Llegados los días previos a las fiestas de Agaete en honor a la Virgen de las Nieves, con actos como la Diana, Rama y Retreta, no puedo por menos que subrayar algunos de los que, en mi opinión, son una constante en el tiempo, entre los que destaco: la Rama traída del Pinar de Tamadaba, que con sus olores invade y perfuma el ambiente y «el vientillo de la fiesta» que decimos la gente de Agaete, para referirnos al que sopla, desde tiempos inmemoriales, en vísperas de la Rama y sin cuya presencia sería imposible ese ondear, a modo de diálogo fluido, entre las banderillas que cuelgan en las calles y cuando no, aquella exclamación tan socorrida de las abuelas al caer la tarde: «abre la puerta de la calle para que entre fresco»…, en aquel Agaete de puertas abiertas.

Desde entonces y en relación con las fiestas, en los mentideros locales (que los había muy jugosos), hacía mucho tiempo que se hablaba del éxito o el fracaso de las fiestas en función de la cantidad de personas y el número de coches de hora que vendrían cargados de gente hasta los topes el día 3 de agosto, que en eso consistía uno de los éxitos de la fiesta junto con la compra en secreto de la ropa y zapatos a estrenar y que era el motivo principal por el que aumentaba el número de viajeros a Las Palmas capital, en «los coches de Melián», que así denominaba la generación de mis abuelos a los grandes coches amarillos pertenecientes a la compañía de transporte interurbano del mismo nombre, mientras que para mi generación fueron «los coches de hora» gestionados por la compañía Aicasa que reemplazó a la de Melián y que en ambos casos, además de viajeros, también transportaban mercancías en las grandes bacas que llevaban los coches en los techos, una actividad que con el paso de los años acabó convirtiendo en personajes públicos a los míticos chóferes y cobradores de aquellos coches de antaño, tanto a los nacidos en Agaete como a los que vinieron de fuera y acabaron afincándose en la Villa Marinera.

La Rama de cocheros y cocheras

Según cuenta José Francisco Cruz Marrero, fue su bisabuelo don Miguel Cruz Sánchez, natural de Valsequillo, el que se estableció en Agaete a finales del siglo XIX, procedente de Tenerife donde había contraído matrimonio con Doña Rafaela Díaz, el creador de la primera empresa de coches de caballos para el transporte de viajeros y mercancías, en una época en la que mayoritariamente la gente se desplazaba caminando, ya fuera desde el casco urbano de Agaete al Valle, al Puerto de las Nieves, a las medianías o a los municipios vecinos y algunos, los menos, a lomos de mulas, porque la carretera antigua desde Las Palmas de Gran Canaria hasta Agaete, pasando por la Cuesta de Silva y Arucas, la inauguró el que fuera ministro de Ultramar, Fernando León y Castillo, la tarde del 3 de agosto de 1887.

La Rama de cocheros y cocheras

Muelle Viejo

Don Miguel y doña Rafaela tuvieron seis hijos, de los cuales Miguel y Pedro Cruz Díaz, además de quedarse a vivir en Agaete continuaron la profesión de cocheros heredada de su padre, hasta que Pedro, no sabemos si atraído por el ajetreo mercante que se vivía en el Puerto de las Nieves, decidió enrolarse como marino en los barcos de cabotaje que hacían las travesías entre las islas partiendo del Puerto de las Nieves, cuyo espigón conocido actualmente como el Muelle Viejo, se había inaugurado en el año 1889, por lo que hasta ese momento era usual que en la rada de las Nieves hubiera barcos fondeados a la espera de que las chalanas les acercaran desde tierra las mercancías y los pasajeros con destino principalmente a Las Palmas de Gran Canaria y a la isla de Tenerife.

