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Ismael Mejías Pitti, de Machu Picchu a la Sima de Jinámar

El bombero aporta sus experiencias en Los Andes para ayudar a los arqueólogos en la búsqueda de represaliados del franquismo

Ismael Mejías Pitti, con casco rojo, inicia el descenso a la sima de Jinámar David Delfour

El pasado 7 de junio se inició en la Sima de Jinámar la búsqueda de los cuerpos de los represaliados del franquismo que no aparecieron en los pozos de Arucas. Ese primer descenso para explorar el terreno fue organizado y encabezado por Ismael Mejías Pitti, experto en trabajos en vertical que desde hace más de una década también busca restos humanos en lugares de difícil acceso de la cordillera de Los Andes.

Antes de entrar en las profundidades de la Sima de Jinámar con arqueólogos y bomberos en busca de restos de las víctimas de la dictadura, Mejías Pitti ya había ayudado a rescatar centenares de huesos en Los Andes, en yacimientos situados a gran altura en enclaves del Perú como la ciudad inca de Machu Picchu, el Cañón del Colca o el valle de Chachapoyas.

Cabo del cuerpo de bomberos del Consorcio de Emergencias de Gran Canaria, su primera misión para el operativo del Caboldo en la Sima de Jinámar fue preparar cuerdas y poleas para bajar hasta el fondo de la gruta, a unos 80 metros de la superficie, donde se cree que fueron arrojados los cuerpos de decenas de republicanos o simples vecinos de Arucas, Agaete, Gáldar, San Lorenzo, Telde o Las Palmas de Gran Canaria.

Al equipo de Mejías Pitti también se le encomendó ejercitar a los arqueólogos Xabier Velazco y José Guillén en las técnicas de escalar y rapelar, algo en lo que ya tenían práctica por su profesión. En esa primera incursión les acompañaron otros dos bomberos especializados en trabajos en alta montaña y permanecieron más de cinco horas dentro de la Sima.

En subir y bajar con todas las garantías de seguridad se tarda entre dos y tres horas, pero cuando los equipos de investigación se acostumbren a hacerlo casi a diario «será mucho más fácil y rápido”, asegura ahora este especialista. A los dos arqueólogos solo les dio tiempo para «escarbar un poco» en el fondo de la fosa, pues apenas llevaban consigo unos pequeños instrumentos de excavación.

Medidores de gas

«Lo que hay que hacer allá abajo, básicamente, son movimientos de tierra, pero hay que llevar medidores de gas por si hubiera algún escape tóxico en ese espacio confinado y también instalar un sistema de apuntalamiento del terreno», explica. El alumbrado de la cueva se realizará con tecnología de bombillas led alimentadas por baterías.

Cuando se empiecen a hacer las catas en busca de los restos humanos habrá que remover muchos metros cúbicos de tierra y apuntalarlos dentro de la propia caverna. No está previsto sacar sedimentos o escombros a la superficie, sino solo los restos arqueológicos que se vayan encontrando en las diversas capas del subsuelo.

«La cueva tiene un gran volumen y se irá moviendo el escombro de un sitio a otro», detalla Mejías Pitti, que desconoce cuánto tiempo se necesitará para excavar toda la Sima. Tampoco si los expertos del Consorcio continuarán con su apoyo técnico para bajar y subir, pues la previsión del Cabildo es contratar a una empresa de arqueología para que realice los trabajos.

Ayudar a rescatar restos humanos en sitios muy complicados no es algo novedoso para este bombero grancanario con orígenes familiares de Arucas, aunque nacido en Arrecife de Lanzarote en 1972. Desde el año 2009 colabora en el Proyecto Ukhupacha, una iniciativa de la Universidad Jaume I de Castellón y del Instituto Nacional de Cultura de Perú para investigar las costumbres de las culturas prehispánicas de Los Andes.

