Santa Lucía.

Los 540 años de Atis Tirma

La efemérides que marcó para siempre la historia de Canarias ha quedado relegada al olvido

Páginas  de  1984, cuando los altercados terminan con la cita, y prospecciones en Santa Lucía. | |  LP/DLP

Páginas de 1984, cuando los altercados terminan con la cita, y prospecciones en Santa Lucía. | | LP/DLP / Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

El 29 de abril de 1483, Bentejuí y el Faycán de Telde se arrojaban al vacío al grito de Atis Tirma en el lugar de Ansite, tragedia con la que culminó la conquista de Gran Canaria

«Púsose, pues, al canto del risco, y, dando voces: -¡atistirma, atistirma! (que es llamar a Dios), se dejó caer y desrriscar».

Así describe el franciscano Abréu y Galindo la rendición y suicidio de Bentejuí hace ahora 540 años ante las tropas castellanas en el lugar de Ansite, el 29 de abril de 1483, y con el que los conquistadores culminan para la Corona de Castilla una guerra de cinco años de sometimiento a los indígenas.

En los meses anteriores, cuando los canarios vislumbraban el final, los irreductibles «saltaron de fortaleza en fortaleza» para defender la resistencia liderada por los malogrados Bentejuí y el Faycán de Telde, que prefirieron la muerte a su entrega, explica el arqueólogo Marco Moreno, quién al frente de la empresa Tibicena trabaja desde 2011 en las prospecciones de La Fortaleza de Santa Lucía, donde hasta hace bien poco situaban ese ‘Ansite’ del último día aborigen, ya que nuevos indicios desbaratan esa ubicación.

Moreno afirma que «con documentación recuperada del Archivo de Tunte se habla del barrio de Los Sitios, que ya 300 años cita Marín de Cubas, y ahora creemos que esa última noche antes de la rendición se situaba en los altos de Amurga, de donde bajaron justo a Los Sitios para reunirse». Y de hecho la propia toponimia, si se asimila al verbo sitiar, define en su primera acepción, «cercar un lugar, especialmente una fortaleza para intentar apoderarse de ella».

La mayor certeza de ese episodio, sin duda histórico, es el de la fecha, momento que queda enarbolado en forma de pendón: el Pendón de la Conquista, que se guarda en la sacristía de la catedral de Santa Ana, y que es el propio de la insignias distintivas de los regimientos y batallones.

Los 540 años  de Atis Tirma

Los 540 años de Atis Tirma / Juanjo Jiménez

Los europeos tratan de subrayar la importancia de su significado para la nueva población insular, y desde los tiempos de Felipe III hay constancia de sacar el pabellón a las calles de la capital grancanaria para conmemorar la efemérides, algo que tiene su continuidad, según Moreno, en la primera mitad del siglo XVII. Lo que ocurre a partir de ahí, es un festín de toma y daca, que terminará con la intervención de todo un Ministerio del Interior a finales del siglo XX prohibiendo la salida del estandarte del zaguán catedralicio.

Pero antes de llegar a ese finiquito hay que remontarse al inicio de la década de los años 20 del siglo pasado, donde queda por escrito la iniciativa del Gabinete Literario de la capital grancanaria el 29 de abril de 1921 para recuperar la cita dentro de los llamados festejos de San Pedro Mártir, con un programa que incluye la bendición de fotingos, una verbena en la plaza de Santa Ana a la que acuden no menos de 7.000 almas, la detonación de artefactos pirotécnicos y la procesión cívico-religiosa del Pendón de la Conquista. Todo ello rematado con la inauguración oficial de las obras del futuro teatro Pérez Galdós. «Pocas veces hemos visto una tan completísima asistencia de autoridades», escribe el cronista, para rematar que «ya era tiempo», de recuperar el momento, y que «causas que no son del caso explicar ahora, habían impedido celebrarla dignamente desde hacía varios años». Tal fue su éxito, «que no ha podido ser más lisonjero».

Durante los años siguientes el enrale va a mayores, con novedosos entretenimientos. Así en el año 22 se añade al trajín del aniversario de la incorporación de «Gran Canaria a la Patria España», el lucimiento de ricos y variados cortinages en los balcones, las feria de ganado, la fiesta escolar y la exótica iluminación eléctrica en el palacio municipal. Con un bonus extra para la comitiva oficial, que resulta «espléndidamente obsequiada con champagne, emparedados y habanos», una vez terminada la misa.

