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Los anfitriones del turismo (VIII)

Leo Magno, el hombre del cielo

El instructor de paracaidismo lleva 17 años practicando un deporte que convirtió en un estilo de vida y, tras 15.700 saltos, solo en 11 ha desplegado el equipo de reserva

Leo Magno, instructor de paracaidismo. ANDRES CRUZ

Se pasa gran parte de su vida a 10.000 pies de altura, a unos 3.300 metros sobre el nivel del mar, y durante los 40 segundos que dura la caída libre le invade una fuerte sensación de euforia y libertad. «Más que un trabajo es ya un estilo de vida que llevo desde hace muchos años», cuenta Leo Magno, instructor de paracaidismo que hace dos años compró una de las empresas que realiza esta actividad en Gran Canaria, «es además una actividad que es muy gratificante a nivel personal porque sin quererlo acabas formando parte de la primera experiencia de muchas personas, una experiencia asombrosa que quedará en su recuerdo para toda su vida». Leo, con 15.700 saltos a su espalda, es una de esas personas que cada día se levanta para ofrecer lo mejor de sí misma para impulsar al principal sector de la economía canaria.

Leo Magno junto a una usuaria durante un salto en paracaídas. LP/DLP

De orígenes italianos, el instructor nació en Argentina hace 42 años y desde adolescente comenzó a trabajar como obrero en el mundo de la construcción pero a los 19 años se cambió al de la hostelería y empezó a dirigir varios restaurantes coordinando a un equipo de 60 personas. Ahí inició una carrera profesional vinculada al ámbito corporativo, al tiempo que estudiaba Derecho e Informática. Hasta que, a sus 25 años, estresado, decidió cortar con su vida anterior y dedicarse a algo que le gustase más y como tenía en mente el gusanillo del paracaidismo se mudó desde Argentina a Nueva Zelanda. «Yo soy de hacer las cosas de forma impulsiva y sin darle muchas vueltas, así que me marché y allí empecé a formarme como instructor, pues me había enterado de que Nueva Zelanda era la Meca del paracaidismo», relata el empresario argentino.

Tras 15 años como instructor entre Nueva Zelanda, Australia y algunas zonas de Europa, Leo llegó definitivamente a Gran Canaria acompañado de su pareja en julio de 2020 como punto estratégico para estar ubicados en un lugar con buen clima y relativamente cerca de la familia de ella, que vive en Alemania. No obstante, Leo visitó la isla en 2017, que fue cuando empezó a hacer un estudio de mercado sobre la situación del paracaidismo, y en 2018 comenzó las negociaciones para comprar una de las dos empresas que estaban operando en el aeroclub desde hacía 40 años. Esa negociación no prosperó, pero logró comprar la otra compañía, y convivió con la que no pudo adquirir hasta febrero de este año, cuando ésta cesó sus operaciones. Desde entonces, Leo es el único empresario que, a través de su empresa iJump Gran Canaria, se dedica a este sector en toda Canarias.

Nervios e instrucción

Señala Leo que el paracaidismo «no es una actividad elitista, sino alcanzable, a pesar de que en España se tiene la idea de que no se practica». Y en su estudio de mercado se sorprendió, dijo, al comprobar que distintos operadores hoteleros desconocían que esta actividad llevaba desarrollándose 40 años en la isla.

«Mi intención es que Canarias se convierta en un referente mundial en el mundo del paracaidismo»

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En su día a día, además de saltar, Leo gestiona toda la operativa de un negocio en el que trabaja un equipo de 12 personas entre recepcionistas, instructores y pilotos. Al llegar los clientes, se les explica cómo será la actividad y se les coloca un arnés y un chaleco salvavidas, ya que parte del vuelo se realiza sobre el mar. Además, se les hace un pequeño entrenamiento sobre la posición de salida, la caída libre y el aterrizaje, para que sepan qué esperar durante cada momento de la actividad. «A todos los clientes les digo siempre lo mismo: la caída libre ofrece una sensación de euforia y libertad y una vez se abre el paracaídas obtienes una sensación de paz y tranquilidad que no se consigue de ninguna otra forma; la vida es para vivirla plenamente y hay que sacarle todo el provecho porque al final es lo único que nos llevamos», señala el instructor.

Los saltos se realizan desde los 10.000 pies de altura a los que se llegan 25 minutos después de despegar. En la caída libre, de 40 segundos, se alcanzan los 220 kilómetros por hora y luego se planea durante unos 7 minutos hasta aterrizar en las dunas de Maspalomas.

Leo Magno, instructor de paracaidismo. ANDRÉS CRUZ

Cuenta Leo que son muchos los turistas que están llegando a la isla atraídos por esta actividad. «Muchos clientes hacen la reserva del salto incluso antes de organizar el vuelo y el hotel; aquí llegan familias enteras de 10 o 12 personas que vienen a Gran Canaria solo por la posibilidad de practicar este deporte y luego aprovechan y se quedan de vacaciones», apunta el empresario, «mi intención es que Canarias se convierta en un referente del paracaidismo, y vamos por buen camino porque el año pasado recibimos el premio al mejor centro de paracaidismo de España». Su centro recibió en 2021 unos 1.700 clientes.

La mayoría de las personas llegan con muchos nervios, dice Leo, provocado por la falta de conocimiento sobre la actividad. «Como no saben qué van a sentir, se asustan, pero también tenemos muchas personas que vienen para superar el miedo a las alturas o a estar fuera de su zona de confort». «Cuando les mostramos los equipos y les explicamos cómo es la actividad, el nivel de miedo baja mucho y a medida que ascendemos en la avioneta y observan la isla desde el aire, también se relajan, pero cuando se abre la puerta los nervios vuelven, aunque les dura lo que tardan en saltar del avión», añade el instructor.

«Muchos clientes hacen la reserva del salto incluso antes de organizar los vuelos y los hoteles»

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Para Leo, el turismo es una parte importante de su vida porque ha estado vinculado al sector durante casi toda su etapa laboral. «También me importa a mi como turista porque he tenido la suerte de viajar por muchas partes del mundo». Desde su posición guarda en su haber miles de historias, desde saltos para esparcir las cenizas de un difunto sobre el mar a saltos con personas que han perdido a un familiar y sabían que quería hacer esta actividad pero la hacen ellos para cerrar ese ciclo. «Son emociones difíciles de describir».

En toda su experiencia profesional tan solo ha visto aterrizar de nuevo en el avión a tres personas, pero ninguna con él, sino con otros instructores. «Normalmente son personas que estaban allí por obligación y decidieron no saltar, y nosotros eso lo respetamos». Solo 11 veces de los 15.700 saltos que atesora ha tenido que abrir el paracaídas de reserva. «Y las personas ni siquiera se enteraron», apunta.

Leo lleva 17 años saltando al vacío desde el cielo, y por delante asegura que le queda toda una vida y varios proyectos para mejorar esta actividad en la isla, que prefiere no desvelar por ahora. Eso sí, desvela alguna de esas preguntas locas que le hace algún cliente despistado por los nervios: «¿Cuando uno salta se puede ver la Tierra?», recuerda, «desde un avión no, volamos alto pero no tanto». Importante matiz. 

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