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Barrios del Sureste, pasado y presente (XI) | El Burrero

El Burrero, la playa de todos

El Burrero, en Ingenio, fue un paraje casi perdido, lleno de tomateros y con una playa que era sólo para los pocos pudientes | Su transformación permite el disfrute general

El Burrero, donde predominaba el cultivo del tomate, en torno a 1945, con las casas más antiguas, de barro y piedras, abajo, detrás y a la derecha | La Provincia

La costa de la villa de Ingenio, representada por el barrio de El Burrero tiene muchas similitudes con cualquier otra de la comarca, y también diferencias. El aeropuerto de Gran Canaria, en concreto sus pistas de aterrizaje y despegue, y la base aérea de Gando, han condicionado mucho su desarrollo. Eso sí, El Burrero tiene sus encantos, historias, como el pecio y los cañones; personales; y el intento de cambiar de nombre. 

La costa y zona más baja de la villa de Ingenio tienen una longitud que está entre 2,5 y 3 kilómetros de largo. Hay que tener en cuenta que en ese espacio se encuentra un espacio ocupado por el aeropuerto de Gran Canaria y otro por la base aérea de Gando, además de que hay dos playas, Las Torrecillas y Salmón, que tienen el acceso restringido. El área útil de la costa de Ingenio, de acceso a todo el mundo, cuenta aproximadamente con un kilómetro de longitud que va del extremo norte de la playa de San Agustín al barranco de Guayadeque, con la playa y el barrio de El Burrero en medio.

El Burrero limita al norte con la playa de San Agustín la, base aérea y el aeropuerto de Gran Canaria; al oeste con la autovía GC-1 y el barrio de Carrizal; mientras que al este el océano Atlántico; y al sur el barranco de Guayadeque y el municipio de Agüimes.

El origen del nombre de El Burrero no está muy claro, aunque todo apunta a que es sencillo. Según la tradición oral, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando todo estaba cubierto por fincas y cercados dedicados al tomate, los trabajadores dejaban sus burros, que eran muy importantes y necesarios para el transporte de personas y de la carga, cerca de la tienda de aceite y vinagre, que se convertía en un bar por las tardes. Esta tienda existía junto al menos una decena de casas que había próximas a la playa. Según esta teoría, surgió de esta forma la denominación del lugar.

Asimismo, hay otra hipótesis que apunta que el topónimo procede del hecho de que los industriales de Carrizal, es decir, los panaderos, salineros y caleros, entre otros, dejaban sueltos sus burros para que comieran los cardos y demás plantas que existían en esta llanura costera. Sea como fuere su origen exacto, en la década de los años 70 del siglo pasado se propuso cambiar el nombre de la zona, para que fuera Vista Alegre, en vez de El Burrero. El movimiento vecinal y social evitó ese cambio de denominación del barrio.

El aeropuerto y la base aérea condicionaron su desarrollo y que no progresara un proyecto urbanístico en los 70

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Esa propuesta de modificar el topónimo tenía relación con la intención de desarrollar un gran proyecto de urbanización en la zona, desde la playa hasta la parte más alta, con el nuevo nombre y no el ya existente. Francisco Hernández, quien fue muy relevante en la villa entre las décadas de los 40 y los 80, fue el primer alcalde de las primeras elecciones democráticas, al ganar por mayoría absoluta, siendo el líder local del desaparecido partido Unión de Centro Democrático (UCD). Fue el regidor entre 1979 y 1983, para que después lo fuese el socialista Juan José Espino del Toro.

A pesar de que la corporación local veía con buenos ojos esa urbanización, como los propietarios de los terrenos, no se hizo realidad ese gran proyecto, aunque se hicieron las parcelas. Eso sí, se comenzó la construcción de un edificio que estuvo veinte años parada por los pleitos entre Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (Aena), el Ejército del Aire y los propietarios. Al final, se concluyó la obra de ese edificio de viviendas y se habitó, como sigue en la actualidad, y estando en solitario en toda en zona alta, en la calle Fariones, en una pequeña loma y a la altura de la playa de San Agustín.

Uno de los propietarios de tierras destacados fue José Ramírez Bethencourt, quien tiene una calle con su nombre en El Burrero, como en Las Palmas de Gran Canaria, donde fue alcalde entre 1953 y 1970.

Barro y piedra

En un repaso de cómo era El Burrero a inicios del pasado siglo, sólo contaba con unas cuatro casas próximas a la playa, construidas con barro y piedra, y pintadas a la cal. Al mismo tiempo, el resto estaba despoblado y gran parte del terreno dedicado al tomate.