La Rama de cocheros y cocheras

Pasado los años de marinería insular, don Pedro Cruz Díaz, el cochero, ascendió en la empresa y de tripulante de aquellas embarcaciones de cabotaje pasó a trabajar en la naviera Transmediterránea que hacía, entre otras, la travesía desde Gran Canaria a Cádiz y que según cuentan sus nietos Martín y Rita Bolaños Cruz, fue en uno de aquellos viajes cuando conoció a doña Francisca García Linares, una joven gaditana de Jimena de la Frontera con la que se casó en la ciudad de Algeciras el 16 de julio de 1915.

El matrimonio se estableció en Agaete, donde nacieron sus hijos: Miguel, Paco, Manuel, Rafael, Maruca, Celeste, Pedro, Jorge, Eulalia, José y Elisea, a los que recuerdo desde niño en su casa de la calle Guayarmina y que si antes fue de puertas abiertas para tantas hijas e hijos, ahora lo sería más aún si cabe para tantos nietos y nietas.

Don Pedro Cruz, el cochero, murió en el año 1958 a la edad de 68 años mientras que a Paquita (que así la conocíamos en el barrio) y que vivió hasta los 86 años acompañada de su hija Maruca, la recuerdo sonriente, agasajadora, gozando a su manera de aquellos encuentros familiares para las Fiestas de las Nieves con la casa abarrotada tan sólo con la tropa familiar y también en el grupo de señoras mayores de la Villa de Arriba, entre las que se encontraba mi abuela materna.

Aún me parece estar viendo a esas mujeres juntas, de camino a misa, unas vestidas de negro, otras de color canelo y todas con la mantilla negra cual imagen cinematográfica berlanguiana. Desde entonces las azoteas de las casas de la calle Guayarmina con su pendiente, ya eran objetos del deseo para los profesionales de la imagen, pues desde las alturas podían captar las mejores instantáneas de la bajada de la Rama de Agaete cada 4 de agosto, al mediodía.

Por su parte don Miguel Cruz Díaz, conocido afectuosamente como Miguelito el cochero, siguió los pasos de su padre entrando a trabajar primero de chófer en la compañía Melián y luego en Aicasa, ostentando el puesto de encargado de la estación de los coches de hora en Agaete hasta su jubilación.

A diferencia de su hermano Perico, Miguelito no tuvo que ir tan lejos para encontrar novia con la que casarse y formar una familia, como así lo hizo al conocer a doña Josefa Lezcano Rodríguez, natural del Palmar de Teror y que según me cuenta su nieto y mi amigo Paco Miguel Sosa Cruz, se casaron en la Basílica de Nuestra Señora del Pino el 17 de julio de 1922, y de su unión nacieron sus hijas: Superita, Fina, Flora, Saro, Pilar y Lise, a las que recuerdo de siempre en su casa de la calle Antonio de Armas (del Carmen para el vecindario), que era paso obligado para ir a la escuela de párvulos a la que asistí de pequeño, localizada en la planta baja del Ayuntamiento, muy cerca de su casa.

De gran estatura, bonachón y sonrisa comedida, era don Miguel lo que se dice un hombre bueno, y de paciencia infinita, cualidad imprescindible para lidiar con la gente que iba a la oficina preguntando por un paquete que aún no había llegado, o cuando alguien protestaba porque el coche de hora había salido a la hora en punto y no había esperado unos minutos más, que así eran las costumbres en aquel tiempo y que ya conté en una ocasión cuando la gente le gritaba a los chóferes de corrido aquello de: «espere cristianito que viene una pobre corriendo con la criatura en brazos que seguro que va a la Gota Leche a Guía»…, y la mayoría de aquellos chóferes y cobradores esperaban porque no había otro medio de transporte público.

La media hora de parada en Agaete para los coches de hora que cubrían el trayecto de La Aldea era obligatoria, de la misma manera que lo era la parada en Arucas para los coches que partían de Agaete en dirección a Las Palmas de Gran Canaria, después de superar la tortuosa carretera a su paso por la Cuesta de Silva y además, aún quedaban dos puntos de referencia por superar: el túnel de Tenoya y el paso por Tamaraceite, hasta llegar a la estación central en Camino Nuevo, que así denominaba la gente de los campos a la calle Bravo Murillo, lo que suponía una duración de dos horas y media, a veces tres, toda una eternidad, también en aquellos tiempos.