A lo largo de la década el concepto de su celebración se centra en la idea de dignificar tanto a unos como a otros, «los que alcanzaron la victoria que representaba la civilización y los que sucumbieron por excesivo amor a la tierra y a la libertad». Ambos, «son acreedores a que se les tenga siempre presentes, a que se in- mortalicen sus nombres donde mayor ostentación tengan», y sin mayor conflicto aparente a los propios de la logística y la organización.

Ejemplo. El Diario de Las Palmas se hacía eco en 1924 de la estulticia de cobrar al público «de todas las clases sociales la cuota de entrada para presenciar los espectáculos populares». En realidad unas «pantomimas de gigantes y cabezudos, unos cantos que nadie oía y unos bailes de organillo», por los que se pretendían cobrar una peseta «por barba y sin barba, porque hasta los niños quedaron sujetos a la contribución».

Pero de resto, todo en orden. Al punto que la jornada se va sofisticando en la misma medida en la que va perdiendo cierto interés informativo. Así, el Gabinete Literario se anunciaba que la cantina ofrecería una cena especial a precios moderados, ahora bien, «si quiere usted añadir un placer más a la fiesta, beba el exquisito champagne Morlant». Poco más allá, el Círculo Mercantil ofrecía un gran concierto del notable guitarrista Ignacio Rodríguez y el afamado barítono Francisco Lecuona, «que de tanta fama viene precedido».

Pero para 1931 el horno de España ya no estaba para bollos. Muerta la dictadura de Primo de Rivera, y exiliado de Alfonso XIII por su apoyo al régimen, apenas unos días antes de la efemérides, el 14 de abril, se proclama la II República.

Ahora gana la partida por solo 24 horas, el Primero de Mayo, Día del Trabajador. La prensa local, y bajo un artículo firmado por Adolfo Marsillach titulado El Estatuto Catalán, Ni contigo ni sin ti, se recordaba en 1932 «la gloriosa fecha del 29 de abril de 1483 en cuyo día ingresó Canarias en la vida del mundo civilizado, integrando la gran Patria Española (...) cuna sacrosanta de la heroica raza hispana, a las que nos honramos en pertenecer». Pero el programa se reduce a efectos periodísticos al estreno cinematográfico de la «grandiosa joya universal El escudo del honor».

Dos años después recuperan cierta fuga, y hasta el crucero República pone proa a la isla para participar de los festejos, en el 451 aniversario de la «entrada de Gran Canaria en el mundo civilizado», mundo civilizado que trae a Las Palmas «un espectáculo nunca visto»: una gran corrida de toros de la ganadería Hijos de Tomás Pérez de La Concha, que incluye el rejoneo «del distinguido sportman y formidable caballista cordobés Antonio Cañero». Con precios de entrada para soldados y menores de 10 años, de apenas cuatro pesetas. Además, el resto de actos, en un día en el que ondeó la bandera nacional en todos los edificios públicos y escuelas, se vieron animados con bastante éxito de público, como se atestiguaba durante el paseo y los fuegos de artificio «en la plaza de la República».

Así se llega al año 1936. Es en julio cuando Franco ‘regala’ a España un golpe de estado, así que ese abril, los regocijos y la expansión de chicos y grandes es la última de la República.

Lo de Franco no sale a cuenta, porque lo que meses antes era «expansión y regocijo» se convierte en 1937 en pura supervivencia. Es más, el Primero de Mayo pasa a ser el Día del Plato Único, para que aquellos que se sienten en la mesa no se olviden de los «que carecen de pan que llevarse a la boca y albergue en que cobijarse”, según se expone al lado de un breve en el que se anuncia que en Madrid intentan crear nuevos hospitales de sangre, y otro sobre el agradecimiento de Hitler al nuevo Jefe del Estado por haberle felicitado el cumpleaños.

Ahora cambia el discurso sobre el 29 de abril. La Conquista pasa a ser considerada como obra imperial, con muchas mayúsculas, en el que vencedores y vencidos «se abrazaron fraternalmente al amparo de la Cruz exclamando pletóricos de entusiasmo: ¡Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes de Castilla!»

