Azul atlántico
Juanín, un ingeniero de la vida
Muere el ingeniero asturiano Juan Fernández, único e irrepetible, una vida de novela

Juan Jesús Fernández Sánchez, ingeniero de Minas / La Provincia

La muerte del ingeniero Juan Jesús Fernández Sánchez a los 78 años deja una sentida huella entre quienes hemos tenido la ocasión de conocerle. Juanín, Sama, como le denominan sus amigos, ha sido un asturiano universal con las raíces en su Langreo natal, el corazón en Gran Canaria, donde ha querido reposar para la eternidad, y con el espíritu en todas partes. Era único e irrepetible. Y su vida de novela.
Hijo de un sastre, estudio Ingeniería de Minas en una promoción de la escuela ovetense que marcó una época en la industria y la minería asturianas, y que dejó escapar a figuras como Juanín. Empezó con el recordado INI en las minas de Fos Bucraa, en un tiempo y en un Sáhara español que marcaron su carácter y su vida para siempre. Se estableció en Gran Canaria, aunque no le faltaron negocios a uno y otro lado del Atlántico y en el reino de Marruecos. En las Islas quedan las obras de ingeniería para su inmortal recuerdo profesional; sus tres hijos canarios y una hija, ovetense, de nombre Bárbara, como la patrona de los mineros.
Tras una inicia experiencia minera, optó por las obras públicas y montó las empresas que hoy gestionan sus herederos, de lo que estaba tan satisfecho. No creo exagerar si escribo que esta Isla es la que conocemos por las obras de Juan Fernández. Era un ilustre de las infraestructuras, un constructor de progreso y de país.

Juan Fernández, ingeniero de Minas. / Juan Castro
Intrépido y optimista, fue un experto conocedor de las ciencias de la minería, de la energía y de múltiples facetas de los negocios. Tenía experiencia en Cuba, donde comerciaba con cigarros puros y rones. Demostró su valía a los franceses y a los marroquíes, hasta que se especializó en las infraestructuras que necesitaba el Archipiélago. «Era un hombre muy inteligente y luchador, lo levantó todo el solo. Sabía vender y trataba muy bien a la gente», lo describe con pesar José Marías Plans, ingeniero y exdirector de Unelco, amigos como hermanos desde su llegada Gran Canaria.
Juan Fernández se jubiló en la empresa en 2012, sin dejar de tutelar a sus hijos. Jamás se retiró de la ciencia del vivir, que le apasionaba y en lo que era un maestro. Demostró ser un ingenioso ingeniero en disfrutar de los placeres que ofrece la vida. Este próximo miércoles tenía un almuerzo con amigos en La Dehesa de la Avenida, pero se bajó del tren de la vida unos días antes. La muerte le alcanzó cuando organizaba para los suyos un almuerzo con chuletón. No se encontraba bien, se acostó y en la cama le encontraron los hijos. Murió de la mejor manera posible, sin sufrir, de forma repentina. No merecía menos.
La última vez que compartimos mesa en El Embarcadero, el pasado junio, se le apreciaba afectado por la enfermedad que le corroía desde hacía unos dos años. Sus condiciones físicas habían mermado. Había perdido kilos y su tono de voz era más bajo de lo habitual. En medio de un pequeño grupo, hizo el esfuerzo de sobreponerse y ser el Juanín de siempre.
No quería que sus amigos se importunasen y les ocultó su enfermedad y nada contaba de su afección. Lo que seguía contando, como siempre, con gracia y humor crudo de otros tiempos, eran chistes, anécdotas e historias de palomas, de túneles y agujeros, y de lo que se le pusiera por delante. Genio y figura. En sus tiempos de juventud era un cautivador, en todos los sentidos, en el ocio y en el negocio. Los franceses dirían que era un `tombeur de femmes´. Hiperactivo, quedará en nuestro recuerdo asociado para siempre a un modo de vivir intensamente. Su último viaje a Santander fue motivo para compartir por WatsApp esta misma semana las fotografías de unos buenos mariscos del Cantábrico que se despachaba como homenaje veraniego y de su coche deportivo. Tenía localidades para asistir a la feria taurina de Begoña en Gijón, pero las restricciones médicas le impedían disfrutar como acostumbraba y decidió evitar el burladero de El Bibio. Estaba a punto de hacer la última lidia de su vida. Como los toreros, tras una buena faena, cuando tiran la montera al ruedo, Juanín puede decir: Ahí queda eso. Era, por encima de todo, una excelente persona, que es lo más a lo que se puede aspirar en esta vida
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