Mucho antes de la llegada de los europeos a las islas, los antiguos canarios expresaron su arte y su necesidad de comunicarse en la insólita cresta de fonolita que preside el barranco de Balos, y cuyos significados son a día de hoy todo un reto científico y un enigma por descubrir.
Hubo un momento de cuando la isla se fabricaba a golpe de fuego y magma que la lava quedó congelada en el espacio y en el tiempo, formando una insólita cresta de fonolita sobre el lecho de un ancho cauce y a la vera del Roque Aguayro, otro capricho geológico con sus gigantescas coladas verticales que preside el Valle de Balos a más de 540 metros de altura.
Ese copete que parece dibujado como una sucesión de arpas y que luce como un géiser entenicado y rumbiento al que hay que imaginar con raíces petrificadas hundidas en la corteza terrestre, se convirtió con el tiempo en la pizarra en la que los antiguos canarios plasmaban ancestrales grafitis de esquemáticas figuras humanas, trazos de seres zoomorfos, filigranas geométricas y representaciones de figuras alfabetiformes de origen líbico-bereber que, no obstante, ningún tuareg llevado al sitio a logrado leer o interpretar.
Hoy, estos grabados rupestres, conforman el yacimiento de Los Letreros de Balos, una rareza dentro del patrimonio histórico de Canarias, conocido desde finales del siglo XIX, si bien el significado de sus pictogramas siguen siendo a día de hoy un misterio por resolver a pesar de los numerosos intentos por encontrar la figurativa piedra de Rosetta que desvele su arcano.
Así, Renata Ana Springer Bunk, doctora en Filología, ya puso por escrito que esos grabados responden a la tipología de la « inmensa obra pictográfica que el hombre ha plasmado sobre las rocas del desierto y de las montañas africanas», para puntualizar que, no obstante, ostenta las suficientes diferencias «para que fuera lícito asumir los valores de cualquier alfabeto y transliterar a partir de ellos los caracteres canarios».
Hace fuego a mitad de marzo en ese paisaje pintado de ocre por el óxido del propio hierro de la piedra, el gris de los callaos del cauce, y el verde de los balos, el mato rey del lugar y que da nombre al conjunto formado entre el barranco de La Angostura, la Montaña del Teral y el desagüe del barranco del Roque, que pasa por Temisas, y se diría que esas mismas supuestas raíces de Los Letreros, las que parecían hundirse hasta el fondo del planeta, ejercen de termostato para llevar al hervor su superficie.
Reverbera la temperatura a medida que el observador pone el foco en la pizarra gigante, tratando de identificar entre lo que la naturaleza pintó cuando solidificó la lava, unas bellísimas y caprichosas cenefas que por momentos parecen calcar el plano central de la Capilla Sixtina, y lo que fue pintado, o labrado sobre su superficie por canarios con necesidad de expresar, hasta que aparece, quizá como si fuera el espejo de su autor, una figura humana con los brazos abiertos, un Hombre de Vitruvio visto desde la Edad del Bronce.
Detectado uno, surgen más, pero con la cadencia de un cinematógrafo. Allí un conjunto de lacértidos, identificados por un trazo vertical al que cortan varias líneas perpendiculares sintetizando unas extremidades. Allá un falo, y dos hombres más, pero con las manos y los brazos fuera de dimensión, y arriba, en grandes letras, la estulticia: Pedro Sánchez Monroy, 13-7-57.
Y así suma y sigue, vandalismo tras vandalismo hasta remontarse al que se marca en el año 1850, superponiendo los rayones con los que dejaron los primeros habitantes de la isla, o incluso imitando los dibujos, para desesperación de los arqueólogos y especialistas que tratan de indagar en el tesoro grabado en esa ondulante pared de unos 600 metros de largo en la que se distribuyen 49 paneles con todo el catálogo de tipologías de conocidas hasta hoy en las islas.
Como Ernesto Martín, Javier Velasco, María del Cristo González y Manuel Ramírez, que firman el trabajo Nuevas investigaciones en torno a los grabados rupestres del barranco de Balos, y el que reflejan esa dificultad añadida que representan los nuevos elementos, porque «en ocasiones es difícil distinguir el original de la copia».
Los mismos autores relatan otro atentado no menos llamativo perpetrado por el arqueólogo británico O.G.S. Crawford en el año 1957. Llegado por invitación de Sebastián Jiménez Sánchez, el entonces Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas de Las Palmas, regresó posteriormente al yacimiento, «para acometer una tropelía, cual fue la de llevarse una de las piedras que contenía un original dibujo que reproducía un animal, posiblemente un lagarto».
Hace ahora medio siglo, el 5 de julio de 1973, los Grabados Rupestres del Barranco de Balos fueron declarados Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Canarias, y unos años después, a finales de la década de los 80, fueron perimetrados por una gran valla de 370 metros lineales que trata de alguna manera de preservar el valioso conjunto arqueológico de los monroys contemporáneos.
Para conmemorar ese medio siglo como BIC, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Agüimes, municipio al que pertenece el yacimiento, organizaron una visita guiada y el descubrimiento de una placa conmemorativa junto a este singular enclave arqueológico, en el que se resalta su importancia por ser considerado como el mayor complejo de arte rupestre al aire libre de Canarias, en un acto que contó con la presencia del alcalde de Agüimes, Óscar Hernández, y del director Insular de Patrimonio Histórico, Sebastián López, y en el que se ofrecían detalles de las técnicas de elaboración de estos dibujos, «la más frecuente, el picado superficial de la roca, que se debió haber realizado con instrumentos de piedra de punta roma. En ocasiones, algunos de los surcos del grabado son abrasionados a fin de regularizar su recorrido. Y en menor proporción se utiliza la incisión y el raspado», para profundizar en unas figuras humanas que «presentan rasgos singulares, como la exageración de los dedos y de los órganos genitales, así como el esbozo de sus vestimentas y tocados», mientras que «las figuras animales parecen representar lagartos» y las geométricas reproducen, entre otros, círculos, semicírculos, óvalos, líneas rectas y serpentiformes, puntos y triángulos».
Por último, también se resaltaba que «pese a estar seriamente alterados por la acción humana o por la exposición a los agentes erosivos, los petroglifos siguen aportando información muy valiosa sobre la cultura de los antiguos canarios», y que «todo apunta a que el Lomo de Los Letreros fue un lugar escogido por su singularidad paisajística para la confluencia de personas procedentes de diferentes asentamientos, que llevarían a cabo en este espacio prácticas culturales o mágico-religiosas cuyas manifestaciones más duraderas habrían sido los grabados que hoy conocemos».