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ANÁLISIS

El obispo grancanario de Arequipa

Luis de la Encina fue nombrado en 1804, pero no tomó posesión hasta 1810 y falleció en 1816 | Ilocalizables su partida de defunción y el lugar de su sepultura

Retrato de Luis de la Encina, obispo de Arequipa. | | LP/DLP

En uno de los pasajes de la biografía del canónigo Gordillo que nos editó el Cabildo Insular de Gran Canaria en 2001 insinuábamos veladamente la necesidad de que en el frontis de la que fue casa del obispo don Luis de la Encina, en la plaza de Santa Ana, figurara una placa que recordara que fue allí donde se reunió en septiembre de 1808 la asamblea del Cabildo General Permanente en contra del establecimiento en Tenerife de la Junta Gubernativa, conocida también popularmente como Junta Suprema. Afortunadamente en 2008 a instancias de la Sociedad Económica de Amigos del País y con el aliento del Cabildo de Gran Canaria quedó constancia del protagonismo que tuvo dicho edificio hace ahora dos siglos, con la colocación de una lápida en la que consta la celebración de aquella reunión. El texto de la placa dice lo siguiente: «En esta casa que fuera del obispo de Arequipa don Luis de la Encina se constituyó el Cabildo General Permanente de Gran Canaria presidido por Juan Bayle Obregón el 1 de septiembre de 1808. Las Palmas de Gran Canaria 1 de septiembre de 2008». El histórico edificio está situado en la plaza de Santa Ana, haciendo esquina con el callejón que conduce a la calle Juan de Quesada, lindando con la Casa Regental.

Acto de colocación, en 2008, de la placa por el bicentenario del Cabildo en la antigua casa del obispo Encina. | | QUIQUE CURBELO

De las páginas de esta biografía del canónigo guiense entresacamos algunos párrafos que se refieren precisamente a dicho edificio en el que el primero de septiembre de hace doscientos veintitantos años se celebró allí aquella Asamblea del Cabildo General Permanente en la que Gordillo pronunció un discurso de fácil, fogoso y patriótico parlamento que se convirtió en el inicio de su gran batalla contra los intereses en aquella época de Tenerife. Se tiene por cierto que fue Gordillo el autor de un no menos patriótico Manifiesto que se fechó en 27 de septiembre de 1808. Cabildo General, presidido por el corregidor Antonio Aguirre, que se había creado en Gran Canaria en agosto de aquel mismo año.

El obispo grancanario de Arequipa

La sesión, efectivamente, tuvo lugar en el edificio hoy rotulado con el número 11 de la plaza de Santa Ana que era, en aquel momento la vivienda del canario obispo de Arequipa, en Perú, don Luis de la Encina, y que precisamente se encontraba en la isla, en cuya reunión participaron importantes patriotas grancanarios.

En aquella histórica asamblea reunida en la casa de Encina se impugnó la creación de la Junta de La Laguna y se pidió la destitución del teniente coronel Juan Creagh, nombrado comisionado de la Junta tinerfeña en Gran Canaria. Afortunadamente, salvo atormentados y tormentosos editoriales que se vacían en determinado periódico conocido, aquellos enfrentamientos entre las islas, y principalmente entre las dos llamadas «mayores» acabaron, y hoy procuramos vivir en paz.

Don Luis de la Encina fue promovido obispo de la diócesis de Arequipa en Perú en 1804 y falleció en 1816 cuya sepultura se encuentra ignorada, es decir, desaparecida, aunque su corazón se conserva en la catedral de Canarias por expreso deseo del prelado que nunca quiso desvincularse de esta tierra. En Arequipa se guarda un gratísimo recuerdo de su pontificado entre los estudiosos e historiadores, como nos decía nuestro hermano José Pablo que, como miembro de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, permaneció más de 20 años desde finales de los años 50 del pasado siglo en distintos países centroamericanos, entre ellos Perú, donde fundó hospitales, entre otros, uno en Arequipa con el apoyo de una piadosa y pudiente dama de aquella sociedad, doña Hortensia de Espinosa.

Se hizo, pues, en su día, justicia con aquella casona de la plaza de Santa Ana cuyo protagonismo fue importante pues cobijó entre sus paredes a quienes en aquellos momentos iniciaban la batalla contra los intereses desaforados y arrogantes de los vecinos.

