¿Es Nuestra Señora de la Candelaria Patrona de Canarias?

Historia del patronazgo que resolvió el papa Pio X al designar Patrona de la diócesis de las Islas Canarias a la Santísima Virgen del Pino

Virgen del Pino

Virgen del Pino / Juan Carlos Castro

Miguel Rodríguez Díaz de Quintana

Siempre que se acerca la festividad de la devota Virgen de Candelaria, tanto en febrero (2), que es su verdadera onomástica, como en la duplicidad del mes de agosto (15), los medios de comunicación tanto escritos como a través de las ondas, dan a Nuestra Señora el tratamiento de Patrona de Canarias. Cuando públicamente se da a conocer este otorgamiento varios fieles de las islas preguntan si en realidad este título es oficial o se produce por el gran fervor que a la Morenita le dedica gran parte del pueblo isleño.

Ante la controvertida disyuntiva que tanta tinta ha hecho correr en la prensa, el que esto escribe ha tenido oportunidad de dialogar sobre este tema con un componente de la Sagrada Congregación de Ritos del Vaticano, que es la encargada de dilucidar y autorizar oficialmente los tratamientos y títulos de las imágenes.

Y ante este histórico dilema, la primera pregunta que se nos sugiere conocer es: “¿De cual patronato me está usted hablando? ¿Del eclesiástico? ¿Del civil? ¿O del popular?” Pues existen tres patronazgos perfectamente diferenciados, aunque luego convergen y tienen el mismo significado.

Catedral

El patronato eclesiástico es aquel que la Santa Sede otorga directamente para timbrar una diócesis, una catedral, o cualquier otro recinto religioso administrado personalmente por la Iglesia, como son los títulos que oficialmente ostentan nuestros dos obispados canarios. Para el patronato laico, Roma no suele nombrarlos ni exigirlos si antes no se pronuncia la autoridad civil. Para ello el representante de la ciudadanía tiene que elaborar un laborioso expediente. Tanto la Candelaria como la Virgen del Pino son patronas civiles de las islas de Tenerife y Gran Canaria, respectivamente. Para producirse estos nombramientos los Cabildos Insulares de las dos provincias se tuvieron que dirigir a sus respectivos municipios exponiéndoles este deseo. Los ayuntamientos tuvieron que poner luego en las tablillas de anuncios durante diez días la petición para que los ciudadanos se pronunciaran al respecto. Lógicamente, no hubo en ambas consultas ninguna oposición y las corporaciones devolvieron a sus cabildos el feliz resultado. Luego, los cabildos, tras un pleno para que conste en acta la petición, enviaron a sus respectivos obispados los resultados. Y las prelaturas, a su vez, las hicieron llegar a la nunciatura apostólica para que fuera la representación de Roma la encargada de enviarlas a la Sagrada Congregación de Ritos del Vaticano, quien sin ningún tipo de oposición dio su visto bueno. 

Mientras que el patronato popular es el más extendido por todas las ciudades y pueblos católicos del mundo, que no tiene ni la autorización vaticana, ni la solicitud de los gestores civiles, sino que ha sido el propio pueblo quien se ha encargado de proclamar a las fervorosas advocaciones de sus respectivos recintos. En Gran Canaria, aparte de todos los patronos y patronas pupulares de los pueblos, que han sido directamente elegidos por sus vecinos, hay dos casos muy significativos: el patronazgo del Santo Cristo de la Vera Cruz, adoptado por acuerdo del entonces cabildo grancanario en 1575 para que la imagen fuese patrona de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, cuya validez la han avalado a través de los siglos tanto el obispado como la Real Audiencia en sentencia de 1814; y el reciente de Ntra. Sra de La Luz, como patrona general de Puerto, que no cuenta ni con aval religioso ni civil sino por el exclusivo deseo de sus fieles devotos. La tramitación de este último se inició bien. La petición fue dirigida al Ayuntamiento, pero tal vez por desconocer el procedimiento, el entonces alcalde, Juan Rodríguez Doreste, no prosiguió con el expediente reglamentario para hacerlo llegar a las autoridades competentes.

