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La Isla en fiestas | El día grande de Agaete

La Rama de chóferes y cobradores

Llegadas las vísperas de Las Nieves, los conductores de los coches de hora se convertían en mercerías ambulantes con atención preferente en las tiendas de Triana

Barcos de cabotaje en la bahía de Agaete.

Cuando observo, cada año, la caravana de coches entrando en Agaete con motivo de las Fiestas de las Nieves, sobre todo a partir del día 3 de agosto al atardecer, vienen a mi memoria no sólo aquellos relatos que en vida de mi abuela materna se contaban en el almuerzo familiar del día 5, después de la procesión de la subida de la Virgen desde su ermita en el Puerto de las Nieves hasta el casco urbano de Agaete (que también), sino además los que viví en una época en la que aquellos cocheros y cocheras de antaño, sin dejar de serlo, dieron paso a la figura de los chóferes y cobradores de los coches de hora de la compañía Aicasa y que al igual que sus antecesores, se ganaron a pulso el respeto y el reconocimiento de la gente del pueblo porque no en vano y a pesar de su edad, hicieron de «chicos para todo», no habiendo petición que le hiciera la ciudadanía de a pie que aquellos hombres de bien desoyeran y siempre se emplearon a fondo para conseguirla y de paso, ganarse algunas pesetillas.

Hasta tal punto fue así, que cuando por algún motivo no lo conseguían de inmediato, como solía suceder en más de una ocasión por ejemplo con algún medicamento, le aseguraban a la persona interesada que estaba pedido y que al día siguiente se lo traerían, escuchándose de inmediato ¡qué bueno es Francisquito!, por parte de alguna corifea del grupo que se apiñaba a su alrededor y que muchos años después volví a recordar viendo a la actriz grancanaria Antonia San Juan exclamar aquello de ¡qué buena es mi hija Mari! en uno de sus monólogos.

La Rama de chóferes y cobradores

De la ida de los lunes a Las Palmas de Gran Canaria en el coche de hora de las cinco de la mañana, en mi época de estudiante en el instituto Pérez Galdós, sólo recuerdo el color del terciopelo mareado del tapizado de los asientos, el olor a gasoil que desprendían aquellos coches y que tiraba para atrás hasta marearte, unido al de la colonia a granel que delataba a quiénes iban al médico y a los cobradores advirtiendo a los fumadores que leyeran bien los carteles que decían «prohibido fumar y escupir», a pesar de lo cual a alguno que otro que fumaba en cachimba hubo que decirle: ¡apaga la fragua!…y no me pregunten por más, porque en aquellas horas intempestivas, principalmente en invierno en el que ni las calles estaban puestas, a lo que invitaba el viaje era a dormir abriendo el ojo de vez en cuando para ver por donde íbamos. De entre los recuerdos que aún guardo de lo que ocurría en el coche de hora de las siete y media de la mañana, en el que a pesar del tedioso trayecto, me siguen fascinando tanto las conversaciones con respuestas como aquella «….de la vista está bien, pero el ojo lo pierde…», como la llegada a la estación de Bravo Murillo (tres horas después de haber salido de Agaete), con la baca repleta de productos del campo que unido al color amarillo de aquellos coches, era lo más parecido a una carroza para la ofrenda a la Virgen de las Nieves o la del Pino.

La Rama de chóferes y cobradores

Inolvidables coches de hora, comandados según qué días por el tándem integrado por los chóferes Ramón Cruz Trujillo y Sebastián González Pérez y de cobradores los hermanos Ramón y Francisco Sánchez Trujillo, a los que por respeto y afecto la gente se dirigía a ellos llamándoles Ramoncito y Francisquito, mientras que a don Sebastián lo conoció mi generación como «Chanito Cardones», que era su pueblo de procedencia en el municipio de Arucas y que de tanto cubrir la línea entre Las Palmas de Gran Canaria y Agaete acabó ennoviado con doña Josefa Sosa Álamo, con la que contrajo matrimonio del que nacerían sus nueve hijos, destacando entre ellos por sus dotes futbolísticas Vicente González Sosa, cuya carrera a desarrolló dando el salto profesional de Agaete al Arucas Club de Fútbol, de éste a la Unión Deportiva Las Palmas, llegando a jugar en el Fútbol Club Barcelona entre los años 1961 y 1966 y, posteriormente, previo paso por el Granada Club de Fútbol, en el Peñarol de Uruguay, para acabar su trayectoria profesional como futbolista de la liga española nuevamente en el Granada en el año 1973.

