La Rama del Valle de Agaete reverdeció este martes tras el descomunal incendio de 2019 y los dos años de pandemia llegados de propina, portada por más de 4.000 romeros que bailaron la Madelón desde la Era del Molino hasta la cancela de la ermita de San Pedro.

Fue la de 2022 una rama verde, que aún rezumaba el rocío de la mañana, y la buena entrega de chubasco que vivieron los que partían desde el lunes por la noche al pinar de Tamadaba para cortarla y pasar con ella la duermevela hasta la luz del amanecer.

Como el perrillo chico que pasó más tiempo de la cuenta amarrado en corto, los isleños vivieron la travesía con parranda buena, con un déjame entrar de reencuentros, abrazos y carne de gallina.

«¡Pero Begoña, se me quedan los ojos como chernes!», gritaba una morena de a metro ochenta a una amiga a la que, según confesaba, la última vez que la vio fue hace más de 730 días, que son los mismos que cuenta la alcaldesa de la villa, María del Carmen Rosario, desde la última vez que se bailó en el Valle con palos de laurel.

Ya el enrale era palpable con carácter retroactivo, cuando por la medianoche que partía el lunes del martes un importante gentío emprendía el camino en vertical que pasa a la vera de Berbique rián arriba la meseta de Tamadaba.

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Celebración de la rama De San Pedro en Agaete Juanjo Jiménez

Para allá subía Carmen Rosario, del propio Agaete, y que recién jubilada en víspera de la debacle del 19 vio truncado su deseo de celebrarlo cumpliendo promesa. Pero ahí estaba al mediodía de vuelta, con sus compañeras de aventura Yelenia Armas y Nacha Ojeda, ambas de La Aldea, y privada de su juicio tras pasar la noche junto con sus amigas acurrucadas y asocadas en una caseta que escurría el agua, un empape que mixturado con el viento, fue un «algo no visto en los últimos veinte años, yo creo».

«Sí, sí, por lo visto se enchumbaron», corrobora el dato el bueno de Antonio Martín, nacido en el mismo epicentro del Valle y que lleva consigo una pena dentro, que exhibe hacia fuera con una camiseta en la que luce el retrato de Suso El Pulga, un joven vecino fallecido no hace un mes para disgusto general, no en balde no era ayer el único que la portaba.

Antonio bailaba la rama que definitivamente El Pulga no pudo, y que sepa allá arriba, «que siempre estará con nosotros».

Por detrás de Martín asomaba camino abajo sobre las doce menos cuarto de la mañana la Banda de Agaete, que ya llevaba dos horas tocando entre taliscos y teniques, desde el reparto del caldo en la Era del Molino. Y camino arriba, la Banda de Guayedra, que tomaba el relevo.

No llevaban 20 minutos cuando llegaron a uno por hora al cruce del Camino de Los Romeros con Vecindad de Enfrente, que es cuando a la vista del pueblo de San Pedro el personal se desata.

Los que fueron a refrescarse abajo a los chiringos vuelven de nuevo hacia arriba con la selva andante de laurel, poleo, pino, brezo y eucalipto, y que los que ya venían de arriba, saltan, rebrincan y soplan bucios que en su rebote de los ecos retroalimentan la jarana.

Los papagüevos ahora se funden con el verde y los romeros desaparecen en el margullo. La fiesta está echada.

Y aun queda franquear el barranquillo, retomar en los ventorillos y depositar los ramones, algunos de más de tres metros de largo y unas pocas decenas de kilo, a la vera del patrón. Esto en un día, fresco y en brisas, que al decir de Juanfra El Aldeano, feliz trombón de la Banda de Agaete, fue de lo «más propicio, un día de coj..., o mejor, pon ahí, un día espléndido, que siempre queda más fino».