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Sector primario

Las dos olas de calor de julio reducen la producción de fruta y hortaliza

Algunos cultivos de medianías sufren pérdidas del 25 por ciento | Los frutales de Tasarte quedan afectados tras encadenar ocho días a más de 40 grados

El joven agricultor de Moya Alberto Arencibia cosechando los puerros de sus cultivos Andrés Cruz

Invierno seco y cálido, primavera con excesos de rocío y un julio con dos olas de calor consecutivas es el mixturado perfecto para arruinar cosechas de hortalizas y frutales, con pérdidas que van desde el 20 al 40 por ciento en según zonas y cultivos de Gran Canaria.

Alberto Arencibia se encuentra en sus tierras de Fontanales, que combina con otras situadas más cerca de Moya pueblo y que en esta época del año destina principalmente a la zanahoria, el puerro y las papas.

Durante buena parte del mes que ahora acaba se ha visto obligado a regar casi todos los días, con un precio del agua que pagaba a 25 euros la azada, de ocho litros por segundo, pero que en las últimas semanas se ha incrementado a 30 euros. Con unas cinco fanegadas plantadas en estos momentos, consume unas 40 horas de agua a la semana, «cuando en un julio normal solo tendría que regar una vez a la semana, lo que supone unas 25 horas».

Arencibia pasa revista a lo que cuida a ras de suelo. Y empieza por la papa a la que le faltaba un mes para llenar y recoger pero que por culpa de las altas temperaturas «no terminó de hacerse al quemarle todas las ramas», de forma que le ha adelantado la recogida dos semanas.

Explica que esta circunstancia implica que «la producción baja porque es precisamente al final de su ciclo cuando más peso adquiere», algo que no pudo ser «a pesar de que la estaba regando cada dos o tres días».

La gran beneficiada es la platanera, que se desarrolla con el calor a una velocidad de vértigo

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A eso se añade la incidencia de la plaga que protagoniza la polilla guatemalteca, Tecla solanivora, que en esta temporada veraniega está asolando los cultivos de papa en buena parte de las medianías de toda la isla, por una circunstancia que no se debe tanto a las últimas temperaturas tórridas como a un invierno que no se comportó como tal.

Tras las cosechas del verano, la caída de las temperaturas y la lluvia de otoño e invierno hacen su trabajo contra estos lepidópteros, eliminando buena parte de ellos. Pero la estación más fría del pasado año 2021 no se comportó como tal, de ahí la explosión que se está viviendo en estos momentos, al punto que en los cultivos de papas de zonas como Teror las pérdidas por este motivo se sitúen entre el 40 al 50 por ciento, ya que la producción afectada imposibilita su comercialización.

Su impacto es de tal calibre, que ya en el pasado mes de marzo el Cabildo de Gran Canaria anunciaba la aprobación de un monto de 400.000 euros destinado tanto a minimizar las pérdidas de los propios agricultores por su afectación como para tratar de combatir su expansión con medidas mecánicas y fitosanitarias.

Con esta base ya tocada, en aquellos cultivos que estaban aún por completar el ciclo, el calor actúa como un impecable percutor, como ocurre con el caso de Arencibia, quién asegura que no recuerda un tiempo de calor tan prolongado, «tres o cuatro días seguido sí, pero no algo de casi tres semanas de duración».

El efecto impacta con especial virulencia en las hortalizas trepadoras, como el calabacín, la calabaza, el pepino, judías..., que quedan fulminados, al punto que no vale con esperar otra floración, sino que hay que arrancarlas de raíz y volver a plantar.

Cultivo de mangos en Mogán.

Pero también fulmina a otros vegetales como los pimientos, que achicharra las flores, como los que cultiva Arencibia, que ha visto cómo ha perdido toda la floración, y ahora debe esperar a otro corte para intentar recuperar lo perdido.

Pero el siroco no quema solo las flores. También quema al propio agricultor. Durante buena parte de este mes que ahora toca a su fin, anunciando además una nueva entrega de temperaturas altas para la semana entrante, su horario se ve radicalmente trastocado para evitar los peores picos centrales del día.

Con esa premisa la jornada comienza a las seis y media de la mañana, para salir a escape del cultivo sobre las nueve y media o diez, y volver por la tarde, «porque simplemente no puedes salir», subraya, «y lo que quede pendiente lo haces a la sombra, escondiéndote del sol, además tampoco puedes regar al mediodía o poner sulfatos porque se pueden quemar las horas. Si riegas con tanto sol las gotas hacen un efecto lupa y en vez de refrescar las matas le haces más daño porque se quedan tiernas».

En la otra banda de la isla, en Tasarte, hay miles de frutales, gran parte de ellos de mango y aguacate, en el lugar que alcanzó el miércoles de la pasada semana más de 45 grados centígrados, y que encadenó ocho días seguidos con más de 40 grados de máxima.

Una prueba de fuego para personas y cultivos.

Un 25 por ciento de la cosecha de mango ha caído al suelo en el pueblo más caluroso de la Isla

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Manuel Moreno es perito agrícola y lleva la batuta de un millar de frutales, fundamentalmente mango, pero también de aguacate y limón. Pone en contexto temporal estas dos olas de calor, que según calcula, no se daban con esta virulencia desde hace unos doce o quince años, y también señala que según le relatan los mayores del pueblo las ha habido incluso más virulentas.

Al aguacate el calor les afecta en menor medida, eso sí, incrementando riegos, pero una de sus variedades, la hass, que es una mutación de una raza de aguacate americano, sí que se queda impactada, sobre todo si la coge en el momento en que está empezando a llenar la fruta. «Si el calor persiste lo dejará de ese calibre, porque ya después no crece, con lo que queda muy pequeña».

En cuanto al mango, que al igual que el aguacate en Mogán se producen con una calidad y sabor realmente excepcional no solo por las cualidades climáticas sino por el saber hacer de sus productores, resulta algo más resistente que el segundo, pero ocurre que aquellos que se encuentran orientados al oeste, y por lo tanto reciben el sol prácticamente todo el día hasta el ocaso, sí que se queman, provocando machas en la fruta que las hacen comercialmente inservibles.

Esto es más sensible justo en el mes de julio, que es cuando en Canarias el mango se encuentra en pleno desarrollo del fruto. Una de sus variedades, la keith, lo sufre de manera notable. Es el mango más delicado, y no solo por altas temperaturas sino por los altos niveles de radiación ultravioleta, que también ha estado estos días con un índice de 13 en el pequeño pueblo de La Aldea de San Nicolás, lo que directamente lo quema. El resultado es que, entre un factor y otro, la producción de Manuel Moreno se ha reducido en torno a un 25 por ciento, escenificada en un piso con el suelo tapizado de mangos.

Pero no todo el mundo a rente tierra pierde con el sofoco, con una clara ganadora, la platanera. Cuando las temperaturas se disparan, gracias entre otras cualidades, a su más masa de sombra, «se desarrolla a una velocidad de vértigo, e incluso el racimo gana una mano o mano y media extra», explica el perito, eso sí, siempre que se cumpla un condicionante, que no es otro que una demanda de 160 a 190 litros de agua por mata a la semana».

En esta apreciación coincide con el presidente de la cooperativa Agrícola del Norte de Gran Canaria, Ricardo Díaz, que detalla que mientras a la platanera se le aporten los recursos hídricos que requiere no tiene por qué afectarla, salvo que realmente se trate de una ola de calor muy extraordinaria, cifrando el incremento de agua en estas condiciones que ha marcado el mes de julio en un 20 por ciento por encima de la media histórica del mismo período.

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