Recuerdo también que en las paradas en las que no había pasajeros existían mercancías para subir a las bacas gigantes en los techos de los coches a las que se accedía por una escalerilla metálica exterior y entre las que no faltaban los productos agrícolas y ganaderos de temporada, como por ejemplo la leche en aquellas lecheras metálicas gigantes y pesadas con el cierre a presión, los sacos de papas y de piñas, los seretos con verduras, el puño de millo verde para las cabras, baifas e incluso alguna machorra, que entonces se criaban en las azoteas de muchas casas de Las Palmas capital.

Las cestas con cebollas recogidas en las paradas de Los Llanos de Agaete y en Piso Firme de Gáldar, unas cajas de cartón en las que venían los paquetes de margarina Marianne la Niña que así figuraba rotulado en su exterior, conseguidas en las tiendas de aceite y vinagre, cuyo contenido me intrigaba hasta saber que, por la consistencia del cartón del que estaban fabricadas, eran de lo más socorridas para enviar el queso, la mantequilla casera una vez envuelta primero en una hoja de ñamera y luego con un trapo húmedo para que aguantara y no se derritiera durante el trayecto y hasta el café de Agaete, porque aquella joya de coche de hora de las siete y media de la mañana, antes de arrancar desde el casco urbano de Agaete en dirección a Las Palmas capital, había subido primero al Valle de Agaete donde recogía los fardos y paquetes que las familias agaetenses enviaban a sus parientes residenciados en la capital y los productos de las fincas que los mayordomos de entonces enviaban con destino a las casas señoriales del barrio de Vegueta y alguna para el barrio comercial de Triana.

Razón por la que también había entre el matalotaje cestas con naranjas, guayabos y nísperos, más los bultos con plátanos, aguacates y papayas que se incorporaban de las fincas del casco urbano agaetense, a lo que se añadía en vísperas de Navidad las carnes de baifo, de conejo y de gallina, listas para cocinar, recordando como la servidumbre uniformada de las familias pudientes, se arremolinaban en torno al coche de hora para recoger las viandas y de la misma manera que lo vi y lo viví en primera persona siendo un niño, también lo vivieron y lo contaron los chóferes y cobradores procedentes del Valle de Agaete como don Juan Lorenzo Godoy, el padre del bailarín y coreógrafo agaetense Lorenzo Godoy Barroso, don Gregorio García Jiménez conocido respetuosamente como Lolito el cobrador y don Cristóbal Cruz García conocido entre la vecindad y compañeros de faena como El Monarca. Y de vez en cuando durante el trayecto se escuchaba el murmullo entre los pasajeros que anunciaba la subida al coche de hora de un inspector, relajándonos pero con el tique en las manos, al ver que era don Manuel Cruz, mi vecino de la calle Guayarmina en Agaete conocido en el barrio por el sobrenombre de Manolito Marrón.

Hotel Guayarmina

Según me cuenta mi amigo Santiago Sánchez Jiménez, hijo de don Ramón Sánchez Trujillo, era su padre el que siendo cobrador en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, se encargaba de hacer llegar al Hotel Guayarmina el pan de las panaderías locales de don Juan del Rosario y de don Juan Mendoza, la carne de la carnicería de don Juan Tito Suárez y el pescado fresco de Agaete que el hotel tenía apalabrado con la familia de pescadores de doña María Méndez y que al ser en su casa una familia numerosa de ocho hermanos, su padre con buen criterio prefirió que el trueque en especias por los servicios prestados, fuera los fines de semana para llegar a su casa con el pan, el pescado y la carne suficiente para toda la familia, de la misma manera que al regresar de Las Palmas capital, liquidaba las cuentas del día sentando con tranquilidad en el Casino de Agaete, porque con tanta descendencia, en su casa era imposible.

