Muchos lugares tienen tradiciones propias ligadas a la víspera del Día de los Difuntos, que conviven con los omnipresentes disfraces de Halloween. En el caso de Gran Canaria, la del 31 de octubre es la Noche de los Finados, antaño un momento reservado por las familias para recordar a los fallecidos y contar historias que transmitieran su memoria a las nuevas generaciones, antes de la visita a los cementerios del día siguiente. Esas historias contadas al calor de la cocina no excluían los cuentos de brujas, para meter miedo a los niños.

El acompañamiento gastronómico de la Noche de los Finados presentaba variaciones según el punto de la Isla. Las castañas asadas en brasero de barro o guisadas con agua y matalauva eran comunes en todos los municipios grancanarios, si bien también tenían su hueco los productos típicos de cada municipio como las almendras en Tejeda, las nueces en San Mateo y las manzanas en Valleseco, donde la tradición dictaba que ese día se mataba un cochino para hacer morcillas y chorizo.

Según testimonios recogidos por la Fundación para el Desarrollo de la Etnología y Artesanía de Canarias (Fedac), en Agüimes eran típicas las meriendas degustadas en algún cercado, con niños portando cestas que sus madres les había llenado de castañas, nueces, manzanas y almendras. Por su parte, las mujeres seleccionaban las mejores flores del patio para enramar las tumbas y colocaban una lámpara de aceite junto a las fotos de los difuntos.

Castañas asadas. Shutterstock

El 1 de noviembre la jornada estaba marcada por la asistencia a misa y la visita al camposanto. El Día de Todos los Santos marcaba, además, el inicio del Rancho de Ánimas, que recorría las casas cantando y pidiendo dinero que iba destinado a celebrar misas por los difuntos. Esta es una tradición que todavía pervive en sitios como Valsequillo o Teror.

Truco o trato

En la actualidad los niños y adolescentes se han hecho dueños esa noche de las calles que recorren disfrazados y yendo de casa en casa gritando el consabido "Trick-or-treat", expresión de origen céltico y que merece capítulo específico; un claro indicativo -dicho sea también- que al que no les surta de golosinas puede salir malparado con alguna gamberrada, costumbre que ha tenido en las películas y toda la industria surgida en torno a esta fiesta los últimos años un amplio muestrario de donde tomar ejemplos.

El equivalente en la celebración católico-romana hunde también sus raíces en las mismas tradiciones pero por razones obvias ha tenido un discurrir diferente. Detrás de ambas se deja traslucir un arcano miedo a la muerte, mezclado con superstición, magia y esoterismo.

Castañas asadas Shutterstock

La constancia histórica nos asegura que el emperador bizantino Focas hizo donación del célebre Panteón de Agripa, dedicado a todos los dioses al papa Bonifacio IV en el año 608, que lo transformó en iglesia cristiana bajo la advocación de "Santa María de los Mártires". Veintiocho carretas de huesos sagrados de mártires de inicios de la era cristiana fueron sacados de las catacumbas y colocados en un recipiente de pórfido bajo su altar mayor. La fiesta comenzó desde entonces a celebrarse el 13 de mayo; el Papa Gregorio III en el 741 la cambió al 1 de noviembre y en el 840, Gregorio IV la elevó a Fiesta Universal.

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El discurso viral en defensa de la Noche de los Finaos en Canarias en lugar del Halloween D. Cruz

Para completar la tradición tal como nos ha llegado, el año 998 San Odilón, abad del Monasterio francés de Cluny, añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta en recuerdo de las almas de los católicos fallecidos por lo que se denominó de los Fieles Difuntos. A partir del Concilio de Trento, y como los protestantes negaban la existencia del Purgatorio, esta fiesta se afianzó aún más y los templos católicos se llenaron de cuadros de ánimas que dejaban bien claro lo que podían estar pasando nuestros fallecidos parientes disolutos y lo fácil que resultaba para nosotros salvarles de la cremación eterna.

Y los Ranchos de Ánimas comenzaron sus salmodias por los campos y ciudades cristianas, rezando, pidiendo y cantando por ellas. O simplemente, en los hogares con las lamparillas o mariposas; aquellos trocitos de corcho circulares en los que se habían colocado pequeños pabilos y flotando sobre aceite y agua ardían en recuerdo de nuestras ánimas añoradas.

A la par esta celebración tenía un íntimo y familiar componente de divertimento. En las casas se hablaba de toda la parentela (de los vivos y de los que habían pasado a la otra vida) y se comía -cada uno según sus haberes y poderes- con dulcería específica de la fecha y que aún perduran en nuestra cultura culinaria, como los buñuelos de viento o los huesos de santo en recuerdo de los huesos de las carretas de las catacumbas y los de todos los cementerios de la Cristiandad.

Además, están rodeadas por ello de serie de rituales y ceremonias que se repiten cada año y que se encuentran cargadas de una gran solemnidad y emotividad. Los feligreses acuden en masa a los cementerios para recordar a los parientes fallecidos, limpiar sus tumbas y depositar en ellas ofrendas florales y limpiar el hogar de los restos mortales de sus familias. Muchas veces me preguntaba de niño si todos afirmaban que los muertos pasaban "a mejor vida" a qué venía todo aquel torrente de preocupaciones. Con el paso del tiempo he comprendido las razones de la evocación.