Miguelito falleció en el año 1964 a la edad de 66 años y Fefita, su mujer, a los 78 años, el 17 de agosto de 1978, una fecha difícil de olvidar al coincidir con la bajada de la Virgen a su ermita en el Puerto de las Nieves y que en Agaete lo conocemos como el Día de las Nieves Chico.

La tercera generación de cocheros y cocheras como así es conocida afectivamente en Agaete la descendencia de los hermanos Pedro y Miguel Cruz Díaz hasta la actualidad, integrada por diecisiete primas y primos hermanos, no necesitaron durante la infancia refuerzos para jugar, ni en la época joven ayuda para organizar fiestas puesto que siempre hubo entre ellos, unos de profesión y otros por afición, músicos que amenizaran los saraos familiares como lo hacían Paco y Pepe Cruz García, ni tampoco faltaron actrices cuya afición arranca desde aquellas representaciones religiosas organizadas por el cura don Manuel Alonso Luján en el mes de mayo y en Navidad, en las que siendo niñas recitaban versos y actuaban en los cuadros plásticos, en los que destacaba Pilar Cruz Lezcano formando parte primero del grupo de teatro parroquial y luego del Teatro de Cámara de Agaete, cuya dirección estuvo a cargo del médico don José María Gómez de Retana con el que representaron entre otras obras, La Mordaza de Alfonso Sastre, que a punto estuvo de cancelarse la función cuando corrió el rumor de que el autor era comunista, a pesar de lo cual no sólo no se suspendió sino que años más tarde volvería a representarse.

Fue en esa época en la que el novelista, poeta, dramaturgo y director de cine grancanario, don Claudio de la Torre, acompañado del pintor Néstor Martín Fernández de la Torre, del que fuera alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, don Juan Rodríguez Doreste, y de otras personalidades del ámbito cultural, visitó Agaete para ver nada menos que uno de los cuadros de su obra dramática Hotel Términus, que había sido representada en Madrid en el año 1944 y en la que se escenifica el drama de un grupo de gente anónima que deambula de un lugar para otro huyendo de los horrores de la guerra, coincidiendo en un lugar indefinido, como es un gran hotel de una estación, a la espera de que un bombardeo acabe con sus vidas.

Actrices

Fue tal la impresión que se llevó el dramaturgo canario afincado en Madrid que al poco tiempo Pilar, la hija de Miguelito el cochero, recibió una carta suya invitándola para hacer unas pruebas de teatro en la capital de España, dadas las cualidades para la escena que don Claudio había observado en ella. Pero Madrid quedaba muy lejos de Agaete en los años cincuenta del siglo pasado y Pilar continuaría, aún después de casada, haciendo teatro con el grupo de cámara La Carbonera que dirigía Piedad Salas y en el que destacaba, desde su época de Madrid, otra actriz agaetense de pro como lo era Lucy Cabrera, una vez retirada de su carrera internacional como mezzosoprano.

Si tuviera que destacar una acción colectiva en la que se implicó y tomó la iniciativa una parte de la tercera generación cochera agaetense, no me cabe la menor duda que fue en la recuperación del Entierro de la Sardina en el año 1968. El régimen franquista estableció la prohibición de la celebración del Carnaval pero nuestros cocheros y su grupo contaron con la connivencia del alcalde de Agaete, don José Antonio García Álamo, y con la complicidad de los guardias municipales que, obviamente, rehusaron correr detrás de un grupo organizado e identificado entre los que se encontraban, además de los hermanos Perico y Pepe Cruz García (cocheros de ascendencia y de profesión), Pepe Dámaso, el artista agaetense y su grupo de amigos Los Toninos.

