Sucesos históricos

Riada catastrófica en Tejeda

El bautizado como 'diluvio local' provocó la muerte de cinco personas el 30 de noviembre de 1946

Barranco de Tejeda, con la Casa de La Huerta, al fondo.

Barranco de Tejeda, con la Casa de La Huerta, al fondo. / P. Socorro

Las Palmas de Gran Canaria

Justo cuando se acaba de cumplir un mes de la riada catastrófica de Valencia es la efeméride de otro desastre natural con la lluvia como protagonista que tuvo lugar en Gran Canaria, concretamente en Tejeda, el 30 de noviembre de 1946. En la mañana de aquel sábado de hace 78 años, mientras el país continuaba con las penurias de la posguerra y la inmensa mayoría de los canarios luchaba por sobrevivir a base de cupones de racionamiento y plato único, se precipitó sobre la cumbre grancanaria uno de los más torrenciales aguaceros de ese siglo. El ‘diluvio local’ provocó la muerte de cinco personas y cuantiosas pérdidas en los cultivos.

La Gran Canaria de 1946 vivía todavía momentos de rigor y escasez, de histrionismo patriótico y ajustes de cuentas. Un tiempo en blanco y negro saturado de yugos y flechas, y un denso caminar de grandes necesidades. A falta de diarios locales, el periódico La Falange se erigía como principal aglutinante de noticias. "Con gran recogimiento e íntima emoción", la Falange de Las Palmas conmemoraba en esos días el X aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera. Los actos de ese año revistieron un gran simbolismo, ya que los "camaradas" de toda la provincia se concentraron en la Cruz de Tejeda. Nada hacía presagiar entonces que aquellas primeras lloviznas que deslucieron el patriótico acto se convertirían en cuestión de días en el mismo diluvio.

A las once de aquel sábado 30 de noviembre de 1946, después de una mañana nubosa, se precipitó sobre Tejeda un torrencial aguacero. Hasta las tres de la tarde aún no había cedido la intensidad de las lluvias. Las aguas causaron estragos en diferentes lugares del pueblo, donde cundía el desconcierto y el dolor.

Una nube negra se puso sobre la Casa de la Huerta y descargó con fuerza toda el agua. El barranquillo se convirtió en un caudaloso río que arrastraba personas y objetos domésticos, sacados violentamente por la fuerza de la corriente.

Desde ese mismo día, Tejeda se convirtió en el centro de atención y recepción de la solidaridad de toda la isla. Se trataba del temporal más grave que habían sufrido sus habitantes, al menos durante el siglo XX. Cinco perecieron.

Francisco Marrero señala el lugar de la tragedia.

Francisco Marrero señala el lugar de la tragedia. / P. Socorro

Primeros auxilios

Las fuerzas vivas del pueblo y de la ciudad improvisaron una especie de puesto de mando en el Ayuntamiento, en el que figuraban el alcalde, Diego Cruz, el médico municipal, Francisco Ballesta Ruano, y el secretario del juzgado, Gregorio Armas Rodríguez, dispuestos a tomar algunas medidas de urgencia.

La noticia trascendió nuestras fronteras. El gobernador civil, José María Olazábal, envió desde Madrid el siguiente telegrama: "Informado catástrofe Tejeda ruéguele exprese mi sentimiento a damnificados significándole me ocupo obtener ayuda Gobierno que se precise. Salúdale. Olazábal".

Tan pronto se tuvo conocimiento en la ciudad, el gobernador interino, a la sazón, secretario del Gobierno Civil, el señor Gamarra, organizó sobre la marcha una expedición de socorro, con el médico de la beneficencia, Armando Torrent, practicantes, botiquín de urgencia, una sección del Cuerpo de Bomberos de Las Palmas, víveres, ropa y hasta el consuelo de un grupo de monjas de la caridad. En el mismo carro de los bomberos viajaban también el sargento Angulo y el arquitecto municipal, el señor Cardona Aragón.

Los expedicionarios no pudieron pasar de la Cruz de Tejeda por hallarse cortada la carretera, por lo que los bomberos tuvieron su primera y ardua tarea antes de llegar al pueblo: despejar la vía de piedras y tierra que habían arrastrado las aguas. La lluvia torrencial inundó varias casas del pueblo. Para evitar daños mayores y dar salida a las aguas que se remansaban, amenazando con inundarlo todo, fue preciso hacer volar con dinamita un trozo de muro de la vieja carretera.

