Juan Ramírez, el último cestero de juncos de Gran Canaria: "El barranco está seco, casi no hay juncos para hacer cestería"
A sus 94 años, Juan Ramírez Pérez (Santa Lucía de Tirajana, 1931), teme que este oficio desaparezca por la escasez de materiales a raíz de la sequía. Santa Lucía de Tirajana lo nombra este jueves Hijo Predilecto por su trayectoria como artesano

Foto de archivo de Juan Ramírez Pérez, artesano cestero de junco. / Juan Castro

El Ayuntamiento de Santa Lucía de Tirajana lo reconoce como Hijo Predilecto del municipio, ¿cómo se siente?
Para mí ha sido una alegría grandísima el que me hayan nombrado y más a la edad que tengo ya, que son 94 años. Fue una sorpresa, no me lo esperaba.
¿Cuántos premios ha recibido ya por su trabajo?
Tengo ya muchos, la verdad. El otro día me dibujaron un mural en Tenerife, en La Orotava. En Pinolere hice dos cestones y de entre 32 países obtuve el premio. Y después aquí tengo varios reconocimientos, tengo el Roque Nublo en Plata. Y también tengo diplomas, porque yo he dado muchos cursos para el Cabildo, el Ayuntamiento y para el Gobierno de Canarias.
¿Se podría decir que se ha recorrido todo el archipiélago con sus cestas?
Yo he andado con mi trabajo hasta en Cuba, en Madrid, en Segovia y Lugo. Mi trabajo le gusta a la gente y no es porque yo sea el mejor. Por ejemplo, me encargan muchas zarandas con las que bailan los grupos de folclore.
¿Conserva todos esos premios en su taller?
No, los guardo en una vitrina chiquitita. Me ofrecieron una grande, pero yo los tengo allí amontonaditos hasta que Dios quiera.

Juan Ramírez Pérez trabajando en su taller de cestería. / Juan Castro
¿Cómo empezó en el oficio de artesano?
Desde pequeño me gustaba hacer figuritas con la grea de los barrancos, aunque después no las cocía. Con la cestería me pasó igual, mientras trabajaba en los tomateros o en los cafeteros, cuando sobraba algún ratito iba haciendo objetos. También me gustaba ir al Museo Canario para estudiar lo que había allí adentro, como los tamarcos que se hacían en el mundo aborigen en Fataga.
Me fui para allí con un lápiz y empecé a repetir los dibujos. Me fijaba tanto en ellos que perdía la noción del espacio y cuando me daba cuenta le daba un cabezaso al cristal. Después me venía a mi casa a sacar cómo trabajaban los guanches. Y con las pintaderas ocurrió lo mismo.
Una vez aprendió a replicar las obras ¿le daba luego su estilo?
No, me gustaba respetar lo que ellos hacían. Es más, admiraba los trabajos que hacían en los tejidos.
¿Cuántas piezas han pasado por sus manos?
No puedo contarlas porque son muchas, sobre todo pintaderas y lebrillos. Recuerdo que me costaba traer el barro porque tenía que ir a buscarlo muy lejos y quería traer mucho en un saco, por eso tampoco podía hacer muchas tallas porque se me gastaba medio saco de tierra.
¿Recuerda alguna cesta o pieza de barro con especial cariño?
Le tengo cariño a todas, me da pena venderlas, pero enseguida me pongo a hacer otra. Pero cuando las veo por ahí me siento orgulloso.

Imagen de archivo de Juan Ramírez Pérez / Juan Castro
¿Cuáles son sus trucos para hacer las cestas?
Apenas hay truco. Primero que nada hay que buscar un buen material como el junco en los barrancos o el centeno y el lino si los siembras. Luego tienes que recogerlos y limpiarlos. Haces las tomizas de palmeras para luego pasarlas con una aguja y entonces fabricas un poquito el fondo y ya después le vas dando la forma que quieras.
"No quiere llover"
Su materia prima es el junco, un producto natural ¿Ha afectado la sequía?
No hace mucho que anduve por esos barrancos [el de Tirajana] y están secos, casi no hay juncos para hacer cestería. Nunca había pasado por el barranco de las Tirajanas y había visto los juncos tan secos como los vi el otro día. Me da pena verlo así y más cuando antes no se podía ni pasar por la cantidad de charcos que había y el agua que corría. Pero ahora todo eso ha quedado en nada, no quiere llover.
Si los viejitos de antes que se conocían el tiempo vivieran, se morirían, porque ellos sabían cuándo iba a empezar a llover observando las estrellas o por las cañas que estaban retoñadas. Antes venía calima y a los tres días llovía fuerte, pero ahora viene la calima y no cae ni una gota. Y los artesanos, si no encontramos material en el barranco tenemos que ir a otro sitio a buscarlo. En mi caso aguanto porque planto el lino y el centeno, pero tengo que regarlo porque en secano ya no se puede plantar nada.
¿Cree que se valora el trabajo de los artesanos?
Muy poco porque yo casi no veo artesanos trabajando en las ferias. Se terminará acabando o tendrán que ofrecer ayudas. A mí nadie me ha ayudado, pero si las administraciones no subvencionan el trabajo de los artesanos, o al menos que tengan su seguro, esto se acabará. Yo he salido para adelante por mi cuenta, no he tenido ni un profesor que me enseñara y tuve que pagar mi seguro de autónomo, 24.000 pesetas en aquel tiempo, y me veía negro para pagarlo, imagina la comida. Entonces, ¿quién se sienta así en un taller? Nadie.
"El mover las manos ejercita la mente"
¿Se deberían enseñar las técnicas de artesanía en los colegios?
Sí, porque si no se perderá. Los niños conforme tienen una maquinita en las manos podrían tener una penquita y empezar a hacer tomizas, que eso le ayuda hasta para la mente. A mí gracias a Dios me ha ayudado para la mía, porque yo ahora tengo 94 años, pero sigue funcionando porque el mover las manos es un ejercicio para trabajar la mente.
¿Si volviera a nacer, volvería ser artesano?
Nunca me olvidaré de que yo quería haber sido maestro, pero no pude estudiar porque éramos diez hermanos y teníamos que trabajar. Fue otra época más mala, hoy en día ya se puede estudiar. Pero ahora doy cursos en el Museo del Gofio en Vecindario, tres horas el martes y el jueves y a mi taller vienen muchos colegios y veo que les gusta lo que les explico.
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