Un retrato en la catedral

El niño que en el bautismo recibió los nombres de Luis Gonzaga Francisco Marcos de la Encina Díaz-Perla, nació en su casa de la plaza de Santa Ana el 24 de abril de 1754, como hijo de Simón de la Encina, oriundo de Vizcaya (vino a la isla como mayordomo del obispo mercedario Valentín Moran y en 1770 aparece como administrador de las Rentas del Tabaco) y de la canaria Agueda Díaz Perla, fue cristianado cuatro días después siendo padrino su abuelo Manuel Díaz, administrador del Estanco Real en esta isla. Se adivina que hablamos del que fuera obispo de Arequipa, en Perú, desde 1804 hasta 1816, aunque por vicisitudes familiares, administrativas y políticas de la época no entró en aquella ciudad hasta el 9 de julio 1810. Obviamos resumir la biografía del prelado porque en las islas, pero sobre todo en Arequipa, existe una muy numerosa bibliografía de este canario que alcanzando la mitra se convirtió en el 18 titular de aquel Obispado arequipeño que, aunque creado por Gregorio XII en 1577 a propuesta de Felipe II, no se llevó a efecto su hasta 1609 en que fue erigido por Paulo V.

Nuestro propósito no es otro que comentar algún detalle que, tal vez, pueda parecer si no inédito al menos algo desconocido de la biografía de obispo canario.

Hace ya algunos años solicitamos del administrador de la catedral de Arequipa Pablo Carpio el envío de una foto de su lauda sepulcral, así como fotocopia de la partida de defunción. Pero la respuesta fue desalentadora: «Si se enterró en la catedral es posible que se encontrara en dependencias del sótano del templo pero a consecuencia de las constantes inundaciones de agua en épocas pasadas la zona fue cubierta con cemento, quedando las tumbas bajo el hormigón e ilocalizables, aunque se le tiene por sepultado en el hoy abandonado y antiguo cementerio de Miraflores». Respecto al certificado de defunción nos señaló que «se ha verificado en los archivos la partida, no pudiendo conseguirla por la antigüedad de la misma; es decir, no se encuentra a mano». Encina falleció a la edad de 62 años en la madrugada del 19 de enero de 1816, donando su biblioteca al seminario de Arequipa y su corazón a la catedral de Las Palmas, que lo recibió en 1819 enviado por la familia Pacheco, uno de cuyos miembros había sido su secretario y mayordomo en Arequipa.

Como contrapartida de tan desalentadoras noticias nos envió un regalo: la fotografía de un cuadro del obispo canario que se encuentra en la sacristía de aquella catedral junto a los de otros prelados cuya reproducción ilustra estas notas. El óleo incluye una leyenda en la parte superior derecha con el siguiente texto: «El Yllmo. Dr. D. Luis Gonzaga de la Encina Perla y Portu(¿). Nació en la ciudad de Las Palmas de la Gran Canaria el 25 de abril de 1754. Fue Racionero, Canónigo Magistral, Maestrescuela y Arcediano titular de Canaria y obispo 18 de Arequipa, en donde falleció el 19 de enero de 1816 siendo sepultado en el cementerio de Miraflores en donde actualmente están abandonados sus restos. Fue esencialmente limosnero y un infatigable predicador de su rebaño». El texto de la leyenda ofrece un revelador descubrimiento: o el cuadro fue pintado después de la muerte del prelado por alguien que debió conocerlo para plasmar su fisonomía en el lienzo, o si posó en vida la leyenda se incorporó mucho tiempo después de su óbito, porque se dice que su sepultura «se encuentra abandonada». Miraflores es uno de los 29 distritos (municipalidades) de Arequipa, algo alejado de aquella ciudad y cuyo camposanto está en desuso desde que en 1833 porque Simón Bolívar mandó construir el actual de Apacheta, por encontrarse el primitivo muy cerca de la población.

