Año Nuevo | El primer margullo

Un brindis por las cenizas de Santiago

2023 regala un primer día de playa que disfrutaron miles de isleños y visitantes | El buen tiempo y la ya consolidada tradición de empezar el año en remojo llenó el aforo

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

El último día del año fue una jornada nefasta para el margullo en el sur de la isla de Gran Canaria, con un vendaval y un oleaje que no presagiaba nada bueno para el 1 de enero, pero el caso es que la mar se atemperó, el cielo se despejó y una suave brisa hizo el resto para convertir las principales playas turísticas en el primer objeto de deseo del flamante año nuevo. 

Para el señor Esteban González este 2023 no pudo empezar con mejor pie. González se encuentra detrás de un enorme mostrador ubicado en la arena misma de Playa del Inglés, al frente de una empresa que trajina motos de agua sobre la marea.

Y además de motos sin ruedas, Aquasports water fun, que es como se remata el logo de la firma, también ofrece toda suerte de chismes, en mayor o menor grado de desale, para jugar más allá del marisco tanto en unidades sueltas como en diabólicos combinados.

Así, es posible guindarse de un paracaídas atado a una lancha, subirse luego a la moto si se salió indemne de la revoltura propia de los vértigos, y rematar el meneo en una sola mañana en la llamada banana, en realidad una especie de gran chorizo flotante que ‘jalado’ por una motora de potencia mayor tiene la virtud de hacer saltar por los aires a los pasajeros en curvas cerradas de menos de 90 grados. No apto para resacas.

Las empresas de alquiler de chismes de flotar hacía su agosto desde primeras horas de la mañana

El último día del año, es decir, antier, toda esta verbena de salitre quedaba anulada por el fuerte viento, se quejaba Esteban González, y el Atlántico majadero dejó en la columna del haber de ingresos por la tarde igual exactamente igual que como había comenzado por la mañana. A cero.

Pero lo que se vio apenas horas después de darle a las campanas y comer las uvas era un auténtico espejismo con el agua como un plato rebrillando bajo el sol nuevo, de paquete, con el que el 2023 saludó al mundo. Lo que tampoco da porque sí que vaya a traer nada bueno, a la vista de las últimas entregas anuales.

Pero es mediodía y ya tiene en agua a todo gas cuatro unidades dando fosnalla entre las boyas, así como otros artilugios flotantes, y para Esteban González, que de cosas de flotar y patines de pedales tiene un máster tras 40 años embarcado en la misma faena, un día como este 1 de enero, que carbura a ritmo de un 15 de agosto en toda regla, «es como cuando te toca la lotería», sentencia mientras apunta dos reservas más para un par de clientes que se quieren colgar del paracaídas.

Playa del Inglés en ese momento es un asombro. Hasta donde la vista alcanza de todo ese gigantesco litoral de San Bartolomé de Tirajana, hay personal en densidades hongkonesas, pero tanto virando a tierra como en el primer sopita y pon del año.

En los comercios, tenderetes, rotondas, aceras, paseos, avenidas y restaurantes, a pesar de no ser hora de almuerzo, otro tanto de lo mismo, con cientos de personas rián abajo para el horizonte por la avenida Alféreces Provisionales, al albur de un cielo totalmente despejado, una temperatura ligeramente por encima de los 23 grados centígrados, un agua a pie de orilla a 22 de grados y una brisa momia y discreta que no hacía más que ayudar para no caer en el sofoco.

Pero también a remolque de lo que para muchos de los que bajan al mar que han transformado el margullo del 1 de enero en una tradición ineludible, que sin caer en el Feng Shui, tiene efectos revitalizantes para empezar el nuevo año con espíritu, como es el caso de Leticia González, natural de Telde, y que se ha llegado hasta San Agustín, otra playa ayer que si bien más familiar, también lucía animada. Leticia baja al mar en las primeras horas del año haga bueno, o truene, «todos los años», un «bañito por tradición», que ayer disfrutaba en todo su esplendor.

Un cicerone en toda regla

Otros van para presumir de playa ante la familia que llega del resto del país, como le ocurre a José Pérez, nacido en la Ciudad Autónoma de Melilla y que vive en la isla desde hace ya tres décadas.

Se han venido a la invitación navideña de Pérez tres jóvenes parientes, y los ha tenido del tingo al tango desde que llegaron. Un cicerone en toda regla, un día para el Roque Nublo, otro para Agaete, que si ahora Vegueta, otra gira a Maspalomas, para asombrar con las dunas, que si después los fuegos de la playa de Las Canteras y «ahora playita, dice con auténtico entusiasmo mientras va festoneando sobre la arena los tarecos del playear.

Sergio, de 13 años, está privado con el meneo que le ha dado José con la compañía de su mujer y sus hijas, Carolina y Nuria, en «una isla que no me esperaba y a la que espero volver».

A medida que la familia Pérez va tomando plaza en San Agustín, lo mismo ocurre con otras decenas que van bajando por el paseo Costa Canaria, y que aún tiene sus síntomas de resaca de la Nochevieja y a la que en ciertos puntos del recorrido habrá que pasarle otro baldeo y un paño de remate para anular la fos.

Durante toda la mañana, los accesos y establecimientos de las playas lucían repletos de movimiento

Pero una vez pasado el trance la postal invita a tirar la toalla, posar el tinglado y coger olas, chicas, pero olas al fin y al cabo, o simplemente darse un garbeo hasta el final del paseo, donde se ubica el Balcón de San Agustín, en la banda norte del arenal, y desde donde también arramblan con sus cosas hacia la zona cero de la playa turistas a mansalva.

Es el mismo río que trae cuesta abajo a José y Javier, ambos Jiménez, y ambos dos muy buenos primos hermanos.

Ventajas del vivir aquí

José es chef en un hotel, y lleva veinte años viviendo en Gran Canaria. No atina a elogiar la isla, donde asegura que se vive «cien millones de veces mejor que en Madrid», explica alargando la mano en toda su magnitud, que es mucha porque está fuerte como un toro, para invitar a ver la postal de la playa de San Agustín, que ahora por el efecto del sol, colocado a esa hora en su justo punto, hacer estallar el agua en chispas de color naranja.

Mientras Javi, que lleva también sus cuatro años en la isla redonda, asiente a todo lo que diga Jose, éste sigue relatando la ristra de ventajas del vivir aquí, entre ellas el alquiler o la compra de la vivienda, que en la capital de España tiene un coste similar al del metro cuadrado de titanio.

Jose y Javi Jiménez hicieron un alto para rendir en el mar un homenaje a un ser querido en San Agustín

O el transporte, para cuyo transitar es envejecer para ir punto A al B, de tal forma que ellos que viven en Vecindario, están privados de su juicio. Y, casi por último, el clima, ¿dónde íbamos a parar?, con un Madrid que no conoce de medias tintas en materia meteorológica, «en el que te hielas en invierno y te asas en verano».

Pero hay otra razón más para quedarse. A pesar de que Javi viene con una lata de cerveza en la mano cuando aún casi no pasado la raya del mediodía, no vienen precisamente de parranda. Vienen de homenajear a Santiago, pareja de la madre de Jose, fallecido hace dos años, y al que considera como un padre para él, «y un gran amigo». Desde entonces cada 1 de enero se van hasta las últimas piedras del paseo Costa Canaria, donde un día se depositaron cenizas de Santiago. A su vera, unas flores que le llevan, y un traguito de cerveza para rendirles homenaje. «Hoy fue muy bonito», explica emocionado, «pero también, cargado de un enorme sentimiento».

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