Sebastián Cruz Viera, de 75 años, nacido en 1947, recuerda cómo era El Burrero en la década de los 50. Este vecino en la actualidad de Carrizal, que vino al mundo en El Toril, era el quinto hijo de los diez que tuvieron Pedro Cruz Viera, que falleció a los 66 años, y de Juana Viera Castellano, que murió a los 90 años. Ambos eran carrizaleros, como sus respectivos padres. Los nueve hermanos de Sebastián Cruz, también llamado Chano, son Pedro, de 85 años de edad; José, fallecido; Celestino; Antonio; Juana; Isabel; Antonia, Francisco, Paco; y Dolores, Loli, Cruz Viera, de 66 años.

«Recuerdo a los seis y siete años, los vecinos de Carrizal bajábamos a El Burrero días concretos, como el día de El Pino, del apóstol Santiago o San Haragán. Y se iba a pasear; a pescar, sobre todo viejas, que eran enormes; o a coger lapas, como hacía mi padre», declara.

Una vista de El Burrero, desde el mirador, el pasado miércoles

Respecto a cómo se instalaban, Sebastián Cruz afirma que «todos íbamos a las cuevas que están en la montaña, junto a la playa y El Roque, y se metían en las que estuviesen vacías. En cambio, en las cuevas que tenían propietarios, pues entrabas si te la prestaba el dueño. En nuestro caso, se la prestaban a nuestro padre».

En cambio, los cuatro o cinco pudientes, que tenían casa en el lugar, «se quedaban muchos más días, después de las fiestas de San Haragán, así que se quedaban en agosto, septiembre y octubre», señala Cruz Viera.

En relación a la educación de Sebastián Cruz, comenzó con las clases de la señorita Josefa; luego en la escuela pública, con el maestro Miguel Cáceres, entre los 6 y 8 años; y después con José Serrano, entre los 8 y 13 años.

A los 13 años, como sus hermanos, Chano Cruz tuvo que dejar de estudiar y comenzar a trabajar en la panadería familiar. El progenitor Pedro Cruz fue maquinista de pozo, salinero, arriero de burros, combatió en la Guerra Civil española (1936-1939), trabajó en una tienda en El Toril (1943 y 1949) y montó una panadería en su casa, también en El Toril, en 1952, siendo también panadera su suegra Antonia Castellano. Entonces, su mujer, Juana Viera, trabajaba asimismo en la tienda de aceite y vinagres, mientras él en la panadería donde casi todos lo hijos aprendieron ese oficio.

Los cañones del siglo XVIII o la visita de los futbolistas Guedes, Tonono y Germán, en la historia del barrio

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Los tres hijos que continuaron con el trabajo de panaderos fueron Sebastián, Juana y Paco Cruz Viera. El primero también trabajó al mismo tiempo durante once años (2001-2012) en las salinas de Martel Lozano, que están pasada la desembocadura del barranco de Guayadeque, en el término municipal de Agüimes. «Nuestro pan tenía una similitud al pan antiguo porque hacíamos su masa el día anterior. Era bueno, se notaba en el sabor y se podía comer también al segundo y tercer día», recuerda Sebastián Cruz.

En los años 60, el número de casas e inmuebles, juntas, no pasaba de la veintena, aunque ya contaba con dos tiendas de aceite y vinagre, una de ellas sólo estaba abierta en verano, y los clientes eran los trabajadores y los veraneantes. Antes de que llegase la década de los 70 y el boom de la construcción, ocurrieron acontecimientos en el barrio. Al joven Tomás Cruz Alemán, cuya madre tenia una tienda y una casa antigua junto a la playa, le gustaba mucho bucear, y entre 1967 y 1968 descubrió unos «tubos» en el agua, cerca de El Roque. Se trataba de unos cañones de un barco que se hundió a unos treinta metros de la orilla durante el siglo XVIII.

Reivindicación

Vicente Araña, siendo alcalde de Santa Lucía de Tirajana, consiguió sacar los cañones del agua, gracias a la colaboración de camiones y tractores del Ejército. Araña se llevó este armamento del siglo XVIII al pueblo de Santa Lucía, concretamente a su restaurante. Desde El Burrero se ha reclamado en varias ocasiones la devolución de estos cañones. Los cañones continúan en el pueblo santaluceño.

Un cartel del barrio en el inicio del camino vecinal, años 70

Otro acontecimiento: el taxista Serafín Rodríguez llevaba con frecuencia en verano, sobre 1965, a los futbolistas de la Unión Deportiva Las Palmas Guedes, Tonono, León y Germán. Estas estrellas del balón pasaban días en el apartamento de Domingo Alemán.

En ese tiempo, Chano Cruz seguía trabajando en la panadería, como repartidor, primero, a pie; luego, con el burro; y luego con un coche. Entonces, «en ese tiempo que venían los jugadores, yo repartía con el burro, y me paraba, cuando bajaba a El Burrero, justo donde sabía que iban a pasar, y conseguía saludarlos desde el burro y ellos en el coche», manifiesta Cruz Viera.

