Gáldar

La verde trampa del Hermine

Mientras las ovejas se empanchan de hierba en los altos del norte grancanario, las abejas han confundido las lluvias caídas durante la tormenta de septiembre con el final del invierno

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

No todo lo que reluce en verde es oro, y los espléndidos pastos que lucen las medianías y los altos del norte de Gran Canaria fruto de las grandes lluvias caídas a finales de septiembre esconden algunos efectos secundarios, y así, mientras que para las ovejas supone más grasas y sabores para los quesos que están por venir, para las abejas ha supuesto una confusión para su ciclo de cría y reproducción. 

Altos de Gáldar. Las ovejas de Coralia González Quintana, de la Quesería Lomo del Palo también conocida como la de Eloísa, de toda la vida, se están hinchando a verde. En términos humanos es como si el piso, en todo lo que la vista alcanza, fuera de leche con chocolate a granel para tomar a discreción como si no hubiera un mañana.

Y cuando a ese verde aún cristalizado por la relentada de la madrugada le caen los primeros rayos del sol, escuece, regañando los ojos del brillo y otro tanto del asombro.

Pero para entender qué hace la oveja embostándose de la materia en cantidades ingentes a estas alturas del año hay que remontarse al pasado jueves 22 de septiembre, cuando un muy inusual mixturado meteorológico se va cociendo entre los 400 kilómetros de ancho de la franja de mar que se encuentra entre el archipiélago de Cabo Verde y el Senegal continental, momento en el que va tomando forma una onda tropical que en apenas 24 horas se bautiza como tormenta tropical Hermine.

Las rarezas no terminaban ahí, porque además toma un inusitado rumbo para, en vez de tirar hacia el oeste y adentrarse en el Atlántico para morir en el Caribe o en la costa oriental americana, elige bordear el litoral africano para situarse en el entorno de Canarias durante ese siguiente fin de semana acampando durante tres días que se saldaron con lluvias récords en las islas, unos valores fuera de estadística presididos por los insólitos 350 litros por metro cuadrado anotados en algunos pluviómetros de La Palma.

La tierra estaba tan reseca que no dejó agua correr, pero cogió ‘centro’ para originar pastos y regar las papas

Los efectos secundarios fueron cuantiosos, con 2.000 incidentes en las islas, entre los que se contabilizaban cortes de luz, de carreteras, desvíos, cancelaciones de centenares de vuelos y unos daños estimados en unos 10 millones de euros. Y eso que la lluvia cayó mansita.

En algunos puntos de la franja norte de Gran Canaria los acumulados superaron los 200 litros por metro cuadrado, que cayeron sobre una tierra demasiado reseca que se cogió todo para sí antes de dejarla marchar en escorrentías. Es lo que el personal de isla adentro llama ‘coger centro’, un empapado en profundidad que actúa como cuando a la sal de fruta se le vierte agua, eferveciendo a las semillas y la biomasa del subsuelo.

Multiplicación de las ovejas

Unos 30 días después un fenómeno paralelo se producía en las propias ovejas, pero que es el mismo de todos los años, con el inicio de la parida, y al ganado de Coralia le tocó en suerte “los gemelares”, es decir que cada oveja de las suyas en este 2022 paren a dos corderos por cabeza. “No se sabe muy por qué”, apunta, “pero cada año le toca a un pastor distinto, los antiguos dicen que es por las lunas”. Así que de las 125 ovejas grandes que tenía a estas alturas hay que multiplicar por dos la gañanía. Esto supone tongas de pienso que, en este vergel de hierba sin par, pues le está permitiendo ahorrarse unos cuartos pero sin olvidar que no solo de verde vive una oveja, «porque siempre hay que complementarle la dieta», de forma que la mayor ventaja de todas es que les aporta un extra en grasa y otros nutrientes que quedarán felizmente plasmados en unos quesos de mil sabores y matices.

