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ANÁLISIS

«Te casaste con la hija de Alfonso XIII»

La vida de Pino Betancor Álvarez acumula los ingredientes de una novela de amor, odio e intriga | Hace 70 años, su boda con José María Millares Sall fue un acontecimiento

Te casaste con la hija de Alfonso XIII

La vida de Pino Betancor Álvarez acumula todos los ingredientes de una apasionante novela de amor, intriga y odio. La historia, de la que tenemos licencia para contar, queremos iniciarla en la saneada época del esplendor de las exportaciones de frutos canarios al mercado europeo. En aquellos años de tanta riqueza agrícola todos los cosecheros que comercializaban con los productos isleños mandaban a sus hijos y allegados al Reino Unido, o a Francia, para que fuesen los receptores de los géneros y los encargados de representar en el extranjero sus respectivas firmas mercantiles

El emprendedor agricultor y juez municipal de San Lorenzo, Diego Betancor Hernández, había mandado a su hijo Antonio a Londres, quien, con otros muchos canarios, formó una sólida y entrañable colonia isleña en la capital británica. Nuestro paisano, José Manuel Soria López, por ejemplo, estuvo a punto de nacer en Inglaterra, pues su padre era en aquel momento el responsable de los envíos de su suegro en aquella plaza, pero aunque nació aquí, los primeros biberones se los suministraron al pequeño teldense en la pérfida Albión. Por eso nuestro singular político canario-anglosajón habla perfectamente inglés, conocimientos que contribuyeron a desempeñar con soltura la cartera de asuntos de relaciones turísticas.

Antonio Betancor Suárez, representante de la firma familiar en el Reino Unido, es un isleño que brilla en la sociedad londinense. Tiene 28 años, dinero y es muy atractivo. Asiste con frecuencia a los saraos de la alta burguesía que se celebran en los salones británicos, y en uno de ellos, Antonio cae en las redes de lady Celia Álvarez Buzón, una joven española hija de un diplomático que por entonces se encuentra casada con un maduro lord inglés, sir George Pockerque, afamado joyero y proveedor de la reina de Inglaterra.

La fuerza irresponsable de la pasión que entre los muchachos se fue fraguando les empuja a mantener una relación en la sombra de la clandestinidad, hasta que un día, aprovechando que el orfebre había viajado a París con sus muestrarios para ofrecer las novedades de sus gemas, la pareja decide escapar a España. La inmadura joven esposa quiere asegurar el incierto porvenir que el futuro le podría deparar y en la huida llena las maletas de fantásticas joyas del negocio y del patrimonio familiar. Entre las alhajas «descuidadas» se encuentra una tiara de esmeraldas igual a una del tesoro de la corona británica.

Lógicamente, al retornar el gemólogo a Inglaterra y conocer la nueva situación de su casa, se produjo en Gran Bretaña un sonado escándalo. La Interpol se encargará de indagar el paradero de la pareja y de las prendas desaparecidas y se emite una orden de busca y captura. Pero el alboroto duró poco, pues tratándose del proveedor de la casa real inglesa y ostentar el afectado un prestigioso título nobiliario se debió de aconsejar silenciar la provocación mediática que circulaba ruidosa por la prensa. La venganza del ofendido marido fue la de no conceder a la huidiza consorte la liberación del divorcio.

Antonio Betancor y Lady Celia María de Gracias destacan ahora en la sociedad madrileña y abren una magnífica residencia en el barrio de El Plantío, en el distrito de Moncloa. Se codean con las fuerzas vivas más sobresalientes del régimen y su situación de pareja de hecho se silencia, pues no pueden contraer matrimonio por los motivos expuestos. No tienen hijos, por lo que al llegarles noticias que en Sevilla pronto va a nacer una criatura que darán en adopción, los amantes se interesan por adjudicársela.

El nacimiento de Pino

En un palacio sevillano nace el 4 de marzo de 1928 una niña. Al día siguiente y bien arropada se entrega a la nodriza Micaela Abad Romero, que será la encargada de llevarla a la capital de España. A la portadora del encargo, bajo juramento ante notario, se le recompensa su misión y secreto con dos pisos en Sevilla y uno en Madrid que están por entonces registrados a nombre de Carlos Fitz-James Stuart y Palafox, XVI duque de Alba. Nunca se ha desvelado, aunque se sospecha, quién fue la parturienta.

La entrega de la neófita se realiza en Aravaca, y en su iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señora se le suministran las aguas bautismales. Se le impone el nombre de María del Pino en honor y recuerdo de doña Pino Suárez Angulo, la madre canaria del entusiasmado receptor. Pero la nueva cristiana no puede ser oficialmente adoptada por carecer la pareja del vínculo de matrimonio. Durante años llevará los apellidos de Abad Romero, que eran los relativos de la nodriza portadora y de la que Pino heredará la casa de Madrid registrada a nombre de la familia ducal. Será en la adolescencia de la joven cuando sus padres ya pueden casarse. Había fallecido en Londres el lord inglés y el impedimento había desaparecido. De igual modo se pudo registrar oficialmente la adopción de la muchacha cuando Pino contaba unos 15 años de edad. Pero la armonía de la nueva situación legal va a durar poco porque la que acaba de morir en Madrid es ahora doña Celia Álvarez, señora legítima de Betancor.

Corre el último año de la década de los cuarenta. El viudo con su hija adoptiva deciden viajar a Canarias para que la familia isleña conozca al nuevo miembro que la integra. La sociedad grancanaria se desvive por agasajar a los viajeros. Ciudad Jardín, Tafira y Vegueta abren sus salones para recibir a los invitados. Y fue durante una merienda en la hacienda Los Lirios de Bandama de los Pérez-Galdós dónde Pino quedó extasiada al conocer en septiembre de 1950 a José María Millares Sall, su alma gemela, que como ella también cultiva con soltura el género literario. El flechazo a primera vista va a contrariar a don Antonio, que considera que el vate isleño es poca cosa para la hija, además es republicano y de izquierda, cuando su pretensión era casarla con un señorito de buenos recursos y que fuera obediente simpatizante de la doctrina imperante en El Pardo.

