ANÁLISIS

Pastorelas y villancicos, músicas de la Nochebuena

Las iglesias se llenaban no sólo con las graves músicas de órganos y composiciones clásicas; además, sonaban en los sagrados recintos panderos y guitarras

Representación del nacimiento de Jesús.

Representación del nacimiento de Jesús. / LP/DLP

José Luis Yánez Rodríguez

«Aquí te traigo, mi niño/una botellita de suero/los tumbos son como puños/está muy bien sazonado/con un poquito de gofio/se queda el pelo asentado».

Así recitaba hace más de siete décadas en El Palmar una niña su amor al recién nacido y con ello su participación en el hecho comunitario de la celebración del Nacimiento de Jesús en la celebración de la Misa de la Víspera del Día de Navidad -la llamada Misa del Gallo-; en la que el pueblo de Canarias, quizá como en pocas celebraciones festivo-religiosas quería cantar, dramatizar, recitar, participar; en definitiva, estar.

Tal como estudiara impecablemente José Miguel Alzola en su estudio La Navidad en Gran Canaria, publicado hace justamente cuatro décadas y de ineludible cita en estos temas; en la Catedral de Canarias, como primer templo de la Diócesis, se celebró desde siempre con gran solemnidad la Natividad del Señor. Cita al canónigo Bartolomé Cairasco de Figueroa -gran poeta y hábil tañedor de guitarra- y como éste «ponía música a sus propios villancicos, que luego eran cantados en el templo o como interpolaciones en las representaciones teatrales de sus obras».

Otras investigaciones, como las de Lola de la Torre o Lothar Siemens, dejan clara la activa participación de los maestros de la capilla de música catedralicia, que nos legaron repertorio de composiciones destinadas a ser interpretadas en Navidad. Baste como ejemplo el trabajo del músico Diego Durón, que realizó 167 villancicos de Navidad y otros 57 para la festividad de Reyes; algunos con motivos populares canarios como los titulados Los muchachos de Canaria o El alcalde de Tejeda; y otros en los que participaban tipos populares e incluso los animales que acompañan a María y José en el portal, entablándose entre ellos unos diálogos cantados «llenos de gracia e ingenuidad; son como entremeses musicales en los que se trata, con reverencia y desenfado, el tema de la Navidad» y que se interpretaban al finalizar la misa.

Pastorelas y villancicos, músicas  de la Nochebuena

Pastorelas y villancicos, músicas de la Nochebuena / José Luis Yánez Rodríguez

Lo cierto es que la misa de la víspera de la Navidad, al partir la medianoche, la participación del pueblo con «alusiones jocosas, escenas bufas y referencias burlescas que producían el regocijo de los fieles asistentes a las celebraciones litúrgicas» era básicamente alegre, participativa y sin ningún indicio de burla o falta de respeto, aunque algunas de las piezas se titularan Un portugués y un gallego; Teólogos y beatas, Entre sacristanes, etcétera.

El siglo XVIII fue variando todo ello, al menos en las celebraciones catedralicias, ya que el cabildo catedral, los canónigos y el clero cercano a los ideales de la Ilustración; y la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País se propusieron renovar y también revisar a fondo el repertorio musical de su capilla y hasta el mismo Viera y Clavijo cuenta en sus memorias como en 1794 se ordenó que «en lugar de los villancicos que se cantaban en los maitines de Navidad y Epifanía, se cantasen los responsorios propios del oficio de ambas festividades».

Tal como informa Alzola, en 1808 llegó de Lisboa el músico José Palomino para hacerse cargo de la dirección de la capilla, y que compuso una hermosa misa para la Nochebuena y los ocho responsorios de Navidad, que relegaron al olvido aquéllos del maestro Hita que Viera y Clavijo encargara a Madrid. Comenzó entonces un sistema de contratas con músicos que culminó, en 1845, la Sociedad Filarmónica. A partir de entonces, y durante un siglo, su colaboración ha sido decisiva en las solemnidades catedralicias. De esta época se ha de recordar la pastorela del maestro Bernardino Valle, algo inseparable de la Nochebuena de Canarias. Asimismo, se generalizó por aquellos años la costumbre de incorporar el arrorró al repertorio navideño. Primero Teobaldo Power y después Bernardino Valle y Santiago Tejera compusieron páginas, eligiendo y desarrollando el tema popular. Este último aportó al teatro regional su música, sus costumbres, sus hablares y, con ellos, compuso piezas de gran inspiración y de auténtica canariedad.

