Análisis

Fátima peregrina

El recorrido de la imagen por toda Gran Canaria en 1951 y 1952 marcó para siempre

la advocación a la Virgen | La comitiva dio comienzo en «el mil veces benditoTeror»

La Virgen de Fátima dando la bendición a los cuatro puntos cardinales de Gran Canaria desde la montaña de San Matías. | | LP/DLP

La Virgen de Fátima dando la bendición a los cuatro puntos cardinales de Gran Canaria desde la montaña de San Matías. | | LP/DLP / José Luis Yánez

El 24 de octubre de 1951, Antonio Pildain y Zapiain, obispo de Canarias, publicaba una pastoral en la que hacía pública su intención de organizar una peregrinación por toda Gran Canaria de una imagen de la Virgen de Fástima, que «con el fervor de Dios» visitaría todas las parroquias, empezando por «el Santuario por excelencia…, el mil veces bendito de Teror».

El obispo suplicaba a todos los isleños «con toda nuestra alma, correspondáis a ellas con la fidelidad con que lo vienen haciendo en todas las otras diócesis, pues habría de ser motivo de la más vergonzosa de las afrentas el que nuestra diócesis constituyese una excepción en este universal resurgimiento de fe, de piedad y de penitencia que la imagen de la Santa Virgen peregrina provoca por donde quiera que pasa».

No era la fecha del anuncio elegida por casualidad. El 7 de mayo de 1950, Pío XII había canonizado al considerado Apóstol de Canarias, San Antonio María Claret, y el 13 de abril de 1951 lo declaraba copatrono de la Diócesis de Canarias. El obispo, que había disfrutado de los resultados del peregrinaje de la imagen del por entonces beato -que hoy se custodia en la Basílica del Pino- en 1948 para celebrar el centenario de sus misiones en Canarias; iniciaba otro evento que comenzaba con el anunció el día de la onomástica del Padre Claret y culminaría el 13 de mayo de 1952 declarando el copatronazgo, al término del discurrir de la imagen de la Virgen.

Pero si bien el recorrido de 1948 tuvo una fortísima impresión en una población hundida por las consecuencias de la guerra civil, la guerra mundial y el desastroso estado de la agricultura por la fortísima sequía que asoló Canarias en aquellos años, nadie, ni el propio Pildain, calculó entonces las consecuencias que el peregrinaje mariano traería consigo.

La decisión era consecuente con lo decidido por el Vaticano en 1950 con respecto a Fátima y la necesidad de una nueva evangelización a través de la difusión de su mensaje y la presencia de su imagen por todo el mundo. Iniciándose en 1951, las autoridades del Santuario de Fátima, hacían público que el año anterior más de un millón de peregrinos lo habían visitado; extranjeros llegados de todas partes del mundo, personalidades políticas, civiles y eclesiásticas, llegando a contarse 120 obispos y dos cardenales entre ellos.

Y extendidos por ello desde el Vaticano los beneficios de rogar con la celebración de un Congreso Internacional del Mensaje de Fátima; en 1951 decenas de imágenes comenzaron a recorrer los caminos de las diócesis de países católicos ampliando muchísimo la presencia de la advocación.

Milagros, «hechos prodigiosos» y cientos de actos multitudinarios se fueron extendiendo por toda España difundidos por los medios de comunicación. Y Canarias también se sumó. Aunque era visible la presencia de Fátima en la vida devocional isleña, no lo fue tanto hasta aquel momento. Ya el 22 de marzo de 1951, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria fue informado por el Cura-Vicario de Escaleritas de la llegada de una imagen de Fátima, que sería ubicada en julio de aquel año en dos retablos junto a la Virgen del Carmen; sumándose con ello a la parroquia de San Pablo, a las Oblatas capitalinas, la montaña de Gáldar, el municipio de San Mateo y algunos otros lugares de la geografía isleña, en el fervor mariano hacia la advocación lusitana.

A inicios de ese año, se grababa El milagro de Fátima para comunicar el mensaje dado por la Virgen del Rosario en 1917 a los pastorcillos portugueses en Cova de Iría. La película difundía aquel increíble acontecimiento social, en el que desde las instancias religiosas se quería difundir el mensaje que llamaba a una «Cruzada urgente de penitencia y oración que ha traído en la mano el Rosario y en el pecho su Corazón de Madre rodeado de espinas y ha gritado en la última Aparición con voz estremecida de angustia: ¡Que no ofendan más a Dios, que ya está demasiado ofendido!»

El recorrido, que algunos auguraban como uno de los acontecimientos más transcendentales de la historia religiosa de Canarias, se inició tal como había dicho el Pildain el 28 de octubre de 1951 en Teror. Al día siguiente cientos de personas se dirigieron al convento de las Dominicas, donde a las cinco de la mañana se celebró una misa y el Rosario de la Aurora, recibiendo la imagen con alfombras de flores, cantos de las monjas y las alumnas del colegio, y alocuciones de los misioneros claretianos. Desde la Montañeta de San Matías, y como símbolo de lo que se quería, la imagen fue virada hacia los cuatro puntos cardinales para bendecir a toda Canarias. A las cuatro de la tarde se trasladó por el Lomo de los Silos hasta la ermita de las Nieves en El Palmar para culminar el 2 de noviembre con miles de personas que la acompañaron por El Álamo, Cuesta de Falcón, y en hombros hasta El Faro, donde fue colocada en un altar, para terminar en la parroquia de Los Arbejales, donde don Antonio Socorro consagró el barrio al Corazón de María.

