Nueva entrega de 'Historias de brujas'

Las brujas de Teror: «Así hieda María Gutiérrez a Amaro García»

El historiador Gustavo A. Trujillo publica la segunda obra de su serie dedicada a las brujas de Teror

Fragmento de una ilustración de Carla, 'Talamaletina', Fernández en la obra 'María García, la hechicera de Terore'

Fragmento de una ilustración de Carla, 'Talamaletina', Fernández en la obra 'María García, la hechicera de Terore' / Talamaletina

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

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María García «no solo es mujer de mal vivir, sino que es públicamente alcahueta de mujeres casadas y solteras, juntándolas en su casa con hombres solteros y casados. Y siendo causa de muchas decensiones y de gran escándalo y murmuración».

El Teror de la segunda mitad del siglo XVI tenía novelería a mansalva con el caso de la «dicha rea» María García, una mulata nacida en la década de 1560 y casada con solo nueve años de edad con el vecino Juan Estévez, y condenada por la Inquisición en el año 1608 por pactos con el diablo y un sinfín de hechizos que no forman parte de la leyenda, sino de una biografía pintada por las pinceladas de la que queda constancia en los archivos del Museo Canario y que toma forma por la pluma del historiador terorense Gustavo Alexis Trujillo, la filóloga Sarai Cruz Ventura y las impagables ilustraciones de Carla, Talamaletina, Fernández. Todo ello en un volumen titulado María García, la hechicera de Terore, que constituye el segundo libro de la serie Historias de Brujas.

El texto, al que antecede un prólogo firmado por el verseador José Yeray Rodríguez, ofrece un cuadro que va más allá de lo esotérico, en incluso lo práctico que ofrece el propio oficio de la brujería, porque retrata una sociedad indolente con los más débiles y profundamente inmisericorde en el enjuiciamiento colectivo.

Fue condenada por la Inquisición en el año 1608 por pactos con el diablo y un sinfín de hechizos

«Tales rituales y sortilegios», expone, «le eran ampliamente demandados por las mismas personas que, ironías del destino, acabaron denunciándola ante el Santo Oficio», un proceso que a la postre legó a los siglos el drama de su vida gracias al expediente abierto contra ella entre los años 1606 a 1608, y en los que también han buceado los investigadores Faneque Hernández y Juan Ramón García, aportando nuevos datos como que resulta hija de un señor llamado Luis García, Prieto, que era como se conocía en tiempos de antier a los hombre de color.

Mujeres pobres acusadas de brujas

Trujillo ilustra que «el ejemplo y las circunstancias de María García fueron bastante parecidos al del resto de féminas de la época, acusadas por el mismo delito. Por lo general, se trataba de mujeres de condición humilde y que ya soportaban sobre sí otro tipo de «máculas» o «tachas» como la de ser madres solteras, alcahuetas o esclavas. En el caso de María García, comprobamos como a pesar de haberse casado con Juan Estévez, este acabó repudiándola, argumentando «que andaba con otro hombre», razón por la cual fue encarcelada durante dos largos años en la cárcel pública de la ciudad de Las Palmas».

Despechada vuelve a la casa materna, y tras amantes e hijos ilegítimos se convierte en una «verdadera proscrita que vivía al margen de la sociedad, pero a la que sin embargo se solía acudir en busca de consejos y remedios, entre los que cabe destacar todo tipo de asuntos de índole sexual o sentimental», dos pormenores de gran demanda en la villa del siglo XVI.

Sangre de regla en el vino

Las fórmulas de María García para enlazar parejas o lograr justo todo lo contrario no escatimaba en lo escatológico. Para lo primero la receta pasaba por sugerir a las mujeres que cuando les «bajase su regla, tomasen de aquella sangre, lavando la camisa donde estuviese. Y le echasen de aquello en el vino y se la diesen a beber. Y que con aquello nunca las olvidarían».

Y para lo segundo aún peor, «pues la propia María, viendo como su amante Amaro García la repudiaba para concertar matrimonio con una vecina del lugar, pidió a Ana García —hermana del enamorado— que le diese un camisón de este para sahumarlo «con un poco de mierda» de la futura esposa —que ella ya tenía guarda da— «y que con aquello no se casarían». El ritual para evitar el enlace se completaría con la siguiente frase propiciatoria: «Así como esto hiede, así hieda María Gutiérrez a Amaro García».

Niños sacrificados

El libro aún entrega más, como el dramático caso del niño chupado, que acabó con el pequeño Francisco, en un relato no apto para una noche sin luz.

La obra de Trujillo incluye un aparte titulado Lo que callan los cuentos de brujas de tradición oral, de la filóloga Sarai Cruz Ventura.

En él se contextualizan las prácticas de las hechiceras en la historia universal.

En los ‘velorios de paridas’, las visitas se turnaban para vigilar la casa hasta que el bebé pudiera ser bautizado

Así, explica que «los infanticidios perpetrados por las brujas, como el supuestamente cometido por María García, no solo formaron parte de las numerosas denuncias presentadas ante el Santo Oficio durante la Edad Moderna, sino también del imaginario que a lo largo de los siglos se ha construido en torno a la figura de estas mujeres en diferentes culturas».

Velorios hasta el bautizo

En Canarias igual, al punto que «tras dar a luz, la madre recibiera la compañía de las personas que vivían en el pueblo para proteger al recién nacido. En estos encuentros, conocidos como velorios de paridas, las visitas se turnaban para vigilar la casa hasta que el bebé pudiera ser bautizado».

Todo esto, y algo más, en una María García que hiela la sangre, en cuyos episodios alonga en las ilustraciones de Talamaletina, graduada en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla y que desde su primera publicación, en el año 2001 ha colaborado con autores como Pepa Aurora Rodríguez Silvera, Carlos Guillermo Domínguez, Francisco J. Quevedo García, Yolanda Díaz Jiménez, Araceli Cardero y una treintena de escritores consagrados y noveles.

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