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El regalo de vida de un padre a su hijo Kilian en Carrizal: una vivienda

Antonio superó un trasplante de riñón, debía dejar su casa de inmediato y al borde de otro caos, le adjudican una vivienda social «Me puedo morir tranquilo porque se que ya tiene un techo»

Kilian, en su habitación, con las cajas de la mudanza en la vivienda de Carrizal.

Kilian, en su habitación, con las cajas de la mudanza en la vivienda de Carrizal. / La Provincia

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Antonio Rodríguez es pensionista, vive en Carrizal de Ingenio y pasó lo inimaginable: le quitaron un riñón y su salud pendía de un hilo, como su estabilidad emocional. Barajó la posibilidad pero no se lo creyó hasta que ocurrió. Recibió un trasplante que le salvó la vida y también algo más. Dio pie al nacimiento de su hijo Kilian Layonel. Esperó con su esposa hasta ese momento para traerlo al mundo por la incertidumbre de su salud y economía. Tras ganar esa batalla  lidió con otra más reciente: la incipiente pérdida de su vivienda

Hace un año la propietaria de la casa de alquiler  les dio un ultimátum. O compras, o a la calle.  Imposible con su pensión ajustada y los salarios de su mujer en dos empleos.  Pensó que lo perdía todo. Angustia, un peso diario que intentó no transmitir a su pequeño, ya con 7 años, que bastante tenía con verlo ligado a sus tratamientos, diálisis trimestrales y consultas médicas semanales.  Su prioridad «fue, es y será mi hijo», recalca. Hasta que volvió a suceder otra especie de milagro por el que  su Kilian se convirtió en «el rey de la casa y un techo para siempre. Ah, y por ser buen estudiante, con la habitación más grande y con baño». 

De pedir un papel a tener casa

 «Cada llamada o notificación que recibía me asustaban. Podía ser para anunciar que nos dejaban en la calle» recordó Rodríguez, que es pensionista tras las secuelas físicas que heredó de las casi dos décadas de trabajo como  vigilante de seguridad, un oficio que le trae recuerdos no precisamente buenos: «Por el grado de explotación al que nos vimos sometidos muchos, impagos de horas extra que nos quemaban», recordó.  Hasta que ocurrió nuevamente lo impensable.

Antonio Rodríguez, padre de Kilian.

Antonio Rodríguez, padre de Kilian. / La Provincia

«De repente, me llamaron la semana pasada de Visocan (entidad  de la Comunidad Autónoma para impulsar y promover la vivienda protegida ). Pensé que era para pedirme una documentación que faltaba. Cuando me dicen que era el adjudicatario de una de las nueve viviendas protegidas de alquiler asequible en Carrizal».  

Casi no se lo creyó. «Solo pensé en mi hijo en ese momento». De hecho confiesa que ni le pasó por la cabeza que había presentado la solicitud hacía tres años demandando una vivienda a la Consejería de Vivienda del Gobierno, confesó emocionado.

La habitación grande y con baño

Después todo sucedió en tres días que no olvidará ni él ni su hijo. «La llamada para avisarme, el día 11; el 12 me entregaron las llaves y el día 13 ya era mía. Sobre todo de mi hijo. Respiré», afirmó. Aún no  han podido mudarse porque las nueve unidades familiares no tienen tramitado el alta de la electricidad. Fuentes oficiales de Visocan aclaran que se entregaron así porque es el inquilino el que debe asumir esta gestión. 

A Antonio y a Kilian casi les da igual, agradecen la ayuda de la sociedad y ahora al golpito llevan las cajas con sus propiedades.

 El mismo día de la entrega de las llaves fue Kilian quien las recogió, abrió la puerta de la casa y entró corriendo. De las tres habitaciones, dos son grandes, y él eligió una de esas, que además tiene uno de los dos baños de la unidad familiar, con cocina equipada, un luminoso patrio y plaza de garaje. Pagan de alquiler 450 euros. Algo grande para esta familia. «No se trata solo de una casa. Se trata de dignidad. De salud. De poder respirar. De no vivir con miedo cada día», comenta Rodríguez, que se acuerda de las miles que hoy día no tienen ni esperanza de recibirlas.

Buen estudiante y videojuegos

El pequeño estudia y «lo aprueba todo». Es la única condición, un pacto tácito entre padre e hijo para que haga lo que más le gusta en su tiempo libre, internet y videojuegos. Antonio hace guiños así a su hijo porque «ha sido el regalo de mi vida. Hoy solo puedo decir que me puedo morir mañana tranquilo porque mi hijo tiene un techo ya donde vivir siempre».

Kilian desembalaba al golpito las cajas en su habitación «pero hasta que no haya wifi no me mudo», comentó contento. En días se trasladan y se abre otro melón. Los precios de la mudanza. «Vivo a 15 minutos y me cobran más de 1.000 euros, no es justo», dijo. 

 Las cifras de exclusión residencial en Canarias son de las más altas del país.

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