Otro tanto con las papas, porque Coralia cuenta este relato de ovejas mientras se encuentra afanada apartando papas de su última cosecha, que también se han visto beneficiadas de esa «agua filtrada a la tierra», pero ojo, «que debe seguir recibiendo lluvias no solo hasta este diciembre, sino hasta abril o mayo», para dar por bueno el invierno, porque a veces un lustroso zaguán no tiene nada que ver con el chamizo que hay por dentro.

Gran trastoque

Pero, con todo, el hecho de que una gran lluvia sobrevenida cuando nadie se la espera como la que provocó el tormentón Hermine trastoca el normal funcionamiento de las cosas.

El profesor y apicultor Juan Félix Díaz Quintana mantiene sus colmenares también en la franja norte de la isla, haciendo prosperar una ganadería se abejas que se nutre de unas flores que conoce al dedillo. Después de la tormenta, explica Díaz Quintana, la flora se enraló sobremanera, pero recuerda que tras aquello no hubo más, «y la que ha sobrevivido estos dos meses a ese periodo de carencia de lluvias es la arbustiva con una altura superior a los 30 centímetros, salvo aquellas que se encuentran cerca de zonas de agua o en umbría, y de hecho en las cotas de costa ha surgido de nuevo el amarillo».

Este subir para bajar de nuevo ha supuesto «una especie de falso señuelo para las abejas», indica. «Ellas entendieron que con esas grandes precipitaciones empezaba el invierno, por lo que comenzaron el proceso de reducción de cría y de postura. Hay que explicar que con el frío la reina no pone igual, porque se abre a un periodo de menos alimentos».

«Pero luego resultó», añade el profesor, «que vino un tiempo de bonanza, incluso soleado y sin llover, de forma que vio cómo la naturaleza florecía, y cómo de repente también aumentó el número de abejas de forma considerable, lo que ha sido contraproducente porque ahora vendrán unos largos periodos de bastante humedad y de frío y será el propio apicultor el que va a tener que alimentar a todas sus colmenas si no quiere sufrir una mayor mortalidad».

Alimentación para las colmenas

Si se sigue el ritmo lógico del calendario debe llover ahora al menos durante diciembre y enero, que son meses que de natural las abejas no salen a pecorear, «y de hecho ya», apunta Juan Félix, «muchos apicultores se encuentran alimentando a sus ganados, a lo que se añade que el Cabildo de Gran Canaria ha incluido por primera vez en sus ayudas la alimentación para las colmenas, que se unen a las líneas de apoyo a los aparatos de extracción, o las etiquetas, entre otras cosas, porque precisamente el año pasado fue bastante seco». Algo que oteando el paisaje de estos momentos contrasta vivamente con una flora de mayor porte luciendo palmito.

Díaz las enumera. «Ahora están florecidas las tabaibas, los tajinastes, los romeros, los tomillos y los poleos, y también alguna tedera, que lo mismo que a las abejas, fueron engañadas por los periodos de fuerte luz solar que vino tras la tormenta».

«La naturaleza es un círculo en el que todo se desmorona cuando le falta un eslabón», sentencia el apicultor

Pero lo que más echa de menos el apicultor son los compañeros de viaje de las abejas: los pájaros, que interactúan con las demás especies de la fauna para hacerles la vida más fácil.

Pone como ejemplo a los tunos, que los hay por miles madurados en sus nopales. «Si aún tuviéramos los pájaros frugívoros que tanto se veían antes, los tunos quedarían picados para beneficio de las abejas y demás insectos, lo que muestra que la naturaleza es un círculo en el que todo se desmorona cuando le falta un eslabón».

«Pero sí o sí», diserta a modo de conclusión Juan Félix Díaz Quintana, el hombre que hace prosperar a las abejas hasta en botes de cristal, “ahora lo mejor que nos tiene que venir es más lluvia, y que alterne con sol, porque a pesar de lo que cayó en septiembre, las aguas no fueron suficientes para embalsar, sino para calmar la sed del suelo, lo que se suma a unos acuíferos tan esquilmados, que aún con todo lo recibido mantiene los nacientes completamente secos».

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