Para el Hotel Guayarmina y el Balneario Los Berrazales de Agaete con sus aguas medicinales, la década de los años cincuenta y sesenta fue una época de esplendor por el auge del turismo de salud y por el paraje natural en el que estaba ubicado y que no sólo no pasó desapercibido para la prensa de aquella época sino que ocupaba espacios diarios en el apartado «Temporada», entre otros, donde se publicaban los nombres de las personalidades que allí habían pernoctado, o la vez que lo visitaron 120 agentes de turismo americano a los que les sirvieron un copioso almuerzo a base de productos locales.

O cuando llegó hasta sus puertas el VI Rally Gran Canaria, por citar algunos ejemplos, mientras que los responsables insulares de turismo promocionaban a Gran Canaria en el mercado anglosajón con el eslogan «Todo lo hermoso se encuentra en Gran Canaria: El paraíso del mundo», razones más que suficientes para que en la prensa se denunciara el mal estado de la carretera desde Agaete a Los Berrazales y la necesidad de «… reparar los abundantes baches que se observan porque de no acudirse a tiempo va a ser necesario un nuevo enchinado, pues en algunos tramos de esta vía empieza a soltarse el empedrado y ello hará la reparación más costosa».

Aquella época de apogeo en la que se intensificaba el tráfico en la carretera hacia el Valle de Agaete, mayormente en verano, exigía una carretera en condiciones manifestando también la pena que suponía «… que un lugar tan bello y pintoresco, que ofrece además el atractivo de contar con el único balneario de aguas medicinales que existe en el Archipiélago Canario, no disponga de una carretera en mejores condiciones».

Llegadas las vísperas de las Fiestas de las Nieves aquellos chóferes y cobradores se convertían en mercerías ambulantes y hasta con atención preferente en las tiendas de la zona de Triana, en las que aun estando abarrotadas de gente no guardaban turno, puesto que nada más entrar se les distinguía a todos por los uniformes grises hechos con tela de dril y algunos además por sus gorras, ya que hasta los años sesenta del siglo pasado la zona de Triana era el gran emporio comercial capitalino que mejor dotado y más cerca estaba de la estación central de los coches de hora en la calle Bravo Murillo, en una época en la que la misma gente de la capital según donde viviera, cogía la guagua para ir a Las Palmas o al Puerto, que era donde estaba la otra zona comercial al socaire del Puerto de la Luz y concentrada en las calles de Juan Rejón, Albareda, el Mercado del Puerto y sus aledaños.

Las costureras oficiales en aquel tiempo y mujeres –que las había en cada familia– que sabían de costura, hacían los encargos a los chóferes y cobradores de las primeras horas de la mañana para que les diera tiempo de hacer los encargos una vez que dejaban los coches aparcados en el solar que estaba en la subida del Cuartel de Mata, en el lugar donde actualmente hay un aparcamiento público. Y allá que iban los chóferes y cobradores con todo bien apuntado para que no se les olvidara nada, con el trozo de tela si de forrar botones se trataba, con un botón de muestra «… como este pero seis en azul y otros seis en rojo que los quieren para un traje de hábito de la Virgen de las Nieves…» según le explicaba el chófer o cobrador de turno a la dependienta y no vean cuando se trataba de una cremallera, broches de presilla o de enganche, de tira bordada o pasacintas, dependiendo de la moda de ese año y de los modelos elegidos en aquellas revistas de moda llamadas figurines porque, en definitiva, el que la gente de Agaete luciera sus mejores galas en los bailes, paseos y procesiones de aquellas fiestas de las Nieves, dependían en parte de lo diligentes que fueran aquellos chóferes y cobradores de antaño.