El Patronato de la Candelaria

Los curiosos y principales motivos que desde un principio nominaron a Ntra. Sra. de la Candelaria como titular de la Iglesia canaria, tienen una historia emotiva y conmovedora que va a ser en realidad la raíz de este nombramiento exclusivamente popular, aparte de que la imagen ya contaba en todas las islas desde sus conquistas con gran devoción.

El verdadero arranque se inicia en marzo de 1665 con el nombramiento de fray Bartolomé García-Ximénez Rabadán como obispo de la diócesis de Canarias. El nuevo prelado, que sustituyó al madrileño don Juan de Toledo, embarcó hacia el archipiélago tres meses después para tomar posesión de la mitra insular. Ocurrió, que nada más salir del puerto de Cádiz una gran borrasca convirtió el viaje en una verdadera odisea. Su embarcación se perdió en el Océano y no solo estuvo a punto de tragarse el mar el barquichuelo que lo traía, sino que las agresivas corrientes del golfo lo arrastraron a través de las grandes olas a las costas americanas. Desfallecido y sin aliento, desembarca en Puerto Rico. Allí se estuvo reponiendo durante unos meses, hasta que al encontrarse mejor, pudo salir de Santo Domingo para poder llegar a las islas. Durante el regreso a Canarias sufrió un nuevo y desgraciado percance. La nave se averió, con la suerte que fue auxiliada por un navío de una flota inglesa que la avistó. El “humanitario” capitán británico exigió luego como pago del rescate la entrega de todos los bienes que llevaba el obispo, entre cuyas pertenencias se incluyó el valioso pectoral de oro y amatistas del asustado prelado.

Durante este segundo trayecto nuevamente el maltrecho pastor se ve envuelto en nuevas tormentas y tempestades de las que estaba seguro que no iba a poder salir. Pero, milagrosamente, salió y llegó sano y salvo a su destino.

Arribó por por la isla de Tenerife el 29 de diciembre de aquel año de 1665, y como el obispo era un fraile dominico y la Virgen de la Candelaria patrona de la orden de Santo Domingo y su fervorosa admiradora, se consideró siempre “un perpetuo esclavo de Ella”, y lo primero que hizo el nuevo monseñor al pisar tierra canaria fue postrarse ante los pies de su Madre celestial para agradecerle que lo salvara de todos los peligros sufridos. El apego a su patrona hizo que don Bartolomé decidiera residir preferentemente en Tenerife, porque continuamente daba razones que su puerto “era la boca, garganta y estómago de todo el obispado y es la isla mayor de él y donde es más necesario el gobierno esclesiástico como secular”. Su alejamiento de la sede episcopal le trajo frecuentes quejas del cabildo catedral grancanario. Su primera visita a la ciudad de Las Palmas la efectuó casi un año después. Al salir de Tenerife el 22 de noviembre del 66, otra vez el mal tiempo se puso de manifiesto y obligó a la nave el cambio de rumbo y el obispo tuvo que desembarcar en la Aldea de San Nicolás de Tolentino. Al final, el 5 de diciembre, después de caminar a pie por andenes y sendas polvorientas, entró solemnemente en la catedral de Santa Ana. Habían transcurrido once meses después de su llegada.

El título

 Por aquel tiempo la Iglesia frecuentemente estaba convocando rogativas. Se imploraba para que lloviera y el agua regara los campos; para que las frecuentes invasiones de la cigarra africana no arruinara en diez minutos las cosechas; para que los volcanes no se activaran; para que no se produjesen guerras ni asaltos piratas, incluso se llegaba a implorar para que las reinas de España que estaban a punto de parir tuvieran un feliz alumbramiento. Sobre todo fueron constantes las rogativas en tiempos de epidemias. En todos los casos nuestro obispo le encomendaba sus peticiones a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre la Virgen de Candelaria “para que con su luz ponga remedio a estas necesidades y nos conceda la santa gracia”. Y fue así como la Morenita se fue introduciendo en todos los corazones de sus habitantes y se convirtió por antonomasia en la verdadera Patrona popular de la Diócesis de Canaria, una merced indiscutible y desde entonces la titular conventual del obispo se convirtió en la patrona del pueblo que iba espiritualmente a regentar. El manipulado nombramiento que acreditan ciertos textos de que la Candelaria fue nombrada patrona de Canarias por el Papa Clemente VIII el 26 de marzo de 1599 es inexistente y no consta el otorgamiento en la Santa Sede. 