En las otras iglesias de la isla, y de manera especial en las rurales, la Nochebuena se celebraba también de forma solemne, pero quizá con una más amplia participación popular que, en cierto sentido, humanizaba y acercaba la Navidad al pueblo.

«Se cantaban villancicos, se tañían guitarras, timples, bandurrias y laúdes; alborotaban los panderos, las flautas, las castañuelas; las zambombas y los triángulos completaban el acompañamiento».

Toda esta actividad ligada durante siglos a la celebración de la Navidad creó unas celebraciones fuertemente ligadas y mantenidas por el pueblo en las que la noche del 24 al 25 de diciembre, las iglesias se llenaban no sólo con las graves músicas de órganos y composiciones clásicas; además, sonaban en los sagrados recintos villancicos, panderos, guitarras, y todo aquello con lo que el pueblo de las islas pretendía celebrar algo tan hermoso como el Nacimiento de Dios, antecedido por el novenario de las Misas de la Luz desde el 16 de diciembre.

Las iglesias eran recintos de alegría y vida; y ello ayudaba muchísimo a la gente de las islas a integrarse en el evento religioso desde su propia experiencia de la tradición y la cultura. Tal como investigara Francisco Navarro Artiles, los templos se convertían con representaciones de escenas de la Navidad, como el anuncio del nacimiento de Jesús, la adoración de los pastores, la ofrenda de productos de la tierra ante la cuna del Niño, en el propio hogar de los hombres y mujeres de Canarias, donde estos mismos interpretaban los personajes relacionados con la Navidad, en un bellísimo Belén viviente, que fue durante mucho tiempo y una verdadera escuela de cultura y religión, donde se hablaba de cortijos cumbreros, de sembrados, rebaños, gofio, quesos de flor, millo, papas, cebada, judías, trigo, becerros y vacas; terminando en algunos pueblos de la isla con el baile de la cunita que tenía lugar primeramente dentro de las iglesias y más tardé a las puertas de los templos.

Todo ello comenzó a cambiar a inicios del pasado siglo. El día de Santa Cecilia de 1903, el papa Pío X propuso en el documento del Motu Proprio revalorizar el canto gregoriano y la polifonía clásica y excluir de las iglesias toda la música profana. En dicho documento se afirmaba que nada debía ocurrir en las iglesias que turbara, ni siquiera disminuyera, la piedad y la devoción de los fieles; nada que diera motivo de disgusto o escándalo. Yo afirmo que nada de lo que ocurría en las iglesias de Canarias ofendía a Dios; todo lo contrario, ensalzaba la religión y la fe desde la experiencia de la vida cotidiana en nuestra tierra y humanizaba mucho como digo, todo el evento.

Universalidad

San Pío X afirmo que «por consiguiente, la música sagrada debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, conviene a saber: la santidad y la bondad de las formas, de donde nace espontáneo otro carácter suyo: la universalidad. Debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes».

La intención, como muchas veces, no era mala, las consecuencias lo fueron en materia cultural y participativa en una celebración -la de la Nochebuena- que abarrotaba los templos.

Tuvo esta decisión papal muchas y diferentes consecuencias en toda la cristiandad, pero en nuestra diócesis se manifestó por decisión del obispo Pildain en un punto más de desarrollo de lo ordenado por Pío X.

En 1947, hace setenta y cinco años, el Obispo de la Diócesis de Canarias convocó un Sínodo. No es éste lugar para hablar de lo expuesto en el mismo; por otra parte, bien descrito en el trabajo El ideario pastoral del obispo Pildain de Eloy Santiago.

Sí lo es para expresar que, abundando en el documento vaticano de 1903, Pildain dejó claro que quedaba prohibido «y en especial en las misas de la Luz, el uso de instrumentos fragosos como panderetas, guitarras, bandurrias, etc., así como el ejecutar el órgano o armónium, piezas profanas y cantos populares».

