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Teror

Esther Falcón reaprende a vivir tras diez años entregada al cuidado de su marido enfermo

La viuda reconstruye su vida después del fallecimiento de su marido, al que cuidaba las 24 horas tras sufrir un ictus

«Me está costando encajar el puzle», afirma

En el centro de la imagen, Jacinto y Esther junto a sus dos hijas, Irina y Cynthia LP/DLP

La vida de Esther Falcón ha dado en diez años dos giros repentinos de 180 grados. El primero de ellos, el 22 de abril de 2013, y el segundo, el 7 de enero de 2023. Unida a su marido Jacinto desde hacía 38 años, un día de primavera la vida sorprendió a la familia Román Falcón, cuando las secuelas de un ictus se apropiaron de la vida de Jacinto y le dejaron prácticamente dependiente. Según tiene entendido Esther, el ictus que cambió la vida de su marido no era uno cualquiera, sino que se trataba de una enfermedad rara y hereditaria denominada cadasil, que también han sufrido y están sufriendo sus hermanos, con los mismos síntomas y cuidados. "En 2013 le dio el ictus más fuerte, el que hizo que dejara de hablar y se le paralizara la parte derecha del cuerpo", recuerda, aun pasando el duelo, Esther, que confiesa que durante esos diez años que su marido estuvo enfermo, ella fue su bastón y su apoyo.

No fueron tiempos fáciles ni para Esther, ni para Jacinto, ni para las dos hijas de ambos, Cynthia e Irina. Cambios en casa para poder adaptarla a la nueva vida que tendrían que afrontar, un coche nuevo donde cupiera la silla de ruedas de Jacinto, y cuidados las 24 horas del día, en las que se incluía la tarea de bañarlo, asearlo, vestirlo o darle de comer entre otras muchas cuestiones. "Él hacía deporte, no fumaba ni bebía y llevaba una vida saludable, pero le tocó", explica Esther. "Jacinto era una persona muy callada, que aunque tuviese problemas o un mal día no lo exteriorizaba y todas esas cosas afectaron mucho a su enfermedad, porque a veces lo mejor es dar cuatro gritos y desahogarse", confiesa.

Antes de ese fatídico 22 de abril, la vida de los Román Falcón era normal. Los cuatro miembros de la familia eran uña y carne, salían juntos siempre que podían e intentaban estar unidos y sin enfados. "Si algún día teníamos alguna discusión, antes de dormir intentábamos solucionarlo, porque si te paras a pensarlo, no vale la pena estar enfadados porque la vida es un soplo que se va en cualquier momento", comenta Esther. Un ictus que rompió los planes de un matrimonio y de una persona que aún tenía vida por delante. Una enfermedad que va consumiendo al que la padece poco a poco sin previo aviso, hasta que llega un punto en el que no hay vuelta atrás. "Esta enfermedad es tan jodida que nos cambia a todos. Había periodos que se ponía agresivo y te pegaba, te cogía desprevenida cuando quería hacer algo y no podía y se lo hacía, pero yo sabía que eso era inconscientemente y era parte de su enfermedad".

No vale la pena estar enfadados porque la vida es un soplo que se va en cualquier momento

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Ahora, casi un año después del fallecimiento de Jacinto, es cuando Esther empieza a recapacitar sobre estos diez años, en los que tal y como ella define, ha sido una "esclava". Eso sí, hablando en el buen sentido de la palabra. "Él se apoyaba y confiaba tanto en mi, que yo quería acaparar todos los cuidados, porque quería que se sintiera tranquilo. Yo no le iba a fallar ni a dejar", confiesa melancólica. Y es que durante el tiempo que ella pudo, hizo lo posible para que Jacinto estuviera feliz a través de excursiones y salidas con otras personas para poder pasar el día fuera de casa. "Para mí era complicado porque tenía que salir con un bolso cargado de mudas y pañales, como si de un bebé se tratase, pero al finalizar el día le veía tan contento, que sabía que todo el esfuerzo empleado había valido la pena".

La vida de Esther, después de ese 7 de enero, está siendo dura. "Yo antes trabajaba y ahora no, y aunque intento mantenerme con la mente ocupada, me acuerdo mucho de él. Es como que el puzle se rompió y las piezas están esparcidas, y ahora estoy intentando buscarlas para encajarlas y empezar a remontar, pero me está costando", dice Falcón. "Yo siempre fui fiel a mi corazón, y desde el primer momento en el que me comunicaron la enfermedad de mi marido, supe que no le iba a abandonar, y que le haría feliz hasta el final". Jacinto murió en su casa, donde seguramente siempre quiso hacerlo, y rodeado de su mujer y sus dos niñas.

A todas las personas que estén cuidando de un enfermo, disfruten, y de lo malo intenten sacar lo mejor

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Diez años duros, en los que los cuidados fueron de principio a fin, y en los que al día le faltaban horas para poder hacerlo todo. Sin embargo, si a Esther le hubieran dado a elegir, hubiera borrado ese último, en el que ella misma presenció con sus propios ojos como el amor de su vida, tal y como ella misma describe, se iba consumiendo, y de ser joven y guapo se convirtió en una persona mayor y su cuerpo se quedó como un cadáver. "Eso fue lo más duro", confiesa.

Música de los años 80 por las tardes y 'bailes' improvisados, charlas de un matrimonio unido que sabía que tarde o temprano se tendrían que decir adiós, y unos años duros en los que la vida enseñó a Esther dos cuestiones fundamentales. La primera, que nunca se sabe en qué momento tendremos que decir adiós a nuestros seres queridos, y la segunda, que la vida se va en un suspiro, y que hay que aprovechar los pequeños momentos. "Yo les diría a todas aquellas personas que ahora están cuidando de un ser querido que no se vengan abajo, que disfruten de su enfermo y de las cosas malas intenten sacar lo mejor. Que se hagan muchas fotos con ellos, porque al final es lo único que se queda y te hará sentir que estuviste con esa persona".

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