El bombero del Consorcio de Emergencias en el yacimiento de La Joya, en Peú

Perú tiene más del 50% de su territorio a gran altura, en la cordillera andina, entre los 2.500 y los 5.000 metros sobre el nivel del mar, «y esas culturas aprovechaban esa verticalidad para construir», comenta. Por tanto, una gran parte de los yacimientos arqueológicos están en riscos, con los antiguos caminos ocultos entre la vegetación o destruidos, «por lo que es obligado acceder a ellos con cuerdas».

«El objetivo del Proyecto Ukhupacha -añade- es llevar a los científicos a lugares donde no habían podido llegar, la misma idea que estamos realizando en la Sima de Jinámar con los arqueólogos del Cabildo». Esos trabajos de apoyo los ha realizado «por todo Perú», desde Arequipa hasta el Cañón del Colca en el sur, o desde Cuzco a Machu Picchu por todo el Valle Sagrado de los incas.

Camino del Inca

Aparte de las expediciones con los científicos, los expertos españoles también viajan a Perú varias veces al año para formar a los trabajadores de allí. Uno de los últimos trabajos con cuerdas ha sido ayudar a las autoridades locales en el mantenimiento del Camino de Inca hacia Machu Picchu, la ciudad construida por los incas en el siglo XV y que luego fue abandonada para permanecer oculta en la selva hasta el año 1911, hace apenas un siglo, cuando el explorador norteamericano Hiram Bingham anunció su redescubrimiento entre la vegetación, aunque en realidad unos años antes ya había sido encontrada por campesinos.

«En Machu Picchu hay una pared de 900 metros, totalmente en vertical, y en 2009 aún descubrimos una vivienda y parte del camino que se introducía en ese gran abismo, lo que demuestra que esa cultura dominaba tanto la altura y la verticalidad que podían trabajar en paredes con un volado de casi un kilómetro de altura», relata el bombero del Consorcio.

En el norte del Perú, en Chachapoyas, Mejías Pitti subió a científicos de la Universidad de Florida Central y a reporteros de la revista National Geographic a yacimientos funerarios situados en paredes calizas de 90 metros.

Además de las dificultades de la escalada, se requiere una adaptación a la altitud, pues en el altiplano andino hay zonas a más de 4.500 metros sobre el nivel del mar. La falta de oxígeno hace que el organismo se resienta al subir por las cuerdas o cargar con los restos encontrados en las tumbas inaccesibles a pie.

Las expediciones del Proyecto Ukhupacha, tampoco se han librado de la revueltas políticas y étnicas del Perú, que les ha obligado a no utilizar las carreteras principales del país por el riesgo de sufrir asaltos. Las alternativas son vías secundarias entre altas montañas donde es común sufrir el mal de altura.

Mejías Pitti adquirió sus primeras experiencias en su etapa de militar profesional de la Armada Española, como miembro de una unidad de operaciones especiales. Estuvo en la campaña de pacificación en la guerra de la antigua Yugoslavia y allí se necesitaban cuerdas en acciones tácticas. Sin embargo, fue en la espeleología donde más aprendió, en concreto con expertos de la federación andaluza de esa actividad.

Lo que empezó como una práctica deportiva se convirtió en una especialización profesional. Luego, en la empresa privada, participó en la formación de los miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME), concretamente en rescates en altura y acuáticos. Al entrar en los bomberos del Consorcio amplió su experiencia en salvamentos en montaña.

Uno de sus rescates más conocidos es que el realizó en septiembre de 2020 en Ayacata, cuando dos escaladores se quedaron suspendidos en el precipicio. La operación duró 15 horas, la mayor parte de noche, y tuvo que descolgarse por la pared de unos 100 metros para poder llegar a ellos.

No obstante, considera que las montañas de Gran Canaria «no son especialmente peligrosas» y que la mayoría de los accidentes de producen por imprudencias. «Los tres servicios de bomberos nos hemos convertido en un referente nacional en la gestión de las intervenciones en altura, gracias al trabajo conjunto de los agentes del Consorcio, San Bartolomé y Las Palmas», asegura.

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