Esta recuperada acción festiva vino a sumarse al consabido eslogan «Agaete es Fiesta» que en aquellas circunstancias de fracaso del modelo productivo tradicional y de búsqueda de enganche al boom turístico supuso, junto con otros eventos como el Día del Turista y evidentemente, con su producto estrella, la Rama de Agaete, una revitalización y un indudable despegue para la Villa Marinera.

En la medida en la fue mejorando el transporte con el aumento de frecuencias, muy fáciles de saber por toda la población agaetense debido a que las salidas más que las llegadas, eran a las horas en punto o a las y media (de ahí lo de coches de hora), y además de don Ramón Cruz Trujillo, que era hijo de Agaete y chófer de reconocido prestigio desde la época de la compañía Melián, que entonces tenía la cochera en la Plaza Tenesor, llegó al pueblo con su familia procedente de Teror y en calidad de chófer, don Francisco González y González, apodado Panchito el Bruto y su mujer doña Rafaela Rosario Llánez, que así figura en la partida de nacimiento de su hijo Segismundo Rafael del Carmelo González Rosario -Rafa para las amistades- y objeto de mi interés biográfico ya que al poco de llegar su familia a Agaete, vino a nacer justo en las dependencias de la cochera, el 27 de junio de 1932, hasta que luego fijaron su domicilio en la calle Guayarmina muy cerca de donde ya vivía Perico el cochero y su mujer Paquita con aquella familia, más que numerosa.

Allí vivió su infancia y adolescencia don Rafael González Rosario, este agaetense que a pesar de emigrar a Las Palmas capital a los 12 años, la nostalgia de las amistades, sus costumbres y rutinas, hicieron que cada fin de semana regresara a Agaete porque siendo hijo de chófer y amigo particular de otro hijo de cochero llamado Miguel, no pagaba ni billete ni alojamiento que para eso Paquita la cochera era muy apañada y muy madraza aplicando el dicho de… donde caben once hijos caben doce, que es por ahí por donde comienza Rafa el relato y los recuerdos de sus vivencias agaetenses.

Recuerda mi amigo que viviendo en Agaete no le gustaba ir a la escuela y como ya desde entonces tenía olfato para los negocios, allí donde veía una posibilidad de ganar algunas pesetas o hacer un trueque se fajaba porque para eso era un lince. Fue así como en una ocasión se ganó tres pesetas en un día acarreando cestas de estiércol para las plataneras y en muchas ocasiones ayudando en el Puerto de las Nieves a los pescadores a sacar de la mar el chinchorro, a cambio de un ensarte de pescado que Magín Medina le preparaba con un aparejo con los que Rafa llegaba empoderado a su casa y que ahora con la lucidez, la memoria y la parsimonia de sus lustrosos noventa años exclama aquello de… eran años de escasez... Menos mal que entre sus amigos, además de Roque el del teléfono, y Benedicto el de Juana la de César, estaba otro Rafael sobrino de don José Bermúdez el maestro, quien conociendo la naturaleza de las criaturas porque amor no quita conocimiento, les daba clases particulares de tarde-noche, tiempo que supieron aprovechar porque si bien eran dos palanquines de mucho cuidado, también eran «intentivosos» y avispados,que eran expresiones muy usuales en el Agaete de aquel tiempo.

Cuando le pregunto por el apodo de El Bruto en relación con su padre, cuenta Rafa que más allá de que Agaete era un pueblo sobrado para asignar nombretes, su progenitor era de estatura mediana pero corpulento como para manejar un coche de hora sin dirección asistida, en los que había que empeñar toda la fuerza para girar en las curvas, que no eran pocas y que era algo notorio entre los pasajeros, además del día en que su hermano mayor se compró un coche pequeño y don Francisco conduciéndolo empleó de tal manera la fuerza bruta como si de un coche de hora se tratara y se quedó con el freno de mano ¡en las manos! y nunca mejor dicho. Ahora Rafa en Las Palmas capital y sin querer ir al colegio, empezó a trabajar de freganchín en la cervecería Fabelo de la calle Bravo Murillo, frente a la estación de los coches de hora, y por casualidades del destino, al marcharse el cocinero le regaló una cámara fotográfica.

