«¿Quién va a vivir aquí si para coger la guagua hay que caminar una hora?». La queja la lanza José Moreno Álamo, también conocido como Pepe el motorista, mientras arregla una valla en su finca de la parte baja de Barranco Hondo, un lugar donde convergen los municipios de Artenara, Agaete y Gáldar y nadie tiene muy claras las fronteras.

Su pequeña finca está plantada de papas, varios matos de ciruelas, parras, una higuera y tres olivos en la orilla de carretera. No sufrió daños durante la tormenta tropical porque la tierra «se chupó en un suspiro» los 170 litros que cayeron entre el sábado y el lunes. De hecho, apenas entró agua en la presa de Los Pérez, solo unos metros más abajo.

Al otro lado del barranco están las cuevas de Risco Caído y José también lamenta que ahora no vaya nadie a verlas. Antes se entretenía guiando a los turistas que se perdían por allí. Pero más que el cierre de ese enclave Patrimonio de la Humanidad, sus preocupaciones son otras y la conversación siempre gira hacia las dificultades de vivir en la Cumbre, algo que seguramente suscribe la totalidad de la población de Artenara, Tejeda y los altos de Gáldar, Guía, Agaete, Moya, Valleseco o San Mateo.

Zoilo González y María Cabrera resisten a la despoblación de Acusa Verde

Pepe el motorista, un mote que heredó de su padre, asegura que está a punto de cumplir 90 años - jura que nació el 21 de marzo de 1933- y que varias veces en semana sube hasta Barranco Hondo desde Arinaga, donde reside. Algunas noches se queda a dormir en la cueva, con la única compañía de una perrita Pirusa.

No esconde que cuando protesta por el servicio de guaguas es por su propio beneficio, pero es que las paradas más cercanas están en Juncalillo o en el cruce de Fagagesto. A su edad, las piernas no dan para mucho y tarda una hora en llegar a la casa. Dice con ironía que al menos puede elegir: Juncalillo está más cerca pero con cuestas empinadas; a Fagagesto son más kilómetros y en llano. En todo caso, tiene que coger tres guaguas, de Arinaga a la capital, luego hasta Gáldar y de allí a Juncalillo. Su propuesta es que pongan una guagua o un micribús que pase por Barranco Hondo, para lo que solo se necesitaria ensanchar la carretera en algunas. «Fui a ver al alcalde, a don Teodoro, pero uno de los concejales me dijo que no me podían recibir; si quiere le digo el nombre del concejal», añade con inocencia.

¿Que por qué tanto sacrificio? Porque José asegura que siempre soñó con tener un pedazo de tierra en el sitio donde se crió y al enviudar por segunda vez se compró esa finca, llamada antes La Galería y ahora Villa Moreno . «Aquí es donde soy feliz y aquí es donde descansaré para siempre», comenta. No habla por hablar, pues se apresura a mostrar una urna de cristal que ha construido en la entrada de la casa para que depositen sus cenizas cuando fallezca. «Desde aquí tendré una buena vista», afirma mientras señala para el pinar de Tamadaba, la presa de Los Pérez y Risco Caído. Desde lo lejos se aprecia que las cuevas tampoco han sufrido daños por el paso de Hermine.

Las cuevas de Risco Caído soportan los cerca de 170 litros recibidos durante la tormenta tropical

En Barranco Hondo se supone que viven unas 400 personas, pero no se ve un alma. La tienda de Las Pozas es la única en muchos kilómetros alrededor, pero cierra a mediodía. La despoblación es igual de evidente en Acusa Seca, donde solo un perro callejero y las banderolas de las fiestas desmienten que sea un pueblo fantasma, con sus restos de la antigua iglesia emergiendo en medio de la presa.

Más abajo, en Acusa Verde, Zoilo González y María Cabrera, juegan su nieto Garoé en la puerta de su casa, a la orilla de la carretera que une Artenara con La Aldea. La vía está cortada al tráfico por los derrumbes del pasado de semana, pero ellos informan de que se puede llegar, al menos, hasta el muro de la presa de El Parralillo. Si se cayera un muro carretera arriba, las dos Acusas quedarían aisladas. «Aquí, de forma fija, ya solo quedamos cuatro familias», recuerda el matrimonio. ¿Quién va a vivir aquí?