Conflicto en Perú

En su día recibimos también del administrador de la catedral de Arequipa, recogidas en sus actas capitulares, noticias sobre un conflicto que tuvo el obispo Luis de la Encina nada más llegar a aquella diócesis, en cuyo envío nos incluye una reproducción del que según tradición fue su sello episcopal aunque mas bien parece un lienzo o tapiz. La ilustración es circular y nos muestra en la zona central la figura y pose del prelado curiosamente idéntica al retrato que de él se conserva en la catedral de Arequipa, rodeándola el siguiente texto: «El ilustrísimo Dr. dn. Lvis Gonzaga de la Encina XVIII obispo de Are q p.[arequipa]»

El episodio con constancia en acta y remitido lo vivió don Luis nada más llegar a aquella sede episcopal respecto a la que, aunque se señala en sus biografías que fue titular desde 1805 hasta 1816 sustituyendo por renuncia al obispo Chaves de la Rosa, los biógrafos arequipeños se apresuran a aclarar que «su episcopado personal duró escasamente cinco años, seis meses y ocho días cuando expiró a las 12 de la noche del 18 de enero de 1816, porque si bien fue en septiembre de 1805 cuando se le despachan las bulas de nombramiento por Pío VII («cuando contaba con 55 años 9 meses y 19 días de su edad») fue consagrado por Verdugo el 28 de septiembre del año siguiente, y que envió poder al deán de aquella catedral Saturnino García de Arázuri para su toma de posesión. Embarcado en Cádiz el 16 de octubre de 1809 a bordo del navío San Pedro Alcántara. Llegó a Arequipa el 28 de noviembre de 1810 y fue recibido por su apoderado en el valle de Siguas, dándole 200 pesos», según las actas de aquel Cabildo, aunque fue erigido en 1805 su pontificado personal duro poco ms de cinco años, porque el resto lo administró por poder el deán catedralicio.

Privilegios de los canónigos

¿Y cuál fue el principal conflicto que tuvo Encina, según las actas eclesiásticas? El nuevo prelado observó que en sus misas de pontifical no le asistían como diáconos los canónigos de aquella catedral, sino sacerdotes del clero secular. Como asistía con frecuencias a las sesiones del Cabildo, el 20 de septiembre de 1813 presentó una exposición sobre este particular razonando que «los canónigos permanecían sentados en el coro y que diaconaban simple clérigos, lo que es una monstruosidad», y que se proponía pedir al Rey la anulación de tales privilegios. Los canónigos se negaron acceder a su petición alegando que desde 1799 habían alcanzado Real Cédula a su favor para esta práctica que ya era habitual y que había sido confirmada por otra de abril de 1805 para no diaconar con los prelados. Sus biógrafos arequipeños estiman que Luis de la Encina hubiera logrado su razonado propósito de no haber fallecido en 1816 porque las «exposiciones del prelado, limosnero por antonomasia y de corazón magnánimo para satisfacer las necesidades, estaban llena de amor y eran razonadas y contundentes». Fallecido el obispo canario, el conflicto se prolongó durante varias décadas hasta que en 1854 desde Roma se ordenó que a partir de aquel momento diaconasen «las dignidades gremiales».

Fallecido el obispo el 18 de enero de 1816, «dispuso que su cadáver fuera sepultado en el cementerio general, como se cumplió», señalan las actas. Seis días después se reunió el Cabildo y eligió como vicario capitular al arcediano Francisco Javier de Echevarría, ordenando la organización de sus funerales «que se celebraron con gran pompa y solemnidad» el primero de febrero siguiente y en cuya ceremonia se gastaron 2.400 pesos. Se sabe que el material pontifical de don Luis de la Encina –conjunto de ornamentos que utilizan los obispos en los oficios religiosos– lo compró el Cabildo para aquella catedral por 12.000 pesos, corporación eclesiástica a quien donó también su biblioteca.

Es curiosa la anécdota que recoge uno de sus biógrafos y que se refiere a «tres sucesos muy notables, dignos de anotarse»: cuando se bautizó, señala, que era la festividad de San Vidal, el obispo de Canarias Valentín Morán le obsequió un pectoral de esmeralda diciendo a sus padres que lo guardasen para cuando fuese obispo; el día de San Vidal recibió también la Real Cédula de su presentación para obispo de Arequipa y el día de San Vidal entró Encina en la ciudad de Arequipa para tomar posesión de la diócesis.

Para concluir digamos que por recientes averiguaciones realizadas en aquella ciudad peruana se nos señala que el cementerio donde se enterró a Encina en la época era el de Miraflores está en desuso, del que nos dicen, «no queda prácticamente nada» y, mucho menos, no se ha podido localizar su tumba.

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