Duelos rituales en Gran Canaria: así usaban la violencia los canarios
La violencia no fue un elemento marginal en la sociedad indígena de Gran Canaria, sino un recurso que se empleó en distintos contextos y con diversos fines

Ayuda visual generada por inteligencia artificial, con el fin de representar enfrentamientos entre indígenas canarios. / OpenAI

Lejos de vivir ajenos a la violencia, los indígenas canarios la concebían en toda su complejidad. No era un fenómeno excepcional ni esporádico, sino un comportamiento al que se recurrió en distintos contextos y que estuvo presente a lo largo de la historia. La utilizaban como una herramienta con múltiples fines, entre ellos resolver disputas o afirmar jerarquías.
Teresa Delgado, conservadora de El Museo Canario, lleva años estudiándola junto a Verónica Alberto y Javier Velasco. Su trabajo se centra en rastrear las huellas que dejó la violencia: patrones de comportamiento, diferencias demográficas o variaciones entre épocas. Todo para entender mejor quién la ejercía, cuándo y por qué.
En 2018, publicó las conclusiones de una investigación basada en el análisis de 347 cráneos procedentes del Barranco de Guayadeque, fechados entre los años 575 y 1415, para determinar la frecuencia, el tipo y la localización de los traumatismos.
Sin intención letal
Más de un cuarto de esos restos analizados (27,4%) presentaba lesiones en el rostro o en otras zonas del cráneo. Pese a la severidad de estos enfrentamientos, con suficiente fuerza como para deformar los huesos, solo un 2% de las heridas fueron letales.
La mayoría de los traumatismos (84,3%) correspondía a golpes contundentes que hundieron el hueso, casi siempre en la parte frontal del cráneo. No eran heridas de guerra en sentido convencional, sino evidencias de enfrentamientos interpersonales cara a cara.

Teresa Delgado, conservadora del Museo Canario, en una fotografía de 2018. / ÁNGEL MEDINA (EFE)
A partir de ahí, se comprende mejor a los indígenas que habitaban Gran Canaria y el resto del archipiélago. En unas sociedades profundamente jerarquizadas, la violencia llegaba a convertirse en una vía legítima para alcanzar ciertos objetivos.
Crónicas castellanas
Las crónicas castellanas de la época también dan testimonio de esta realidad. Aunque deben leerse con cautela —están marcadas por el sesgo de los conquistadores y solo abarcan un periodo muy limitado de la historia indígena—, constituyen una fuente de gran valor.
Las de Abreu Galindo, por ejemplo, describen duelos casi rituales, institucionalizados como parte de la organización de su comunidad. También aportan detalles sobre las armas empleadas, los rituales que seguían y las maneras de tratar las múltiples heridas que dejaba el combate. Sus saberes curativos no eran en absoluto desdeñables: entre los canarios existieron prácticas de cuidado eficaces y sostenidas en el tiempo.
El enigmático Juan de Abreu Galindo —o quien sea que se escondiera tras ese nombre y sus hábitos franciscanos—, narra en su Historia de la conquista de las siete islas de Canariael proceso previo a los duelos.

Ilustración del siglo XVI realizada por el ingeniero Leonardo Torriani, en la que intentó representar a los indígenas de Gran Canaria. / LP/DLP
No eran arrebatos de furia, sino actos casi burocráticos: requerían el visto bueno del poder religioso y civil. Se celebraban fuera de los poblados; hasta allí acudían familiares y allegados convocados por los propios combatientes.
Tan institucionalizado pudo estar el proceso previo como el propio desarrollo del combate. Abreu Galindo cuenta que comenzaba cuando ambos oponentes subían a dos piedras grandes y llanas situadas en los extremos de la plaza.
El arte del combate
La puesta en escena, casi ceremonial, continuaba con el lanzamiento de tres pequeñas piedras, lisas y redondas —qué mejor símbolo de previsión—, que se arrojaban con precisión. Agotado este primer intercambio, ambos tomaban en una mano un arma de piedra afilada, ya que no había metal en las Islas, y en la otra, un garrote de madera, y se acercaban para golpearse con fuerza, "hasta que el cansancio los vencía".
Sin detenerse por mucho tiempo, retomaban el combate, "cruzando palos y cortadas" con gran destreza. El enfrentamiento, según cuenta Abreu Galindo, solo concluía cuando la mayor autoridad intervenía con un grito ritual: "gama, gama", que significaba "basta, basta".
Estos enfrentamientos revelan una notable estrategia y habilidad, lo que apunta a un evento no solo ritualizado, sino posiblemente estructural dentro de su cultura. Se han observado formas similares de violencia reglada en otras sociedades humanas muy distanciadas entre sí.
Las investigaciones antropológicas, además de confirmar la violencia física, refuerzan la idea de que estos combates seguían patrones formales. Podían servir, según Delgado, para "mitigar una violencia más real": evitar enfrentamientos de mayor escala. Pero no siempre lo conseguían, por más que se intentara contenerlos.
La localización de las heridas, siempre en la parte frontal y en las mismas zonas, sugiere un código de enfrentamiento cara a cara, seguramente con normas y ciertos límites asumidos por la comunidad.

Barranco de Guayadeque, enclave esencial para los indígenas de Gran Canaria. / LP/DLP
Lo que cuentan los huesos
La violencia dejó más huellas en cuerpos masculinos, aunque también hay evidencias relevantes en mujeres. En estos casos, sin embargo, las lesiones no parecen estar relacionadas con duelos de esta tipología, y suelen localizarse en otras zonas del cuerpo, como los huesos parietales, que forman la zona superior y lateral del cráneo. Según Delgado, las evidencias físicas de violencia en individuos masculinos duplican las observadas en mujeres.
Parece que la intención no era provocar la muerte, aclara Delgado, ya que la gran mayoría de los combatientes sobrevivía. No se trataba de eliminar al oponente, sino de resolver tensiones, reafirmar el orden establecido o, en ciertos casos, desafiarlo.
Cuando el orden se rompe
En 2020, un estudio realizado por el equipo de Teresa Delgado reveló un caso atípico: un enterramiento colectivo del siglo VI en Guayadeque, donde el 76% de los individuos presentaba lesiones violentas, varias de ellas mortales.
Las fracturas, localizadas en la parte posterior del cráneo, apuntan a un ataque por sorpresa. Este episodio —poco habitual según el patrón general— parece responder no a duelos rituales, sino a una incursión o emboscada entre comunidades locales. Tal vez fue el reflejo más extremo de los conflictos que surgían en una sociedad con una jerarquía tan rígida.
Aunque plenamente integrada en su cultura, la violencia solía canalizarse a través de formas relativamente reguladas. No siempre lograban contenerla, pero cuando lo hacían, era su manera de restaurar el equilibrio sin quebrar la unidad de la comunidad.
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