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Gáldar | Puente de la Asunción

Sopita y pon en el marisco del norte

El puente de la Asunción más relajante y placentero se esconde sobre la lava del volcán de las mejores calas, charcones y piscinas naturales del litoral de Gáldar

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Domingo de playas en el norte de Gran Canaria JC Guerra

No todo son colas, atascos y montoneras en las playas de Gran Canaria. Los sitios más recónditos de la isla ofrecen también paisajes tan espectaculares y unos lugares de baño y charcones para el sopita y pon que quitan el hipo. En la costa de Gáldar existe una retahíla de pequeñas joyas disfrutadas por unos incondicionales asiduos que, como un bonus extra, encima elevan su propio encanto. 

Pleno puente de agosto. Las principales playas de Gran Canaria están en hervor. Para lograr entrar en margullo al mediodía hay que sortear previamente varias misiones, algunas casi imposibles. Aparcar, acarrear los trastos hasta el mar y, por último, encontrar los suficientes centímetros cuadrados de echadero para que ningún ñoño ajeno entre en contacto.

Pero existen alternativas, que se encuentran con incursionar allí donde el mapa se lía entre invernaderos, veredos o avenidas que llevan nombres como Amigos del Clavo y la Furnia, o calles bautizadas como Camino Viejo o Bajitierra.

Vista de la piscina natural de El Agujero, con la playa de Bocabarranco a la izquierda, durante el mediodía de ayer domingo | | JOSÉ CARLOS GUERRA

Esto ocurre donde Gáldar besa el mar, casi justo donde el norte comienza a quebrarse hacia el sur para convertirse en el oeste grancanario, cosa que ocurre en el Faro de Sardina. Pero justo antes de llegar a esa linterna, que pelea contra el Atlántico más potente en días de galerna, se encuentra la Punta de Gáldar, a la que es fácil imaginar la lava hirviente solidificándose hace unos miles de años para crear un fenomenal marisco de unos 80 metros de largo y unos quince de ancho de puro charquerío. Sobre el espejo turquesa que se forma cuando el sol incide según le dé el tino, y en lo alto del pequeño acantilado se produjo otro singular suceso, y así como Cuenca tiene sus casas colgantes, tanto la Punta como los distintos diseminados de la misma cornisa tienen sus viviendas guindadas de unos riscos que en principio parecen que no afectados por la gravedad.

Sopita y pon en el marisco del norte | JOSÉ CARLOS GUERRA

De hecho, bajar a la marea implica casi siempre a una escalera. Al final de ella, y a ras del agua, se encontraban ayer, entre medio centenar de bañistas y exploradores de los fondos marinos, Laura Artiles, Orlando Franco y Angharad Díaz, un mixturado de Arucas y la capital grancanaria que no están allí por haber perdido el rumbo, sino a tiro hecho. Son asiduos, y «venimos de hace tiempo» a un lugar que repite usuarios: «la misma gente, las mismas caras», y en un ambiente que, entre el potente sabor del salitre que se cuela por los sentidos, el chapoteo del sopita y pon, y la investigación in situ de la vida troglodita de gueldes y cabosos es la clave de bóveda del verano perfecto.

El grupo, que también disfruta de los juegos de las pequeñas Elena Falcón y Daniela Rodríguez, está apostado en una suerte de semicueva, amueblada de sombrilla, unas sillas de quita y pon y de una nevera portátil que guarda una carta michelín de cervecita fresca, ensalada, aceitunas y unas papas.

Se podría pedir más, pero no en este mundo. Quizá un restaurante. Y también lo hay.

Sopita y pon en el marisco del norte

Es mediodía y Mireia Sosa y Luz Déniz se encuentran organizando la terraza y los entresijos al fuego de su nuevo restaurante ubicado en la misma Punta de Gáldar, de nombre Las chicas de la finca, que en trazos gruesos resulta «un bochinche de verano con calidad de restaurante». El que llegue con el atroz jilorio que no se sabe aún por qué genera un buen charco de baños de asiento, se encuentra en el menú sorpresas como el chupachups de morcilla dulce, croquetones de arroz negro y marisco, espárragos de los gordos con mahonesa y mostaza, y hasta un viaje de gambones a la sal. Eso sí, abierto de jueves a domingo, «se recomienda reservar», explican mientras que en la azotea del vecino llaman a Conchi a viva voz. Hasta que llega Conchi, que viene a ser una Yorkshire terrier descarrillada.

Además del chapuzón, de hurgar con el dedo a para asustar al burgado y de incursionar en as consecuencias de un erizo en la planta del pie, los charcos intermareales y su costa circundante son joyas de pesca. En Caleta de Abajo, sobre el muelle y el almacén de fruta de otros siglos levantados allí, se encuentran José Rodríguez y Fabiola González preparando aparejos a la captura de la sama y el sargo. Cañas en la mano aseguran que «la costa es lo nuestro», y sobre todo esa costa, que Fabiola la lleva en el alma «de siempre, de cuando mis paredes llevaban el restaurante Ca Emiliano”, ubicado en El Agujero, y que fue todo un referente tanto en el litoral como tierra adentro.

José también lleva el salitre en sangre. Fue pescador de altura, embarcado durante ocho años en las costas del norte del África levantando cefalópodos, y un collar de conchas en su cuello viene a resumir su andar oceánico. Saca pan, engoa, y a gozar. El secreto está, de nuevo, en «un par de sillas, cervecitas, laterío, y ojo, la bolsa de basura», que es de todo, «lo más importante, remata Fabiola».

La pequeña ruta entre fajanas culmina en la playa de Bocabarranco, ayer con una entrada creciente de bañistas, y la no menos espectacular piscina de El Agujero, donde Juan Jesús, El Pescador, se hace todos los días 200 metros braza, rián para acá, rián para allá, y entre 14 kilómetros a pie hasta Sardina, o 18 kilómetros a Risco Prieto, en un transitar en el que, asegura, «me baño en todas». La receta: «precaución en marea llena», y el resto ya es solo pulpiar.

Las niñas Elena Falcón y Daniela Rodríguez, disfrutando de la piscina natural de Punta de Gáldar con Laura Artiles, Orlando Franco y Angharad Díaz, ayer. En la imagen de la izquierda, una vista del enorme charcón, de unos 80 metros de largo y hasta quince metros de ancho en algunos puntos. |

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