín de la infancia. 

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