Las desavenencias en el trabajo le llevaron a otro bar en el que al tener las tardes libres le permitió asistir gratuitamente a la óptica Herrera Cerpa para hacer los primeros pinitos en el oficio de fotógrafo, hasta que se quedó fijo, de chico para todo, por doscientas peseta mensuales. Ahora con más conocimientos y algo de dinero en el bolsillo, dedicaba los fines de semana a retratar a la gente de Agaete mientras que su amigo Miguel hacía de comercial, repartiendo las fotos y cobrando a domicilio; sin saberlo y con apenas dieciocho años, Rafa había descubierto la profesión que le acompañaría el resto de su vida, para la que continuó formándose tanto en la parte comercial haciendo un curso a distancia como en la enseñanza reglada de manera presencial, con don Francisco Jaén, en la academia COC, frente al cine Cuyás, que entonces era para los chicos de las clases pudientes y que cuando le dijo al profesor que ganaba doscientas pesetas de sueldo «… se echó a reír pero no me echó y seguí trabajando de mañana en el bar y por la tarde estudiando todas las materias, hasta que después de varios años me extendieron la certificación equivalente al curso preuniversitario».

Y llegó el momento en el que aquel joven agaetense avezado no se arredró y aun siendo menor de edad, montó su primer estudio fotográfico en la calle Ayacuchos, detrás de la iglesia del barrio de Schamann, estableciéndose con el tiempo en Arucas, en la calle León y Castillo de Las Palmas capital, frente al Banco de España y en Telde, con una plantilla de seis trabajadores a los que incentivaba con el 50% de las ganancias de los trabajos realizados fuera del estudio.

Fotografías

Paralelamente con su empresa y llegada la revolución de la foto en color en los años setenta, vemos a Rafa dirigiendo a los sesenta empleados del laboratorio de Sunicolor con sede en la Plaza de la Victoria, a pesar de lo cual y con una beca, a la primera oportunidad que tuvo se marchó a Bélgica a perfeccionar los conocimientos del revelado en color, cuando aún estaba en pañales.

Volviendo a Agaete en una conversación muy jugosa y al preguntarle a Rafa por Pepe Dámaso, porque son de la misma generación, me cuenta que se conocían de pequeños porque Dámaso vivía justo en frente de la cochera de Melián donde su madre tenía una tienda y su padre, además de ser el taxista del pueblo, regentaba la única fonda que había. Le digo tirándole de la lengua que yo lo recordaba de pequeño cuado iba de retratista para las Fiestas de las Nieves y me contó que había hecho tantas fotos de bodas, bautizos, primeras comuniones y fotos de cuerpo gentil de la gente de Agaete, que le parecía que no se había marchado nunca de la Villa Marinera puesto que el set fotográfico lo situaba cada año delante de la casa de Pinito Herrera, junto al lugar en el que estuvo la cochera de Melián donde el nació, al igual que nunca olvidaría la vez que en las fiestas de San Pedro en el Valle de Agaete, le explotó el flash de magnesio y le quemó la cara.

Y como don Rafael González Rosario es una caja de sorpresas de larga vida aún le quedaban en la chistera mental dos: una de cuando fue por más de veinte años presidente del sindicato de los profesionales de la fotografía en su batalla contra el intrusismo de furtivos y aficionados y la otra en la que aún continúa, desde hace más de veintidós años, como presidente de la junta de explotación turística de un complejo de apartamentos en el sur de Gran Canaria. Rafa ahora está esperando a que, después de dos años sin celebrarse las fiestas de las Nieves con el baile de La Rama, uno de sus sobrinos lo alcance hasta Agaete, el pueblo que lo vio nacer, en uno de esos días de no mucho bullicio festivo para encontrarse con tantos recuerdos de aquel Agaete de cocheras y cocheros a los que en esta ocasión les dedico este homenaje.