San Bartolomé de Tirajana

Un centro comercial de Playa del Inglés con locales ocupados e infraviviendas

Personas sin recursos como Trine A. Karlsen viven en establecimientos cerrados del Nilo - Otras tiendas han sido reconvertidas en pequeñas viviendas

Se partió la cadera, no pudo trabajar más, no recibía ingresos y tuvo que abandonar su casa de alquiler. Tiempo después acabó como ocupa de un local del Nilo. Trine A. Karlsen es una de las personas que vive en establecimientos abandonados. «Quiero irme de aquí, pero al menos tengo un techo», señala.

Trine Alise Karlsen tiene 60 años y desde 2012, hace más de una década, vive en condiciones infrahumanas en un antiguo local comercial en desuso que ocupó en el Centro Comercial Nilo de Playa del Inglés. «No es agradable, pero es humilde», relata, «claro que me gustaría salir de aquí y cambiar de situación. ¿Quién quiere vivir así? Pero esto es una lucha diaria». Como ella hay otras personas en una situación de exclusión social parecida que viven en almacenes completamente a oscuras salvo la luz de una vela, e incluso peor, padeciendo los efectos del consumo prolongado de drogas. Pero en este edificio con buena parte de los locales abandonados y otros reconvertidos en pequeñas viviendas de alquiler también residen familias, sobre todo de origen cubano, por la imposibilidad de encontrar arrendamientos asequibles en otras zonas. «Esto es una infravivienda, estoy aquí porque es más barato que el alquiler de una casa normal», afirma por su parte Kenia G. residente en el edificio.

Pasillos del centro comercial Nilo con locales cerrados.

Pasillos del centro comercial Nilo con locales cerrados. / Juan Castro

La noruega Trine Alise Karlsen llegó a Gran Canaria en 1989 durante sus vacaciones, y aquí le ofrecieron un trabajo y se quedó. Durante años estuvo trabajando en restaurantes y discotecas, hasta que en 2010 se rompió la cadera y eso provocó que tuviera que dejar de trabajar. «No puedo estar de pie mucho tiempo», cuenta. Por entonces, la falta de ingresos económicos ocasionó que no pudiera hacer frente al alquiler de su vivienda y tuviera que abandonarla. Y su única salida fue ocupar tiempo después un antiguo local comercial abandonado en el Centro Comercial Nilo.

Desde entonces, la vida y el espacio de Trine se limita a un habitáculo de apenas 15 metros cuadrados sin ventanas, por lo que tiene que mantener la puerta abierta de forma permanente para que le entre algo de aire desde los pasillos del edificio. En este espacio tan reducido, la noruega tiene una cocinilla para cocinarse los alimentos que le dona una asociación benéfica de San Bartolomé de Tirajana, un sillón, una cama pequeña y una televisión. Y todas sus pertenencias las tiene repartidas por el suelo y colocadas en improvisadas estanterías que ha ido habilitando a distintas alturas por falta de espacio.

Tiene luz, por la que paga, dice, 50 euros al mes, pero no tiene agua y para utilizar el baño tiene que ir a buscarla con un cubo a los servicios del centro comercial. No tiene ducha, pero sí un baño improvisado detrás de una cortina en una esquina del habitáculo. «Una se limpia como puede», sostiene, y a veces va a asearse al baño del centro«pero hace frío». Su única compañía en esta travesía, tres perros.

Trine llegó al local tras partirse la cadera, no trabajar y tener que abandonar su casa por no pagar el alquiler

Trine refiere que no recibe ingresos, solo ayuda de algún conocido para pagar la luz y ya ha solicitado el ingreso mínimo vital y ayuda a los servicios sociales municipales. «Quiero salir de aquí pero es difícil; aquí al menos tengo un techo», relata. La situación de personas como Trine es aún más dramática cuando, preguntadas otras personas que viven en este mismo edificio, nadie es consciente de su presencia.

Además de Trine, en el centro comercial hay otras personas que ocupan diversos locales. Una de ellas es un hombre de origen chileno, que declina hacer declaraciones, que reside en un almacén muy cerca de la noruega. Tiene la puerta del establecimiento que ocupa cerrada a cal y canto con un candado y llena de cartelería vinculada a mensajes filosóficos y frases de autoayuda, además de citas a escritores universales como el ruso León Tolstói. Cuando la abre apenas deja entrever un interior completamente oscuro. A pocos metros se encuentra otro local ocupado por personas drogodependientes.

El Centro Comercial Nilo conserva todavía locales comerciales en servicio que dan hacia la fachada principal, como un centro de impresión y diseño, un bar, un supermercado o la oficina de una compañía aseguradora, pero en su interior abundan los locales cerrados con verjas, candados o tapiados. Y otros tantos reconvertidos desde hace años en viviendas.

Cartelería fijada en la puerta de uno de los locales ocupados.

Cartelería fijada en la puerta de uno de los locales ocupados. / Juan Castro

En uno de esos locales reside Kenia G., de origen cubano, junto a su esposo y sus dos hijos. Reconoce que el espacio, que no llega a 50 metros y dispone de una cocina-comedor, un pequeño salón, una habitación doble y una pequeña, es muy limitado para cuatro personas. «Es una infravivienda, estoy aquí porque pago menos, pero quisiera irme a Vecindario porque es más habitable, pero me estoy sacando el carnet y el curso de auxiliar de farmacia, y con dos niños no me da el dinero», sostiene. Trabajan ella como camarera de pisos en un hotel y su pareja en la construcción, y pagan por esta vivienda 400 euros al mes.

Lleva cinco años residiendo allí, desde que llegase de Cuba y encontrase un trabajo sin contrato por el que cobraba apenas 300 euros. Pero está agradecida. «Con eso ha comido mi hijo», señala. Reconoce que el lugar donde vive «es casi una habitación» que no se ilumina con luz natural, pues las ventanas dan a un patio de luz o a los pasillos. «Nos tenemos que conformar con esta infravivienda», sostiene, «quizá cuando termine de estudiar y tengamos coche podremos mudarnos». Su casa está en buenas condiciones de habitabilidad y, dice, tiene la suerte de tener un casero que atiende todos sus problemas. 

Kenia explica que el Nilo es un edificio muy seguro para vivir. “Al principio tuve miedo porque una noche nos dieron una patada en la puerta y nos asustamos, pero en general es un edificio tranquilo, salvo algún incidente aislado”, añade. Esta mujer lamenta verse obligada a vivir en un lugar como este tras dejar en su país una casa terrera, grande y con patio.

Lo mismo le pasa a Marlene J., quien lleva cinco meses viviendo en otro de los locales reconvertidos en vivienda tras emigrar desde Cuba. Vive con su hija y su hermano en una casa de apenas 35 metros cuadrados y llegó allí por carecer de recursos económicos y «porque los alquileres están escasos y bastante caros».

Sobre residir en un centro comercial, Marlene espera que se trate de una cuestión transitoria mientras encuentra trabajo fijo y pueda optar a una casa mejor. «Sin más, hay que adaptarse», se resigna.

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