Ese rebumbio in cresendo se materializa en 1941. El baile de la víspera se alarga hasta la madrugada para amanecer con un dispositivo apabullante. El Regimiento de Infantería Canarias 39 llega en camiones. Del cuartel de Alonso Alvarado marchan dos baterías de Artillería, que se planta en la calle Dr. Chil. A eso se añaden tres compañías de Infantería con bandera, escuadra y banda, más la Banda Municipal, toda la Corporación municipal y la insular, que llegan bajo mazas, mientras el altar se ornamenta con aparato y alumbrado de primera clase.

Dentro de la catedral sale el pendón de la sacristía con el himno nacional a todo tubo por el órgano. Cuando acaba la misa asoma por la cancela la Cruz Catedralicia, ministros menores y sorchantres, el cuerpo de beneficiados, los prebendados con capas rojas, y allí, el pendón, entre las aromáticas brumas del incienso de los turifenarios.

En ese momento retumba en la isla una salva de 21 cañonazos efectuada desde la batería de San Francisco, a lo que se suman dos salvas de fusilería, todo ello aliñado con un «gran número de palomas que fueron lanzadas al espacio». Y de allí, rián a Santo Domingo y vuelta, entre calles en las que todas las casas lucen colgaduras.

Con el tiempo ese despliegue se va reduciendo pero aún se sigue celebrando y no solo en la catedral, sino también en La Fortaleza de Santa Lucía. El «erudito local» Vicente Araña, como lo define Marco Moreno, ubica en ese lugar por su cuenta y riesgo a la mítica Ansite y organiza unas ceremonias allí a partir de 1964, que con el tiempo «y con permiso de las fiestas del Pino» se convierten en el día de Gran Canaria.

Es en 1971 cuando comienza a reivindicarse otra mirada, la de la opresión de los canarios frente al invasor, como de alguna manera lo ve también el propio Ayuntamiento de Santa Lucía, que muestra su rechazo a la celebración.

El grupo Solidaridad Canaria, crea la Ruta Bentejuí, que contraprograma esos actos, y comienza a hacer mella esa imperial mirada del tardofranquismo y su triunfo de la hispanidad, un runrún acrecentado por el creciente movimiento independista, la muerte del dictador y los primeros años de la España democrática. Así, en 1977, con el fallecimiento de Araña acaba en La Fortaleza y en 1979, Manuel Bermejo, de Unión del Pueblo Canario, como nuevo alcalde manda parar en la capital, relegando el festejo al intramuros de la catedral.

Pero vienen curvas. Cinco años después, el socialista Juan Rodríguez Doreste, ahora al frente de la Corporación la intenta recuperar. El relato posterior de aquél 29 de abril de 1984 en la prensa nacional comienza así: «Unos 50 manifestantes, la mayoría con taparrabos imitando a los guanches (primitivos pobladores de Canarias), provocaron ayer un incidente en Las Palmas durante la procesión del Pendón de la Conquista». La trifulca, que se saldó con una agarrada sin mayores consecuencias entre los manifestantes y miembros de la Marina, resultó suficiente para que el Ministerio del Interior cancelara las celebraciones a partir de ese momento. Marco Moreno apunta que «los humanos nos llevamos por los calendarios, como ocurre con el santoral.

Nosotros no sabemos cuando nació el mundo aborigen, y no podemos celebrar por tanto nada de esa parte de la historia, que conocemos a grosso modo, por tanto, esa fecha del 29 de abril de 1483 por su transcendencia histórica sí que podría ser señalada en el calendario». Y añade que uno de los argumentos de los contrarios a ello, aludiendo que no se festejan las derrotas, no se cumple en Cataluña, con su 11 de septiembre, o en Sudamérica, que han convertido el 12 de octubre en el Día de los Pueblos Indígenas.

«Vamos a olvidar la historia, pues, por una interpretación de una generación que fue válida en ese momento pero quizá ahora, cuando tenemos un Patrimonio de la Humanidad y una red de yacimientos visitables cada vez más presentes en los isleños, sea el momento de señalar la fecha y otorgarle un contenido como forma de reflexionar lo que la cultura indígena canaria aporta a la sociedad presente, y que sin duda alguna es parte indisoluble de nuestra identidad».

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