El tsunami que arrasó Lisboa y pudo crear las Dunas de Maspalomas
Lo que ocurrió en el Atlántico el 1 de noviembre de 1755 pudo tener consecuencias insospechadas en el sur de Gran Canaria

Las Dunas de Maspalomas en una fotografía de 1960 y una ilustración del tsunami en Lisboa. / Fedac

"Dios quiera que nunca llegues a entenderlo", dijo un clérigo. El Día de Todos los Santos de 1755 cambió la realidad en Lisboa, y sus efectos llegaron incluso a Canarias. Ese 1 de noviembre, tres violentas sacudidas, seguidas de un tsunami y, por si fuera poco, decenas de incendios que no se apagaron en casi una semana, dejaron a la capital portuguesa en ruinas y por el camino, decenas de miles de muertos.
Aún se considera uno de los terremotos más intensos jamás registrados en Europa, con una magnitud estimada entre 8,5 y 9 en la escala de Richter y una duración excepcional de hasta diez minutos, repartidos en tres episodios sucesivos. Aunque Lisboa fue la más afectada, el seísmo también se sintió con fuerza en buena parte de España, sobre todo en el sur.
Huida hacia el desastre
El terremoto solo fue el aviso de un mal mayor, que, en Lisboa, no pudo ser peor entendido. Una mayoría huyó hacia la costa pensando que sería más seguro, sin imaginar que quedaban expuestos a algo mucho peor. En tierras españolas murieron al menos 61 personas a causa del seísmo, principalmente por derrumbes o atropellos durante las huidas. Sin embargo, fue el maremoto el que provocó el mayor número de víctimas mortales, con más de 1.200, según un estudio de José Manuel Martínez.
Ciudades como Cádiz, Huelva, Ayamonte y Lepe fueron duramente golpeadas por olas que, entre 30 y 90 minutos después del temblor, destrozaron todo a su paso. El tsunami transformó drásticamente el paisaje de las zonas afectadas, arrasando laderas cercanas al mar y aplanando zonas antes más irregulares.

Ilustración de la época de Lisboa durante el terremoto de 1755. / LP/DLP
Tal fue la magnitud del fenómeno que sus efectos llegaron hasta Canarias. El capitán general del archipiélago, Juan de Urbina, describió en una carta dirigida al ministro de Estado, Ricardo Wall, cómo se vivió el episodio en Las Palmas de Gran Canaria. Según relató, "los habitantes vieron desde los balcones esta repentina hinchazón de las aguas con el mayor asombro, y mucho más cuando vieron que, retiradas ocho o diez minutos, volvieron con mayor impulso". No obstante, precisó que el suceso se desarrolló "sin estrago ni otra circunstancia digna de notarse".
Aun así, Urbina menciona que la marea llegó a inundar la ermita de Nuestra Señora de la Luz, en el Puerto, y que, al retirarse, dejó el interior del templo "lleno de pescado". Como detalle curioso, se "descubrió el casco de un navío", de cuyo naufragio no tenían memoria.
Aunque la capital grancanaria fue apenas testigo curioso —por momentos, asustado— del evento, más al sur hay indicios de que dejó una huella, con suerte imborrable, en el paisaje insular.

La Provincia
¿Nacidas de un susto?
El geógrafo Luis Hernández planteó en una entrevista a la revista Pellagofio que las Dunas de Maspalomas no se formaron únicamente por la acción del viento acumulando arena con el tiempo, sino que podrían haber recibido un impulso clave tras el tsunami de 1755. Antes, existía en la zona una plataforma sedimentaria del barranco de Maspalomas, con pequeñas dunas sobre una superficie llana. El maremoto habría retirado temporalmente el agua del mar, dejando al descubierto grandes cantidades de arena que, al regresar la marea, fueron empujadas hacia el interior y formaron un depósito mucho mayor.
Eso explicaría la magnitud del campo de dunas, difícil de alcanzar solo con los aportes actuales. Hernández, ante su progresiva disminución, casi sugiere otro tsunami —si uno pudiera quedarse solo con lo positivo— para reiniciar el proceso natural que impulsa arena desde la orilla.
José María Hernández de León, ex jefe de Costas de Canarias, recordó en LA PROVINCIA que, en 2006, el Ministerio de Medio Ambiente encargó un estudio al Instituto de Hidráulica Ambiental de Cantabria sobre el origen y evolución de las dunas. El informe concluyó que el sistema se formó hace entre 200 y 250 años, como resultado de un evento extraordinario que aportó al menos 20 millones de metros cúbicos de arena, entre cuyas causas posibles se contempla también el tsunami. Y lo cierto es que las fechas encajan.

Estado actual de las Dunas de Maspalomas. / LP/DLP
Mapas y silencios
En 2011, Borja Valcarce recogió en este mismo medio cómo se ha ido reconstruyendo la historia del campo de dunas a lo largo del tiempo. Las primeras descripciones geográficas, como las del ingeniero Antonio Riviere en 1742, y los planos de Miguel Hermosilla en 1785, no mencionan la existencia de las dunas, aunque sí otros elementos como el Charco de Maspalomas.
No es hasta mediados del siglo XIX cuando comienzan a aparecer referencias consistentes. En 1857 las mencionó el naturalista Carl Bolle; después lo hizo Fritsch von Karl, en 1867, y casi veinte años más tarde, en 1876, el ingeniero Juan de León y Castillo las dibujó con precisión en una cartografía detallada de la zona. Todo indica que comenzaron a formarse en algún momento de ese siglo y poco que separa la (no) referencia de Riviere y la de Bolle.
Más allá de la hipótesis, Lanzarote ofrece algo más concreto. Un estudio reciente ha identificado en la costa del Timanfaya lo que podría ser el primer rastro geológico del tsunami en Canarias: bloques de basalto desplazados por un evento de alta energía, probablemente el maremoto de Lisboa. La inundación habría alcanzado, al menos, 188 metros tierra adentro.
El otro temblor
Mientras el tsunami dejaba marcas casi permanentes en el paisaje atlántico, en el corazón de Europa —en pleno auge del pensamiento ilustrado— la tragedia desató una profunda reflexión intelectual. Como destacan la historiadora María José Ferro y otros investigadores, el suceso planteó una pregunta que resonó con fuerza en todo el continente: ¿cómo podía un Dios justo permitir semejante tragedia, y menos un día santo como aquel? La catástrofe avivó el recurrente debate entre fe y razón.
Voltaire lo expresó con crudeza e ironía en su Poema sobre el desastre de Lisboa: "¿Qué crimen cometieron esos niños destrozados en brazos de sus madres?", y se preguntaba si Lisboa vivía más en el vicio que Londres o París, "ambas ahogadas en el placer". Rousseau respondió desde una perspectiva más optimista y racional, apelando también a la responsabilidad humana en cómo y dónde construimos nuestras ciudades. Hasta Kant y Leibniz trataron de explicarlo.
Fue la primera gran catástrofe que capturó la atención de toda Europa, debatida en gacetas, tascas y salones por igual, y tal vez también la más investigada de la historia, porque rara vez un solo suceso ha despertado tanta curiosidad en disciplinas tan diversas.
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