La magistrada Luz Calvé, titular del Juzgado de Instrucción número 8 de Las Palmas de Gran Canaria, ordenó este miércoles el ingreso en prisión sin fianza por un delito de asesinato del hombre detenido como presunto autor de la muerte del exinspector de la Policía Nacional y abogado Juan Betancor González, que falleció el pasado martes, dos días después de que el agresor que trabajaba en su  finca en Gamonal Alto, en Santa Brígida, le prendiera fuego y lo encerrara en un aljibe. Según informó este miércoles el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, el detenido también se enfrenta a varios cargos por un delito de amenazas y dos por detención ilegal.  

El presunto homicida, identificado como Antonio, tenía 72 años, era natural de Cabo Verde, que  había sido acogido por la víctima en su finca del Gamonal hace 17 años cuando perdió su trabajo en la empresa portuaria Fransari y se separó de su pareja sentimental, ya reconoció los hechos tras ser detenido. Fuentes de la Policía Local señalaron a Efe que el presunto agresor había discutido con el letrado hacía días y que el día de los hechos, el pasado domingo, también mantuvo otro enfrentamiento durante el que amenazó a la víctima que se encontraba en la casa de Santa Brígida junto a su esposa a la que consiguió encerrar en una habitación. Fue precisamente su mujer, que logró salir por una ventana y pudo pedir ayuda porque temía que Antonio matara a su marido

El hijo del fallecido, Juan Jacob, también abogado, evita hablar y pide que le comprendan

Cuando regresó a la finca, ya en compañía de dos policías locales de Santa Brígida, escucharon la voz de Juan Betancor que pedía ayuda desde el interior del aljibe. Aunque lograron rescatarlo con vida, su cuerpo presentaba graves quemaduras que fueron las que terminar de provocarle la muerte el pasado martes en el hospital madrileño de La Paz adonde había sido trasladado.

Tras prenderle fuego al abogado y dejarlo en el aljibe, el agresor abandonó la finca y cerró hasta las puertas con llave. Fueron los agentes municipales los que alertados por la Guardia Civil le detienen a apenas unos 600 metros de la vivienda. En el registro de la casa los agentes se percataron entonces cómo la entrada del aljibe donde se encontraba el letrado había sido taponada supuestamente por el presunto agresor, que se encargaba del mantenimiento de la finca.

En el mundo de la abogacía, compañeros de profesión especializados en Derecho Penal que han compartido con Juan Betancor sesiones de juicios, y hasta consejos, lamentaron este miércoles su trágica muerte. La noticia de cómo al exinspector de la Policía Nacional y abogado le había prendido fuego un empleado que atendía su finca en el Gamonal les dejó estupefactos el domingo, y más el fatal desenlace.

El único que no quiere pronunciar ni una palabra sobre lo sucedido es su hijo Juan Jacob Betancor, que también es abogado y desde hace años compartía despacho con su padre. Pidió que lo comprendan. También forma parte del despacho familiar, ubicado en calle Juan Rejón, en La Isleta, en el que primero comenzó a trabajar su padre junto a su madre, que ejercía como secretaria, al que después cuando se forma como letrado se incorporó. Tampoco quiso dar detalles sobre si se hará cargo de la defensa en la causa que se abrirá por el asesinato de su padre. 

«Supongo que su hijo tirará adelante y seguirá con el despacho», comentaba Armando Martín Bueno, abogado penalista que la semana pasada coincidió con el padre y el hijo en las dependencias de la Ciudad de la Justicia. El fallecido del que dice que era «buen abogado, y un hombre peculiar, con carácter, que se resistía a dejar este oficio», le ayudó mucho cuando comenzó a ejercer la abogacía. Cuenta que en su primer juicio, allá por 1997, coincidió con Betancor y casualmente en el primera vista con enjundia que se celebra sobre un asunto de drogas encontrados en contenedores del Puerto también actúan como defensas. Más allá de los asuntos judiciales, ambos letrados compartían cierta proximidad porque el fallecido era amigo de su padre que fue médico, y ambos eran vecinos del barrio de la Isleta. “No iba a su finca, ni comía con él, pero si que existía entre nosotros mucha cercanía», señala.

«Esos rasgos de excomisario le quedaron para bien, y no aceptaba una conformidad»

También Francisco Espino, abogado penalista con despacho en Arucas, comenta que se quedó sorprendido cuando el domingo supo que Betancor había sido quemado por su empleado, y hasta lo comentó con compañeros como Armando Bueno y Tomás Valdivielso que no daban crédito a lo acontecido. «Hacía una defensa a rajatabla, se lo tomaba muy en serio y lo luchaba todo aunque fuera contra el fiscal si creía que tenía razón», señala. El hecho de que el fallecido fuera comisario de la Policía Nacional le quedó impreso en el carácter del fallecido, a juicio de este abogado. «Esos rasgos de comisario le quedaron para bien y no era fácil que aceptara una conformidad»..

Recuerda Espino casos que defendió Betancor como el del conserje del Cabildo que apareció muerto en La Isleta, o el crimen de Guayedra, y tantos otros relacionados con el tráfico de drogas, que en el argot judicial se llaman casos de delitos contra la salud pública. Se atreve a opinar sobre la posibilidad de que el hijo del fallecido se haga cargo de la defensa en el juicio contra el autor del crimen dice que «un conocido se metió a defenderse a sí mismo y al final perdió hasta el despacho".

Otro penalista, Pedro Torres, le define como un hombre campechano, afable, que siempre saludaba. También coincidió con Betancor en la Audiencia Provincial en una causa por un delito de narcotráfico. Defendía casos complicados, apunta, porque sus clientes estaban a acusados de tráfico de estupefacientes y «en estas cuestiones pocas veces se gana».

Un despacho familiar

En el despacho que puso en marcha el abogado Juan Betancor en la calle Juan Rejón, en La Isleta,  trabajaba toda la familia. Desde los inicios su mujer Fátima se incorpora como secretaria y una vez que su hijo, Juan Betancor, realiza los estudios de Derecho también entra a forma parte del mismo. Por eso era habitual ver a padre e hijo con sus togas en la mano por los juzgados. El exinspector se colegió como abogado en 1983, y una vez que completa los estudios de Derecho en la Universidad a Distancia pidió excedencia en la Policía Nacional. En la abogacía llevaba más de la mitad de su vida, 39 años, y se resistía a dejar de ejercer este oficio. Era asiduo de su pajarita y su sombrero con los que llegaba al juzgado y se acercaba a ver a sus clientes a prisión.