La primera petición en este sentido que hace el obispo a su pueblo es la carta pastoral que imprime en Santa Cruz de Tenerife el 16 de abril de 1672 para que luego fuera publicada en todas las iglesias del Archipiélago. La motiva la mortal epidemia de tabardillo y “conviene que se hagan algunas oraciones públicas convocando al pueblo, poniendo como intercesora a Nuestra Señora de Candelaria, Patrona universal de todo este nuestro obispado”, título que comenzó fray Bartolomé a incluir en sus escritos. (Libro de Mandatos en el archivo de la catedral de Santa Ana).

Al iniciarse el siglo XIX, el derrotero de la patrona eclesiástica de Canarias iba a originar un drástico cambio de rumbo. Por influencia del tinerfeño Cristóbal Bencomo Rodríguez, confesor de Fernando VII y arzobispo titular de Hereclea, logra por Bula de Pío VII en febrero de 1818 que el obispado de Canarias se segrega en dos prelaturas, bautizadas oficialmente como la Diócesis de las Islas Canarias y la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna (así están autorizadas e inscritas hasta el presente en los anuarios de la Santa Sede). Con este nuevo cambio ocurrió que la Virgen de Candelaria seguía ostentando el patronato popular en las dos sedes episcopales. De este desaguisado se dan cuenta los prebendados isleños e informan al Vaticano que oficialmente las separadas prelaturas no contaban oficialmente con expresos titulares. Y por ese desconocimiento y confusión geográfica que frecuentemente se ha mantenido sobre nuestras islas, la Sagrada Congregación de Ritos se vuelve a despistar y por Decreto de 12 de diciembre de 1867 es cuando por primera vez en nuestra historia se designa oficialmente a la Virgen de Candelaria Patrona de las Diócesis de las Islas Canarias, englobando en el mismo contexto a sus dos obispados, por lo que el problema seguía existiendo. 

Tendrá que pasar medio siglo cuando un avispado canónigo tinerfeño, que era nacido en Gran Canaria, dijo que al enredo tenía que dársele una definitiva solución. Puestas de acuerdo las dos prelaturas, se informa detalladamente en 1910 de la realidad del asunto. Se explica con todo lujo de detalles la situación. Y la Sagrada Congregación de Ritos declara que efectivamente las patronas eclesiásticas tenían que ser únicamente por diócesis, y el 16 de abril de 1914 el Papa Pio X designa Patrona de la diócesis de las Islas Canarias a la Santísima Virgen del Pino y de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna a la Excelsa y devota Virgen de Candelaria.

Civilmente, ambas advocaciones continúan teniendo la titularidad de patronas de sus respectivas islas, como las demás del Archipiélago que tienen las suyas: los Dolores en Mancha Blanca en Tinajo; la Peña en la Vega de Río Palmas en Fuerteventura; de Guadalupe en Puntallana de la Gomera; las Nieves en su santuario de La Palma; y la virgen de los Reyes en La Dehesa herreña de Sabinosa.

 Nos queda por dilucidar qué otros patronazgos ostenta oficialmente la devota Señora de la Candelaria, aparte del de la Diócesis tinerfeña y de la vecina isla hermana, que son los que en realidad tiene hasta ahora oficialmente concedidos.

Virgen de la Candelaria.

Virgen de la Candelaria. / M. R.

 ¿Es patrona civil o popular de Canarias? Este consenso lo ostentaría la popular y querida advocación si la proclamación y deseo fueran unánimes en todas las islas, caso que no parece que sea así.

Para que este título tuviera oficialidad civil o popular y quedara refrendado en la Santa Sede, el Parlamento de Canarias tendría que formular la consulta y enviarle a cada cabildo este deseo. Los cabildos, a su vez, tendrán que enviar a los ayuntamientos de sus respectivas islas la petición. Las corporaciones expondrán en sus tablas de anuncios lo solicitado para que los vecinos puedan pronunciarse. Con el resultado que se obtenga se devolverán a las corporaciones insulares las respectivas actas municipales con los acuerdos obtenidos, quienes serán las encargadas de remitirlas al Parlamento para que éste, a su vez, realice el informe definitivo que enviará directamente a la nunciatura y ésta al Vaticano.

Así han sido y son las cosas que se nos dicen desde Roma.