Los cambios económicos y sociales que se dieron en los años sesenta del siglo pasado también afectaron, para bien, al mundo de la enseñanza, haciendo que los hijos e hijas de la clase obrera superaran la barrera de la enseñanza y el certificado de estudios primarios y continuaran (una vez superada la prueba de ingreso en los institutos), estudiando lo que en aquella época se conocía como bachiller elemental, lo que suponía desplazarse mayoritariamente al colegio Cardenal Cisneros en Gáldar o al Instituto de Enseñanza Media en Santa María de Guía, en un tiempo en el que el viaje de ida y vuelta era en los coches de hora al igual que la comida que enviaban las familias en los días que había jornada de tarde y que en este caso se enviaba en el coche que salía de Agaete a las doce y media del mediodía.

Y allá que se veía a los chóferes como don Demetrio Santana (Demetrito) padre del que fuera director de teatro, Tito Santana, a don Luis Jiménez y a don Domingo del Rosario junto con los cobradores, poniendo orden entre los familiares del estudiantado asegurándoles que había cabida para todas las famosas latas de la comida, que no eran otra cosa que la adaptación de una lata mediana de galletas a la que el herrero don Lucas Ceballos (conocido como Amante), le había soldado la tapa añadiéndole unas bisagras para poder abrir y cerrar, un asa por donde sujetarla, un cierre con candado y una chapa grabada con el nombre del destinatario, a pesar de lo cual de vez en cuando los cobradores se equivocaban de destinatario como sucedió con dos primillos míos, uno que trabajaba en Gáldar y el otro que estudiaba en Guía, dejándole por error a uno la lata con la comida del otro y que después de llegar caminado el de Guía hasta Gáldar en busca de su tortilla, el destinatario del potaje ya se la había comido y el enfado quedó en familia.

Si para el acceso a la enseñanza secundaria del estudiantado proveniente de la clase obrera fueron tiempos mejores, con el sacrificio añadido que suponía para las familias, no lo fueron tanto para las empresas locales y sus trabajadores debido al cambio de modelo productivo que acabó con el cierre de las dos fábricas de calzado que hasta la fecha funcionaban en Agaete y que también utilizaban los coches de hora para enviar los zapatos a Las Palmas capital, de la misma manera que comenzó el declive de los cultivos de exportación (tomates y plátanos) y, como consecuencia, el cierre de los almacenes de empaquetado y la reducción de las plantillas agrícolas. El momento del turismo y de los servicios concurrentes al mismo había llegado.

Cobradores

Fue así como muchos de aquellos zapateros, algunos peones agrícolas y vecinos con empleos en precario pero con permiso de conducir reglamentario, se reconvirtieron en chóferes y cobradores de la compañía Aicasa que para entonces convivía con algunos coches piratas que había en la Villa Marinera (Cyrasas le llamábamos) y que al desaparecer aquella y siendo del Norte de Gran Canaria, acabarían en la nueva compañía Salcai que hacía la ruta sur de Gran Canaria porque el norte lo cubría Utinsa, lo que supuso para algunas familias de aquellos chóferes y cobradores agaetenses, trasladarse a vivir a Las Palmas de Gran Canaria. Y allá que vemos ejerciendo de cobradores a don Santiago Ubierna, José Manuel Hernández (El Sastre), José García de la familia de los Abelardos, Isaac Diepa, José del Rosario y Roberto García Boza, a Carmelo Medina Pérez en el taller de tapicería y a Olegario Martín, Isidro García del Valle de Agaete, Martín Bolaños, Benedicto Alemán y mi vecino don Agustín Hernández de chóferes, quedando en el recuerdo aquellos domingos en los que el coche de hora de las seis de la mañana según llegaba a Camino Nuevo (Bravo Murillo) continuaba hacía el Sanatorio y el Manicomio en el Sabinal con la gente de Agaete que tenía algún familiar ingresado, o las veces que Ramoncito Sánchez según llegaba a Las Palmas capital trasbordaba a los coches de hora que iban para el Sur, los bultos que Paquita la de Canuto –vecina del barrio de San Sebastián–, le enviaba a su hija Victoria que vivía en Juan Grande.