Las reacciones fueron múltiples. Baste decir que José Miguel Alzola, en el referido trabajo, expresó con esa contundencia suya tan de campo, que «para oír una misa cantada en latín entre el cura y el sochantre no hacía falta madrugar tanto».

Las expresiones musicales de la Nochebuena, tanto en su parte más culta como las Misas Pastorelas de Bernardino Valle o el maestro Sagastizabal siguieron interpretándose tanto en Santo Domingo de Vegueta, Tamaraceite, Teror o Gáldar.

Lo que varió un tanto fue la representación teatral infantil de la Adoración de los Pastores con que culminaba la Misa del Gallo.

El acompañamiento musical de panderos y guitarras quedó reducido al armonio donde lo hubiera, como en el caso de la Basílica del Pino de Teror, en la que se utilizaba el de la familia Álvarez, tan ligada a todo esto de lo que hablamos.

Los textos siguieron siendo los mismos. Los más cultos y que tan bien investigó el aruquense Francisco Navarro Artiles, proceden en su mayoría de transcripciones más o menos adaptadas y renovadas en cada pueblo, de la obra La infancia de Jesús, publicada por Gaspar Fernández y Ávila, teólogo del Sacromonte de Granada y cura de la villa de Colmenar de Málaga. Su obra fue editada en Málaga en 1785 y sus diez mil versos alimentaron y sustentaron las celebraciones de Navidad y Reyes del torrente tradicional canario, peninsular e hispanoamericano.

Gaspar Fernández afirmó en el inicio de su obra que el sólo escribía para los humildes y devotos y para los que querían desengañarse de las composiciones frívolas y profanas, «no para los que en el Siglo se han alzado con el miserable título de Ilustrados».

Con ello, sus diálogos y escenarios de Belén, Jerusalén, Oriente, Egipto; sus historias de Herodes, pastores, Reyes Magos, el bandolero Dimas, el ciego Simeón, el Nacimiento o los doctores de la Ley; sirvieron de base tanto a representaciones de Nochebuena como Autos de Reyes, tal como escribe Ángel Ruiz Quesada en su libro sobre El Auto de los Reyes Magos de Gáldar, que desarrolló el Grupo Ajódar.

Y pese a prohibiciones como la del obispo Fray Joaquín de Herrera, que el 6 de febrero de 1781 ordenaba por ningún motivo ni pretexto, se representaran en iglesias comedias, entremeses ni loas, ni otro género de piezas dramáticas, aunque fueran alusivas a los Misterios: ni en las noches de Navidad y Epifanía se permitieran cosas que atrajeran al pueblo por novedad; textos como el de Gaspar Fernández y otros surgidos de músicos y colistas nutrieron durante siglos la celebración de la Nochebuena en Canarias.

He de decir que me gusta escuchar textos como el que la terorense Mapi Nuez Álvarez me hace llegar y en el que se escuchan lejanos sones que ya se escuchaban hace más de dos siglos como el que dice: «Yo pobrecita mía/¿al Niño qué diré?/no la buenaventura/ le diré que me perdone/las veces que pequé» u otros pertenecientes al dúo de los pastores José y Rebeca, que con variaciones y adaptaciones parten del texto de La infancia de Jesús.

Pero me llena de una plena alegría popular y tradicional escuchar a gente como Eligia Socorro o Edelmira Mejías, que los recitaron en los años cuarenta aprendidos de maestras y maestros, y aún los declaman con profunda emoción: «En el medio de un barranco/sobre una banca sentada/me hallaba con mis amigas/al cuidado de unas cabras/cuando de repente oí/una voz que me decía/que en el Portal de Belén/había nacido el Mesías/Corriendo me fui a mi casa/a ver lo que le traía/Le traje esta muñequita/lo único que tenía»; «Honor a José y María/gloria a esta gran ciudad/coro de pastorcitos/venidos todos a adorar/vuestros más puros regalos/al que todo es caridad» o el que dice «Y a San José le traje/este cigarrito puro/ que se lo robé a mi padre/cuando fue a amarrar el burro/Yo te traje unas papitas/y una botella de aceite/ y también traje una brocha/ pa que San José se afeite».Tradición popular canaria en su esencia más pura.

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