Sebastián Cruz hizo el servicio militar obligatorio entre 1969 y 1970, donde estuvo tres meses en Tenerife y el resto de la mili en la intendencia de Las Palmas de Gran Canaria, trabajando como panadero. Cruz Viera contrajo matrimonio con Juana, Juanita, Sánchez Cabrera, que tiene ahora 70 años, y tuvieron los hijos: Pedro, ahora con 47 años; Rita; Sebastián, Chano; Rosi; y Ana Isabel Cruz Sánchez, de 33 años.

Entre los hechos importantes ocurridos, también está la desaparición de los caminos que había para ir y volver a El Burrero: Uno era paralelo al barranco de Guayadeque, en el lado de Agüimes; y el otro provenía del barranco de los Aromeros. El primero desapareció cuando se creó la carretera actual y única, en la zona de Las Cañadas, donde se plantaba alfalfa y se construyó un muro con acequia.

Ampliación de la pista

Y el segundo camino desapareció al ampliarse la pista de aterrizaje y despegue del aeropuerto de Gran Canaria, y pasar de 1.500 a 3.000 metros de longitud. Justo donde la cabeza de esa pista pasaba el camino, que aún se conserva de tierra. En esa zona estuvo la finca de Martel, en donde había numeroso ganado vacuno y bueyes, y una nave de empaquetado de tomates. Desapareció todo.

En los estrenados años 70 se multiplicó el número de casas y de edificios al sur del barranco de los Aromeros. En 1974, Chano Cruz dejó por un tiempo la panadería, se dedicó a trabajar en la construcción y después en la empresa Cepsa, exactamente en el suministro de combustible en el aeropuerto.

Tras los primeros años del periodo democrático, ya comenzaron a asfaltar las calles del barrio y a generalizarse el servicio de agua y luz, como a multiplicarse la autoconstrucción de numerosas viviendas. En la década de los 80 continúa la expansión. Entre 1993 y 1994 se construyeron dos diques, que existen en la actualidad, para contener el oleaje y ampliar la playa. Durante dos años después, también siendo alcalde Juan Espino, se derribaron las casas antiguas y se construyó la avenida marítima.

Sebastián Cruz.

Antes hubo hasta una decena de barcos pequeños de pesca que faenaban por la bahía de Gando y por El Burrero, para que después los pescadores, que ya no quedan en la actualidad, vendían la pesca entre los vecinos o subían para hacerlo hasta Carrizal.

Mientras tanto, además de trabajar, Sebastián Cruz se dedicó a la política entre 1983 y 2003, siendo concejal entre 1991 y 2003. Comenzó en el partido Asamblea de Barrios que finalmente acabó como Coalición Canaria (CC). Antes había militado en el club de fútbol Unión Carrizal, en infantil, y después directivo del citado club, como también fue directivo de la Sociedad Carrizal y miembro de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) del Centro de Educación Infantil y Primaria (CEIP) Claudio de la Torre.

Ya en el siglo, continuó el crecimiento, con más chalés y la generalización de los servicios. «La verdad es que se planificó urbanísticamente bien el crecimiento del barrio. Antes era una playa para unos pocos, los pudientes, y ahora es una playa para todos», indica Sebastián Cruz, quien a que «es verdad que entre mayo y agosto es una zona ventosa y más desagradable, pero entre agosto y mayo es un sitio muy agradable, sin oleaje, paradisiaco y con muchos encantos».

Casi de todo

En la actualidad, El Burrero dispone de numerosos servicios que antes no existían, entre otros, una farmacia, dos supermercados, el centro deportivo de arena (en reformas), cuatro restaurantes, parque, invernaderos, huertos ecológicos, centro cívico y club náutico El Burrero, que existe desde los años 70. «Tiene casi de todo El Burrero y está muy cerca de Carrizal, pero entre las carencias te diría que haría falta una segunda salida y entrada al barrio, y que no sólo haya una porque en días y acontecimientos especiales se bloquea. Y también hacen falta más actividades de ocio», declara.

Respecto a la población, El Burrero contaba en 2021 con 1.552 habitantes, tres más que el año anterior, mientras en el 2000 eran 617 residentes, es decir, menos de la mitad de los que había veinte años después, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

El topónimo puede ser porque los trabajadores dejaban los burros o porque lo hacían los salineros y caleros

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«Ahora hay más vecinos originarios de Ingenio que de Carrizal, aparte de que también hay de otros municipios y extranjeros, apunta Cruz Viera, quien también tiene casa familiar en El Burrero.

Cabe indicar que para muchos es un atractivo el mirador, creado y acondicionado recientemente, al norte de la playa, y con sus vistas de todo El Burrero, como de la bahía de Gando. No hay que olvidar El Roque, que es un dique natural, que retiene arena, una formación rocosa, que para muchos un monumento natural o un símbolo. Tiene unos 20 metros de largo y unos 10 metros hasta el punto más alto. El Charco del Cura es una pequeña piscina natural que se forma en las inmediaciones de El Roque durante la pleamar.

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