Todos los que participaron en el inicio del peregrinaje de Fátima apreciaron que aquello no era una simple romería y que a un pueblo deseoso de vivir profundamente la fe, todo lo que aquellos días se iniciaba iba a traer un cambio profundo en sus sentimientos. Quizá, estemos en circunstancias muy parecidas a las de entonces.

El recorrido continuó en los meses siguientes por Valleseco, Artenara, Acusa, Juncalillo, Caideros, Altos de Guía, Fontanales, Corvo, San Fernando, Moya, Lomo Blanco, Casablanca y Firgas, donde llegaría el 23 de noviembre.

Cientos de anécdotas, de hechos de un profundo sentimiento jalonaron aquella primera parte del recorrido. Por lo extraño y por la similitud con lo que ocurría en Fátima y en otros lugares del mundo, destacó mucho la presencia de las palomas en las andas que transportaban la imagen. Fue cuestión de dudas, asombro y hasta burlas. Pero allí estaban.

Seguiría el peregrinar por Trapiche, Arucas, Guía, Gáldar, Agaete, La Aldea, donde llegó empezando el mes de enero de 1952.

No puedo dejar de repetir algo que un cronista escribió en este momento: «nunca ha contemplado La Aldea un espectáculo tan apoteósico como el recibimiento y estancia de la Virgen Peregrina de Fátima. Incomparablemente superior a las jornadas de entusiasmo que vivió el año 1927 cuando el Sr. Galo Ponte, ministro de Justicia de Primo de Rivera visitó la Aldea para resolver el angustioso problema que la oprimía. Ahora la Virgen ha querido resolver maternalmente otro problema que traía hondamente preocupados a sus habitantes: la sequía. Desde hacía tiempo se venían haciendo rogativas pidiendo la bendición de la lluvia para los campos marchitos. Y la víspera de la llegada de la Virgen, llovió intensamente y creció el barranco, de modo que fue imposible atravesarlo». Era como vivir aquellos tiempos de milagros de los que hablaban los ancianos en pleno siglo XX, un no creer lo que estaban viendo.

Tras su retorno a Las Palmas de Gran Canaria, a fines de enero la imagen fue a recorrer el sur: Sardina, Vecindario, Doctoral, Castillo del Romeral, Juan Grande, Mogán. Puerto Rico. Arguineguín, Cercados de Espino. El Tablero, Ayagaures, Maspalomas, Arteara, Fataga, San Bartolomé de Tirajana, Risco Blanco, Santa Lucía, Temisas, Agüimes, Ingenio, Carrizal, Gando, Telde, Lomo Magullo, Valsequillo, Tenteniguada, Tejeda, La Solana, Lagunetas, Aríñez, San Mateo, Utiaca, El Madroñal, Santa Brígida, La Atalaya, Monte Coello, Tafira Alta, Jinámar, Marzagán, Sanatorio, leprosería, manicomio, Tafira Baja, colegio Corazón de Jesús, la cárcel, San Lorenzo, Tenoya, Tamaraceite, marcaron un periplo más espiritual que de sendero para acompañar a la imagen, que les llevó de retorno a la capital el 11 de mayo de 1952.

Parejo a todo ello, La Palma vivió también unas jornadas de fervor hacia Fátima. Tal como reseña muy adecuadamente, mi colega cronista Juan Carlos Díaz Lorenzo, «el 8 de julio de 1949, la lava del volcán de San Juan se vio favorecida en su descenso por el desnivel del terreno, y amenazó desde el primer momento a la histórica ermita de San Nicolás de Bari, en Las Manchas. Cuando lo inevitable parecía que iba a cumplirse, el párroco, Blas Santos, hizo una promesa de levantar un monumento a Fátima, por la que sentía una especial devoción, y la lava desvió su curso y pasó a unos cien metros de la iglesia».

Mientras, en la capital todo se preparaba para el cierre de aquella extraordinaria peregrinación. El 8 de mayo, el alcalde Manuel Hernández del Toro encarecía a todo el vecindario y en especial a los que tuvieran sus domicilios en la plaza Santa Ana y calle Castillo, a engalanar sus fachadas. Y hasta la Unión Deportiva adelantaba el partido que se celebraría aquel domingo contra el Neunkirchen, para facilitar la asistencia al acto

El 13 de mayo de 1952, una Misa de Enfermos a la que acudieron miles de personas cerraba todo lo vivido desde meses antes; y aunque el papa lo había comunicado en Breve desde abril del año anterior aquella tarde, Pildain concluyó la celebración declarando copatrono de la Diócesis de Canarias a San Antonio María Claret.

En los años siguientes, la devoción a Fátima se afianzó y extendió. Decenas de pagos, barrios, parroquias, aportaron imágenes de esta advocación, que no ha hecho más que crecer desde entonces.

Es verdad que el milagro de 1917 se conocía, pero es mayor verdad que Fátima se hizo plenamente presente en nuestras tierras a partir del recorrido por ellas de la Virgen Peregrina en 1952.

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