Escenas dramáticas

En la zona de La Casa de la Huerta, la más afectada por el tremendo aguacero, las aguas se llevaron por delante la casa de dos plantas de la familia numerosa de Antonio Marrero Peña, el carbonero del pueblo, arrastrando al barranco a la mayoría de sus moradores.

Segundos antes de la tragedia, Rosario García Lorenzo, de 42 años, guisaba la leche. Su marido había salido temprano para Arucas a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, ya de tardecita, se había quedado sin gran parte de su familia. El vecino José Díaz fue a recogerlo con su camión a la Cruz de Tejeda.

Escenas dramáticas se registraron en aquel pago. La torrentera arrastró a siete miembros de esta familia y el rescate de algunos solo fue posible con el concurso de un grupo de voluntarios que generosamente desafiaban la furia de las aguas.

La Concejalía de Medio Ambiente y Turismo abre las inscripciones para la I Travesía a Nado de la playa de La Aldea.

Playa de La Aldea, donde desemboca el barranco de Tejeda. / LP/DLP

La mitad de los cadáveres aparecieron en La Aldea

El cadáver de José Manuel, de dos años, apareció a los dos días del suceso en el barrio de Acusa, en un estanque, bajo una plancha de cinc. Había sido arrastrado a doce kilómetros de su casa.

Su hermano Ezequiel, de apenas dos meses, logró salvar la vida porque su cuerpo quedó atrapado junto a unas piedras.

Por fortuna, se salvaron los otros hermanos, Francisco, Susa y Sara, que se encontraban jugando en la casa de la vecina. Entretanto, la madre de las criaturas pudo ser rescatada por sus vecinos cuando era arrastrada por la riada. Sufrió la fractura de ambas piernas y fue llevada hasta la Cruz en una camilla que se improvisó con “un catre de viento” de una de las camas. Allí la recogió una guagua del Cabildo, que la acercó a la ciudad. Por la noche falleció en el Hospital San Martín tras haber sido sometida a una operación de urgencia en un desesperado esfuerzo por salvarle la vida.

En la playa de La Aldea de San Nicolás, junto a la desembocadura del barranco de Tejeda, aparecieron los cadáveres de tres de las víctimas: los hermanos Antonio, de 18 años; Juan, de nueve; y Eloy, de siete. En el cementerio de aquel pueblo fueron enterrados.

Desvío de las aguas

La rápida intervención del comandante del puesto de la Guardia Civil, el señor Sampedro, fue primordial en aquellos angustiosos momentos.

Sobre la marcha, y con la ayuda de varios agentes y vecinos, que acudieron a la zona con sachos, palas, picos y otros útiles de trabajo, comenzaron a encauzar las aguas, desviándolas de su ruta, que no era otra que el mismo pueblo. Fue entonces cuando se concibió la idea de volar el puente que atravesaba el barranquillo del Peñón para que las aguas no siguieran avanzando, de forma progresiva e incontenible, a través de la carretera. Las aguas inundaron, no obstante, algunas casas, sobre todo las que estaban más próximas a la carretera. Entre ellas, una en la que se había instalado la central telefónica militar.

Cuatro de los hermanos de la familia Marrero García, que sufrió la tragedia.

Cuatro de los hermanos de la familia Marrero García, que sufrió la tragedia. / LP / DLP

"Mi madre se salvó"

Francisco Marrero, hijo de una de las supervivientes, relataba en 2009 cómo su madre se salvó. “Mi madre, que entonces tenía 16 años, se salvó porque instantes antes de que el agua se llevara la casa por delante su madre la mandó a buscar agua al domicilio de la vecina Rosita María”. Son las cosas del destino. Concepción Marrero García estaba planchando la ropa de la familia en una habitación. Su madre le pidió a uno de sus hijos que fuera a por agua, pero este estaba entretenido tocando la guitarra. “Ella cumplió el recado, dejó la plancha a un lado y cogió un balde”, señala. Vivió para contarlo.

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