Me recuerda mi amigo Chago Sánchez que los chóferes y cobradores con más experiencia en la compañía Aicasa entre los que se encontraba su padre, además de la jornada laboral habitual prestaban los servicios de refuerzo llegadas las grandes fiestas de Gran Canaria como son la del Pino en Teror, San Nicolás y el Charco en La Aldea, la Caña Dulce en Jinámar y, evidentemente, las Fiestas de las Nieves con La Rama en Agaete, entre otras, rememorando cuando su padre atendía él sólo aquel 3 de agosto, dos y tres coches de hora haciendo trasbordos porque como ya conté, para la gente adulta el éxito de la Fiestas de las Nieves estaba en la cantidad de coches de hora y el número de personas que llegaban para La Rama, mientras que para la chiquillería la prioridad estaba en la cantidad de atracciones de feria que vendrían y las golosinas que nos compraríamos con un duro, que entonces era la moneda que más y mejor manejábamos, mientras que para la juventud sin emparejar era el momento decisivo para declararse de una vez a la persona pretendida, para las parejas de enamorados consolidadas saber el número de bailes a celebrar en la Sociedad La Luz ( el Casino) y de verbenas en la Plaza de la Constitución, para las abuelas y las madres la cantidad de comida y el alojamiento para la familia y allegados, aplicando el consabido dicho «más vale que sobre, que no que falte» y para el conjunto de la población, la ropa, los zapatos y los complementos a estrenar, entre los que no podían faltar los perendengues, que eran definitivamente la vara de medir el poderío en los actos de la fiesta.

Después de dos años consecutivos sin poder celebrar las Fiestas de las Nieves como consecuencia de la pandemia generada por el covid-19, volveremos a buscar la Rama al pinar de Tamadaba y a bailarla hasta que el cuerpo aguante, a celebrar los encuentros familiares y con las amistades quedando bajo la responsabilidad de cada cual el cuidarse lo más posible de ese coronavirus que llegó a nuestras vidas para quedarse y al que hemos estado combatiendo durante este tiempo ¡y el que nos queda!, de la misma manera que lo hicieron las generaciones que nos precedieron con otras pandemias y también la mía, inmunizándonos desde pequeños contra aquella ristra de enfermedades infantiles que ahora son historia, de la misma manera que lo son aquellos entrañables cocheros, cocheras, chóferes, cobradores de antaño y hasta aquella oficina de los coches de hora en la Plaza de Tomás Morales, que acabaría siendo en los años setenta del siglo pasado el locutorio de la megafonía callejera desde el que se lanzaban al viento las canciones de Pedro Infante, Miguel Aceves Mejías, Lola Beltrán y Lucha Villa por la parte mejicana y las de Mari Sánchez y Los Bandamas por la parte grancanaria, razones más que suficientes para rendirles sin nostalgias mi más sentido homenaje y gratitud condensado en la antedicha expresión: ¡¡¡Qué bueno es Francisquito!!!

Arriba, el balneario de Los Berrazales, el Hotel Guayarmina y la Casa San Pablo. Debajo, fiesta de la Rama en la década de 1960, con el papagüevo de El Negro.

En la imagen, barcos de cabotaje en la bahía de Agaete, frente a la ermita, en espera de mercancías para transportarlas a Las Palmas de Gran Canaria o Santa Cruz de Tenerife. Debajo, procesión desde el Puerto de Las Nieves hasta el pueblo de Agaete para subir la imagen de la virgen de las Nieves hasta la iglesia de la Concepción y San Sebastián.

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