De regreso a Madrid ya Pino no puede olvidar a José María. Cartas diarias se cruzan en la distancia. La joven se empecina en casarse con el canario pero no logra el beneplácito paterno. Está decidida a huir, si es necesario. A partir de ahora la relación entre padre e hija es complicada, agravada con las segundas nupcias que el viudo contrajo con la señora Leonor Pérez de Andújar.

Dispuesta a la aventura de su matrimonio y determinada a verificar sus anhelos, los Millares quieren proceder con arreglo al ritual de la tradición. En Madrid reside el escritor Claudio de la Torre que, en nombre de su primo el maestro Juan Millares Carló y de su esposa Dolores Sall Bravo de Laguna, pide en enero de 1952 la mano de Pino a don Antonio que, contrariado, no le queda más remedio que concederla. Promete que asistirá al casorio para actuar de padrino de boda y él mismo se encargará de pagar el vestido nupcial que confecciona el famoso modista canario, Antonio Nieto. por la entonces exorbitante suma de veinticinco mil pesetas.

Y al igual que su madre adoptiva la ex lady, Pino, en su viaje a Canarias, también pertrecha sus maletas de las valiosas alhajas familiares. Entre ellas va la tiara de esmeraldas de la que tiene una copia la reina inglesa que, con el resto, serán por mucho tiempo tema de conversación en todos los estrados de la burguesía insular. Andando el tiempo la joya ‘real’ servirá para depositarla en una casa de empeños madrileña, con cuyo importe se solventaron muchos agobios económicos de la pareja en aquellos crudos años de la posguerra y de tantas carencias en las cargas familiares.

Concertado el matrimonio con hora y día señalados, el padrino dejará plantada a la novia. No acude al enlace. Y como una especie de «regalo de bodas envenenado», el insatisfecho padre adoptivo, aprovechando sus buenos contactos con el régimen, había facilitado que se traslade a la isla el temido comisario franquista Roberto Conesa, especialista en la represión política tras la guerra civil y famoso por haber colaborado con la Gestapo nazi, para que, como experto en las estructuras clandestinas, practicara lo que procediera. A Conesa no le fue difícil contrastar los antecedentes políticos del pretendiente y, acompañado de un grupo de efectivos, acude a la casa familiar del Reventón de Tafira y detienen al novio y a sus hermanos. Manolo pudo escapar por haberse escondido bajo una cama.

A pesar del quebranto que se produce con aquel inesperado acontecimiento, los novios no se amilanan y organizan las nupcias en la parroquia de San Francisco de Asís. La boda se fija para el 13 de marzo de 1952, previo permiso que concede al contrayente el juez Gabriel de Armas Medina, pues aunque se encuentra en libertad condicional, está pendiente de un consejo de Guerra. A falta de padrino, actúan en la ceremonia su hermano Agustín Millares Sall y su madre la encantadora pianista doña Lola.

Ante los intrigantes y disparatados comentarios que de aquel enlace circulan entre la burguesía insular, fue al salir del templo seráfico cuando una de las asistentes y deuda del contrayente, Rosario Manrique de Lara y de la Rocha, le espeta al estrenado marido en la misma puerta:

-¿Sabes con quién te has casado?

-Con la hija de Antonio Betancor, supongo, -respondió el sorprendido consorte.

-No. Te has casado con la hija de Alfonso XIII.

La aristocrática dama, parienta cercana de la familia Sall por la línea de los Casabuena, era viuda del madrileño Gustavo Bascarán Reyna, comandante del Regimiento de Infantería Canarias y Juez Instructor. Y no debía de estar desprovista de veracidad aquella impactante información porque Gustavo era hijo del teniente general José de Bascarán Federic, jefe del cuarto militar del rey durante muchos años e integrante en el séquito del monarca cuando realizó la visita a Canarias en marzo de 1906. La relación del general con el soberano había sido muy estrecha: se dice que fue su especial ‘paño de lágrimas’ y quien mejor conocía la vida y milagros íntimos de aquel rey español que seguía teniendo el inquebrantable privilegio del derecho de pernada. Sol Fitz-James Stuart y Falcó, hija del duque de Alba anteriormente citado, solía manifestar convencida que «acostarse con don Alfonso era entre las damas una ambición distinguida y casi respetable».

Pino Betancor Álvarez vivió con la pena de no conocer y tratar a su familia biológica. Solo tuvo un atisbo de satisfacción cuando en 1988 vino a Las Palmas de Gran Canaria Leandro Alfonso de Borbón a presentar en el Club Prensa Canaria su libro El Bastardo real. A su término, Pino se acercó a la tribuna para presentarse y saludar al presunto hermano de sangre. Lógicamente no se conocían, pero espontáneamente don Leandro se brindó para un posible cotejo de ADN, una prueba que él estaba a punto de hacerse para que se confirmara, como se demostró, que era hijo del Rey. Pino murió tras sufrir un infarto cerebral en enero de 2003 y nunca se llegó a realizar la sugerente propuesta.

Que sirvan estas líneas como homenaje póstumo a la memoria de Pino Betancor Álvarez. La poetisa, que también fue autora de las canciones Amor a los veinte años, Paloma si yo tuviera, Desde que tú me dejaste y Noche en el mar, siempre quiso que su historia se llegase a conocer para soterrar definitivamente el gran bulo que circulaba insistente por la ciudad de que era hija de una gitana.

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